¿Qué podemos saber de Dios?
El ser humano siempre ha sido un ser “religioso”.
No
hay ningún pueblo ni cultura en el que no se haya venerado algo divino, a uno o
varios dioses. Preguntas filosóficas de todos los tiempos siguen girando en
torno a “¿por qué hay algo?”, y no “¿por qué no hay nada?”. La respuesta a
ambas preguntas coincide en que todos acaban reconociendo que cuesta imaginar
una realidad sin alguien superior. Las teorías del bing bang, del
azar y la necesidad, o de la aparición y del desarrollo de la vida humana,
hablan de que hubo un momento que se inició algo, ¡hubo un primer momento! Si
esto es así, ¿por qué no dar el salto de imaginar que hubo Alguien que lo
inició todo?
Los testimonios más antiguos que tenemos de la religión son ya muestras de respeto, de belleza y de agradecimiento. En este sentido, al Creador y preservador del Universo se le ofrecen flores, se le perfuma con aromas, se le erigen templos… Lo divino siempre ha sido poderoso y fuerte (…) Por este motivo, las representaciones que los antiguos hicieron de Dios reflejaron también muestras de miedo, ya que no dejaron de preguntarse si acaso lo divino también podría hacerles daño. Aquellos primeros humanos lo presentían: ellos NO eran los creadores de sus propias vidas. Y se dieron cuenta además de que sus vidas eran tan frágiles como el fuego de una vela en medio de una corriente de aire. En cualquier momento se apagarían. Los primeros humanos también se dieron cuenta que no podían alterar ni el tiempo ni el clima. Se preguntan a dónde iban a parar los muertos. Se sintieron en manos de fuerzas superiores. Pensaron que con sacrificios podrían influir en las decisiones de sus superiores: si les daban más ellos les serían más favorables. Empezaron a hacer a su dios (o dioses) ofrendas de frutas y de animales, y hasta de sacrificios humanos. Pensaban que la relación con lo divino se regía por una especie de ley de dar para poder recibir su bienestar a cambio.
Entonces… un pueblo de la antigüedad, hace más de 3800 años atrás, el pueblo de Israel, reaccionó de otra manera ante los asuntos divinos. El judaísmo puede ser considerado como la primera “religión moderna” de su tiempo, porque abandonaba el politeísmo propio del Antiguo Oriente y empiezan a creer en Un Solo Dios. Al sol, la luna, las estrellas, que los pueblos vecinos alabaron como deidades, la Biblia les llama “lumbreras del firmamento”, NO dioses. Abrahán, padre de la Fe judía, descubre que Dios está ahí, que se puede hablar con Él y que Él NO quiere sacrificios humanos. Porque lo que Dios quiere es un corazón puro (Sal 51, 12), que seamos buenos y justos. Esta es la tradición que hemos recibido y que se ha consolidado en nuestro cristianismo, hija y heredera del judaísmo, con nuestro Dios que está con nosotros, y de quien sentimos su presencia.
Actualmente se habla de “formas diferentes” de relación con Dios:
1. El ATEÍSMO, que en la historia de la Humanidad aparece bastante tarde, se apoya en la supuesta certeza de que Dios NO existe. A diferencia del agnosticismo que se limita a decir que el ser humano no puede saber nada sobre Dios, el ateo niega su existencia. Para muchos, el ateísmo es resultado del egoísmo humano en la cumbre del racionalismo del siglo XIX, que ponía al hombre como capaz de saberlo todo y organizarlo todo sin necesidad de Dios.
2. El TEÍSMO, por su parte, sí cree en la existencia de Dios. Para un creyente se le es difícil delimitarlo exactamente: ¿es un principio?, ¿un sentimiento?, ¿un espíritu?, ¿una persona?, ¿una energía cósmica? Lo cierto es que sabe que la Vida sin Él no tendría dirección.
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