San Juan Macías: piel viva entre los hambrientos

Piel viva es Fray Juan Macías, el pequeño Juan que aprendió de su madre a rezar el Santo Rosario, el cual desgastó sus dedos al final de su vida. Piel viva es aquel que lo deja todo por seguir la voz de Aquel que lo llama a predicar a "otras tierras". 

La Ribera de Fresno, provincia de Badajoz (España), vio nacer a Juan Macías el 2 de marzo de 1585. Desde muy pequeño quedó bajo la tutela de sus tíos Mateo e Isabel (al fallcer su madre), que carecerían de recursos económicos para el sustento tanto como de él, como de su hermana Inés. Por lo que, desde los seis años empezó a trabajar como pastor. Así, unido a las demás criaturas de la tierra, elevaba sus alabanzas al Creador. A falta de no asistir a una escuela, la naturaleza fue su mejor libro. 

Estando muy pequeño aún, recibió la visita de San Juan Evangelista niño, quien le dijo: “Te tengo que llevar a unas tierras remotas y lejanas”, según el testimonio de uno de sus primeros biógrafos, Fray Juan Meléndez. Él humildemente respondió: “Hágase en mí la voluntad de Dios, que yo quiero lo que Él quiere…”. Así, alentado por estas palabras y poniendo su confianza en Dios, empieza a andar por el mundo, esperando llegar a las tierras remotas, donde su destino ya estaba labrado. Pero mientras llegaba ese tiempo experimentó la pobreza y la carga del trabajo, acompañando de un arma tan eficaz como lo es la oración. Dios cuidaba de las entradas y salidas de su siervo. Lo ayudaba en sus momentos de peligro y confusión. En Jerez de la Frontera cultivó su ideal dominicano, en el templo de Santo Domingo. Al pasar por allí buscaba con mayor fervor estar dispuesto a los designios divinos. Pero Dios no lo quería dominico allí. 

Cuando, entre agosto y setiembre de 1619 (cuando ya tenía 34 años), escuchó que la gente viajaba hacia el Nuevo Mundo, y teniendo una sola oportunidad se embarcó en el puerto de San Lucas de Barrameda (Sevilla) a su destino, contratado por un comerciante para que ayudase con el cuidado de sus mercancías; parecía que tenía trabajo seguro. Pero al desembarcar en Cartagena (Colombia) vivió en carne propia la experiencia de cualquier empleado que es despedido por no tener las facultades suficientes para ser útil a su empleador: analfabetismo. Pero su situación no era la más catastrófica: Más indignante era la realidad de los pobres esclavos negros, vendidos como si fuesen objetos de intercambio. Pero tenía que empezar a trabajar para sostenerse, y ayudar a sus hermanos, emigrantes como él. Así, sin saber cómo fue peregrinando desde Cartagena hasta llegar a Lima, pasando de peón de los campos de los terratenientes o pastor, por ejemplo. 

Al fin llegó en febrero de 1620 a la ciudad de Lima. Fray Martín de Porres le socorrió cuando, cansado y maltrecho, tocó las puertas del Convento del Santísimo Rosario. Se inició así una estrecha amistad entre el mulatito y el emigrante español, los dos futuros santos peruanos dominicos, ambos hermanos cooperadores. Martín le buscó trabajo en una hacienda, y le iba acompañando espiritualmente hasta recomendarle la amistad de Fray Pablo de la Caridad (otro gran hermano cooperador), con quien se contacta para ingresar a la Orden en el Convento de Santa María Magdalena (la Penitente), hoy La Recoleta (ubicada en la Plaza Francia). Ingresó al Noviciado el 23 de enero de 1622 y ejerció el oficio de Portero conventual por 20 años. Desde allí atendió las quejas de los necesitados, los catequizaba antes de ofrecerles el pan que llevaba siempre en su canastita y aconsejaba a quienes lo buscaban. Cuentan que tanto llamaban a su puerta que no podía salir a recoger las donaciones, y por ello enviaba a un simpático burrito para recoger aquellos encargos; y aun más, cuando los donantes dudaban cargar los recados en el lomo del animalito, este no se iba hasta que le tuvieran compasión.

Era radical en el cuidado de los intereses de Dios. Ayudaba y trabajaba apostólicamente para liberar al hombre del pecado. Juan no fue un asistencialista social, junto al pan repartido iba Jesús predicado, Aquel que calma el hambre de Justicia y que libera de las más tristes dolencias humanas. Su fe le daba la seguridad de alcanzar de Dios lo que le pidiera. Algunos escritos nos cuentan que, poniendo su confianza en el Todopoderoso, ayudó al negrito Antón, que había caído en un pozo profundo al desequilibrarse, e hizo crecer la viga madre de un madero que había sido cortado de más. Pero el mayor de sus milagros fue el milagro del servicio de la solidaridad, que solo es posible cuando Dios está muy dentro del corazón. 

Juan Macías también es conocido como el ladrón del purgatorio. Él mismo confesó que el Rezo del Rosario había salvado muchas almas del purgatorio que le habían pedido socorro. 

Cansado, murió el 16 de setiembre de 1645. Como Hijo de Domingo de Guzmán, les dijo a sus pobres y hermanos: “Desde el cielo seré mejor amigo”. Por fin descansaba el peregrino traído desde España, acompañado de la mano de su fiel compañero: San Juan Evangelista. Él nos enseña que hay que dejarnos acompañar en nuestro peregrinar terrenal.

El milagro atribuido para su canonización fue el de la multiplicación del arroz. El 25 de enero de 1949 en Olivenza, Bajadoz, las hermanas Esclavas del hogar de Nazaret sometieron a su nombre la intercesión para que las tres tazas de arroz (que solo tenían para la alimentación de 50 niños del pueblo) alcancen lo suficiente. La sorpresa ocurrió cuando ollas y ollas de arroz fueron distribuidas desde las 12:00 del mediodía hasta las 5:00 de la tarde en que el párroco Luis Zambrano exclamó: “¡Basta, Fray Juan!”.

Fue proclamado beato por el papa Gregorio XVI el 22 de octubre de 1837 y Pablo VI lo proclamó santo el 28 de setiembre de 1975 y en nuestro Perú su fiesta se celebra el 18 de septiembre. 

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