La historia continúa... (Dominicos en Lambayeque)
Llevo
dos días en la que es mi primera asignación como fraile dominico, la hermosa
ciudad de Quillabamba. Mientras muevo y ordeno algunas cosas de las que fue la
habitación de Fr. Miguel Zabalza (quien nos dejó el 23 de mayo del 2015), tengo
la sensación de estar en una especie de habitación del tiempo. Apenas conocí al
hombre que había escrito con delicadeza su nombre en cada fólder. Se trataba de
sus tesoros: homilías, resúmenes de libros y de encíclicas, apuntes de charlas,
esquemas de cursos y retiros, folletos para la catequesis y la formación de las
comunidades cristianas campesinas... los tesoros de un predicador que, dado al
estudio, entregó el fruto de lo contemplado.
Revisando
los recordatorios me enteré que el “padre Miguelito” estuvo en Quillabamba
hasta el año 2012, año en que yo ingresé formalmente a la Orden, durante mi
noviciado. Y recuerdo que tras mi primera profesión lo encontré en Lima invadido
por el alzhéimer y algunos achaques propios de la edad. Entre bromas, fr. Luis
Verde, quien fuera mi ex- Prior regional y ahora mi nuevo hermano de comunidad,
se cuestionaba si sería cierto lo que un imprudente padre de la patria dijera
el año pasado, mientras constatábamos que fr. Miguel se había dado de lleno a
la lectura. Lo cierto es que su ejemplo se convierte en un desafío para mi
nueva vida de misionero “millenial” del siglo XXI: tengo que seguir estudiando,
continuar con mi formación, porque nuestros pueblos lo necesitan. Un buen
misionero dominico no solo debería conocer y adentrarse en la vida de su
pueblo, sino incluso reconocer que merece un fraile preparado, actualizado.
Gracias
a Dios, fr. Miguelito nos ha dejado en la comunidad no solo la huella de su
ejemplo, sino también muchos libros que adquirió en este deseo de búsqueda de
la verdad; estos se suman a la biblioteca propia que también tiene el convento.
Y para animar aún más este deseo de estudio me he percatado que por estos
lugares (aunque es ceja de Selva) se percibe el silencio propio de la región
verde peruana, entre la caída de la lluvia y el vaivén de los árboles. Sin
duda, este tiempo será de continua formación y de misión. ¡Contemplar y dar lo
contemplado!
Para
terminar estas líneas un poco informales, mientras mis dedos se deslizan en el
teclado observo una fotografía que desde ahora guardaré entrañablemente. Se
trata de un momento histórico en el que yo estuve presente: El día en que en el
coliseo Eduardo Laca Barreto de Lambayeque rendía homenaje a los dominicos
españoles que trabajaron arduamente en la parroquia San Pedro que me vio
crecer. Mientras mis ojos reconocen los rostros de fr. José Ramón, fr. Miguel,
fr. Macario, fr. Javier, fr. Daniel y el inconfundible fr. Julio Madueño,
escucho que una voz interior me dice: tú eres parte de esta familia, te toca
continuar esta historia... no los defraudes. Y eso es lo que pido con todo mi
corazón: no defraudar la esperanza que nuestros mayores tienen en nosotros, los
jóvenes consagrados.
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