Hay niveles
El amor, como muchas cosas en la vida, tiene sus niveles. Nadie nace aprendiendo a amar, pero las conexiones, las relaciones, los momentos, nos ayudan a descubrir qué es el amor y a ir ascendiendo o descendiendo en su comprensión.
Cuando somos pequeños es tan importante el amor que podamos recibir de nuestra mamá, nuestro papá, nuestros familiares. Nos ofrecen la confianza para sentirnos amados, y de ahí, a sentirnos valiosos en esta vida. El desamor, la marginación, la postergación de nuestras necesidades son algunas de las causas de la baja autoestima de la persona en su tierna edad, que tendrá repercusiones latentes en el futuro.
En el itinerario afectivo de cada persona, sin embargo, hay un componente que no siempre es atisbado por los expertos en la psicología de la mente o las emociones: lo espiritual. Sí, podemos llenarnos del amor de las personas en esta vida, pero resulta que cada persona es pasajera, no estamos aquí para siempre. Si el amor nos llega de la cercanía, ¿qué pasa cuando se sucede la partida de alguien a quien nos acostumbramos? Y también pasa con las etapas de la vida: no siempre seremos niños, ni adolescentes ni universitarios; muy raras veces una persona se queda a vivir en una única casa toda la vida o llega a trabajar en un solo lugar eternamente. Toda pasa. Pero hay Alguien que no se muda, y ese es Dios y el modo de entender el amor desde Él.
Cuando llega la crisis porque no estamos con esa persona que amamos, cuando cambiamos de escenario o etapa, recordemos que hay Alguien que está Siempre. Acostumbrados a las personas y momentos, nuestro modo de amar puede reducirse a un círculo determinado. Amo a los que me quieren, amo donde me gusta estar. Pero todos sabemos que esto no funciona o no funcionará siempre así... y aquí viene el estar preparados para un siguiente nivel, incómodo, rehuíble, terrible: llegar a amar a quienes no conozco, con quien no me llevo bien, en circunstancias que no siempre preferimos.
Acuérdate de aquella vez que te tocó sentarte al lado de quien no te llevas, compartir un almuerzo o un partido de fútbol o vóley con esa persona que no quieres ver, aplaudir con desgano a quien no homenajearías para nada, ver pasar feliz a aquella persona que una vez amargó tu felicidad. Esta es la vida: atascada por heridas, cuando algunas relaciones son in-convivibles, tóxicas. Es cierto, no estamos obligados a la hipocresía, a forzar emociones que no contenemos; por qué tendríamos que quedar como tontos frente a quien podría reírse de nosotros. Este es el siguiente nivel al que los cristianos estamos llamados a vivir. Nunca fue ni será fácil. La presencia del otro que me hirió o quien no comulga con mi forma de pensar estresa, cansa, irrita. Pero Jesús dice: "Si aman solo a los que les aman, ¿qué mérito tienen?, ¡Los pecadores también aman a los suyos!" (Lc 6,34). Amar solo a los de nuestro círculo nos hace del montón. Amar a los enemigos hace la diferencia.
Las heridas que podemos dejarnos las personas siempre tardan en sanar. Jesús no quiere tampoco nuestra ridiculez, Él apuesta por un humanismo que pase las fronteras de nuestra comodidad. Los que pasan esa frontera llegan a expresar que no saben ni cómo ni cuándo una herida que generaba odio llegó a ser solo un recuerdo. De repente, ya no duele. La cicatriz, (el recuerdo), queda... pero ya no hay vano desgaste de energía, y con ello, nuestro espíritu goza de la paz.
Cuando logramos entender que el otro también es hijo/hija de Dios, y es amado por Él (aunque muchas veces no lo comprendamos) y que merece un granito de nuestro amor, entonces, sanamos la cruda herida de la fraternidad mundial doliente, que se acostumbra al "ojo por ojo", a la venganza, al círculo del daño, al vivir más pensando en el otro que en construir felicidad en el mundo... Cuando lo logramos, uno se sume en el nivel del amor de Dios, al que le sigue otro nivel: el del amar a la fraternidad universal, con sus historias, con sus desafíos, con sus cuestionamientos existenciales. Y ya no se piensa como los del montón (que se encierran en su felicidad y la de los suyos), ¡el corazón empieza a latir con el mismo corazón de Dios! Y te convences de buscar la paz, apuestas por la humanidad, esperas que todo puede mejorar.
Sí, hay niveles de comprensión del amor.
Dios nos ayude a sentir sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
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