Párroco de Kirigueti y Timpía

El 2 de enero del 2024 recibí una correspondencia de Mons. David: eran dos cartas. Me nombraba párroco para Kirigueti y para Timpía. No, por favor, no me feliciten. Oren por mí. ¡Son dos parroquias!, o mejor, ¡dos misiones en camino de ser familia parroquial!


Diario de un misionero en el Bajo Urubamba, Capítulo 2

Martes 27 de febrero
Ya se está haciendo costumbre en mí que los viajes en bote, chalupa o chalupón sean a muy tempranas horas de la mañana. Mi reloj biológico misionero se despertó a las 4.30 de la mañana para hacer las respectivas diligencias. He tomado una decisión muy seria: Voy a dejar algo de ropa, un par de zapatillas y algunas cosas fundamentales en mi casa de Sepahua. La experiencia en la última semana me ha hecho ver de que si voy a enrumbarme a hacer unos viajes debo ir ligero. ¡Qué mejor que tener la seguridad de que tendré qué ponerme cuando vaya a Sepahua! 

Fray Ignacio había despertado muy temprano (ni noté sus pasos). Había tenido la delicadeza de ir al puerto a preverme el bote (pues no había comprado boleto). Pero esa no fue la única condescendencia. Tenía la mesa lista con el desayuno: café, leche, mantequilla, queso, pan. Era todo un padre dedicado. Luego me acompañó hasta el puerto y se cercioró de que estuviera a buen recaudo ya en el bote. Esta vez viajé en "Maga". Seis de la mañana. Luego de un afectuoso adiós me enrumbé hacia Kirigueti. El viaje estuvo acompañado de lluvia. 

Cuando mis ojos divisaban en los carteles de las obras municipales nombres como "San Pablo", "Miaría" o "Sensa", entendí que ya había dejado Ucayali. Me encontraba en Cusco. Estaba adentrándome a las últimas comunidades de la provincia de La Convención, y por lo tanto, se supone, me encontraba en la jurisdicción parroquial de Kirigueti (que tiene a Kirigueti como "sede"). Todo esto era un mundo totalmente nuevo. Mi compañero del costado me contagiaba su entusiasmo por el viaje y me iba comentando cómo se llamaba esta y esta otra comunidad. En agradecimiento le regalé un pan con queso que llevaba como fiambre. Él, a cambio, me regaló otros dos panes, "sin nada", y a la vez "con todo" su cariño. ¿Acaso un intercambio de panes no puede ser más evangélico? 

Llegaron las 9.30 de la mañana y entonces llamaron que bajábamos los de Kirigueti. Me quedé asombrado. No vi la playa como en otros años; de hecho, nos dejaron en un lugar algo extraño. Luego entendí: la crecida del río había mermado esa zona y teníamos que acceder por una ruta distinta. Un señor, que me dijo: "padre", se ofreció a llevar mi maleta. Como Moisés, pensé para mis adentros: "La cosa se ha sabido". Y cuando creía que me acompañaría hasta la misión, el hombre se despidió, pues debía regresar a la embarcación. Debió ser alguien que sabe que soy el "nuevo padrecito". La cosa es que caminé con mi maleta y dos mochilas hacia la misión de Kirigueti, fundada en 1957. Conocía ya el camino: no era la primera vez que iba. Pronto llegué y empecé a gritar: "¡Hermana Susanaaa!" Sí, era la hermana que estaba en casa y que sabía que llegaría. Me recibió con cariño y hasta había preparado desayuno para mí (Mi segundo desayuno). Luego de una conversación amena, pues coincidimos en muchos puntos e historias, echamos manos a la obra, y sobre todo por un tema que me tenía preocupado de meses: La capilla y la sacristía. 

Con dos meses de ausencia, la naturaleza salvaje había hecho de las suyas. Ni un milagro eucarístico protegió el Sagrario de la capilla. Pues bien, ¡era hora de limpiar! pues ¡Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas! 

Miércoles 28 de febrero-Viernes 1 de marzo 

Han sido días de ardua limpieza. Podría decir que he alcanzado el 60% de la limpieza en cuestiones de capilla y sacristía. Me ha servido mucho para conocer qué hay en "mi parroquia", qué cosas deben estar a la mano, qué cosas debo custodiar de modo más cuidadoso, qué cosas guardar para momentos especiales y qué cosas descartar. Estaba maravillado con las reliquias litúrgicas acumuladas en estas décadas, y pensaba en cuántas misas se habían celebrado allí: cuántos momentos de gozo en comunidad. Hermana Susana pronto me advirtió que entre las cosas históricas de la comunidad había un misal matsigenga. Así fue: estaba firmada por Fr. Joaquín Barriales, y tenía los ritos básicos con algunas moniciones, además de lecturas sencillas. Hasta el momento solo se me ha quedado en la memoria la palabra "Irioshi", que podría traducirse como "Señor". 

Y hablando de libros, otra de las cosas en que me ocupé en gran manera, fue el arreglo de las estanterías de libros que hay por toda la casa, así como de muchos materiales que ya están puestos en signos de interrogación. Definitivamente tengo mucho material para seguir estudiando: libros de teología y obras literarias, colecciones sobre estudios de la Selvas y la misma historia de las misiones en diferentes obras que ya empecé a hojear, mientas le comparto a hermana Susana los descubrimientos anecdóticos. Me enteré por ejemplo que los misioneros, encabezados por Ramón Zubieta, hacia los años de 1919, eran tratados como "héroes" cuando pasaban por Lima. Monseñor contaba que coincidió su paso por la capital en una Semana Santa, en que le pidieron, tuviera el honor de llevar una reliquia de la Vera Cruz por las calles de la ciudad. Yo no quiero esos honores para mi vida, pero la verdad -confieso- que siento pena que se haya perdido esa heroicidad. Algunas personas me han dicho: "Si te aburres de la Selva, no te preocupes, ven que te necesitamos más aquí". En su "inocente" comentario se piensa que no vale la pena seguir siendo misionero en la Selva. No quisiera ser como quien ha vivido una "vida gris", como versa el primer cuento de "La Palabra del Mudo" de Ramón Ribeyro, que leí recostado en una silla giratoria de mi "nueva oficina". 

En el transcurso de los días iba planeando cómo celebrar la misa dominical en la capilla, pero una nueva inquietud llegó a mi corazón. ¿Cómo estarán la capilla, la sacristía y el Sagrario de mi otra parroquia de Timpía? Y resolví, junto a mis hermanas de comunidad, las misioneras dominicas, con quienes vamos a compartir este proyecto itinerante, viajar el sábado hacia Timpía, hacer la limpieza respectiva y tener la misa dominical allí. Son las doce de la noche y la maleta está sin hacerse. Me espera otro viaje de madrugada y un nuevo reconocimiento de lugar que experimentar. 

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