Aprovecharse de la misericordia
Este
viernes nuevamente Lima se vestirá de morado. Por las calles del centro
histórico nuevamente saldrá en procesión la imagen del Cristo morado, el Cristo
que mueve multitudes superando toda expectativa de religiosidad popular. Y en
esta muestra de fe y devoción no faltan personas que salen también a las calles
no precisamente para pedir la misericordia del Señor de los Milagros, sino para
pedir la misericordia y algunos milagros monetarios a los cientos de devotos
que acuden cada año.
Le
he estado dando muchas vueltas al tema y creo necesario poder decir algo. Hace
algunas semanas atrás algunos noticieros sacaron a la luz las investigaciones
que habría hecho la Policía Nacional a ciertos mendigos bamba, mendigos
estafadores, personas que simulan o
aluden estar enfermas para hacer sentir a los demás un sentimiento de
responsabilidad por el otro que nos pide una ayuda humanitaria. Esto es muy
triste. No podemos aprovecharnos de la misericordia de los otros, engañando de
tal manera. Lo que más me indigna, en ciertas circunstancias, es que muchos no
precisamente piden una ayuda –en el sentido general de la palabra-, sino solo
dinero.
En
una ocasión salí al centro de Lima levando unos sencillos sándwiches para
compartirlo con alguien que lo necesite. Me sentí muy triste cuando una persona
que se arrastraba sobre una tabla con ruedas (muy ingeniosa, por cierto),
pidiendo ayuda al aludir que no podía caminar, rechazó mi donación. “Quiero
plata” –me dijo. En otra oportunidad, en plena navidad, un señor llegó a
nuestra capilla solicitando dinero para su hijo que tenía leucemia. Me mostró
unos documentos que no revisé minuciosamente por preocuparme más por su rostro
y por la tristeza que de él brotaba. Hicimos todo un revuelo en la misa de
nochebuena para que le gente le ayudara. Al terminar la celebración, una
hermana religiosa se le acercó a ofrecerle otro tipo de ayuda, visitando al
enfermo y cosas parecidas, a lo que se negó y echó chispas. Al día siguiente
nos enteramos que el hombre había ido con el mismo cuento a otras iglesias por
varios años consecutivos. Solo quería dinero.
Muchas
de estas historias se repiten cada día en nuestra Lima aglutinada. Gente que
sube a los buses contándonos lamentables narraciones, llevando documentos y
papeles; gente que estaba de viaje y de repente habría sido asaltada “hace un
momento”, y hasta gente que no escatima en mostrar alguna infección, herida,
protuberancia o corte en su piel a vista y paciencia de todos los ciudadanos para
mover la misericordia de los demás. Lo más triste de toda esta situación es que
muchos sí necesitan una ayuda y ya no encuentran más estrategias para
solicitarla llegando a estos extremos, pero qué pasa con los estafadores y
mentirosos. Pues resulta que se están aprovechando de la misericordia de los
demás. Aún, se les arrebata la ayuda a
quienes verdaderamente la necesitan. De esta manera, entre y uno otro
cuento, entre narraciones falsas y verdaderas, ¿a quién creer? ¿Cómo saber si
este hermano o hermana que acude a mí me está diciendo la verdad? No tengo
tiempo para revisar sus papeles o hacer un chequeo psicológico de su
personalidad para detectar su nivel de veracidad. Su herida o hinchazón me
pueden dar lástima, pero ¿es posible que después de tanta ayuda recibida no
pueda ya haberse sanado o aliviado?, ¿no debería cuidarse y descansar en casa
en vez de exponerse a más riesgos, más infecciones, más enfermedades?, ¿en
realidad quiere sanarse o se aprovecha de su enfermedad para conseguir dinero?,
¿los hemos acostumbrado a vivir de esa manera?
Por
otro lado, hay redes de estafadores detrás de los inocentes y conmovedores
rostros; personas que se aprovechan de tal enfermedad o discapacidad para
generar fuentes de ingreso en cada esquina, redes de trata de personas que
explotan a niños y a discapacitados. Nada más lamentable. Todo ello hace más
complicada la situación: Si ayudo a alguien, en realidad, estoy engordando al
jefe, mientras el pobre mendigo queda esclavizado de por vida, pues se ha
convertido en la mina de oro de otros.
Entonces,
¿qué hacer? Francisco nos ha dicho que salgamos a las periferias y que
practiquemos las obras se misericordia. Pero ¿es posible practicar la
misericordia, siendo engañados?, ¿Solo tenemos que dar dinero o podemos ofrecer
otra “ayuda” para descubrir verdaderamente las intenciones de estos hermanos? Y
en todo caso, ¿qué tipo de ayuda?, ¿acaso un acompañamiento más cercano de
estas realidades?
Podemos
preferir lo que alguna vez un hermano me decía: “No te preocupes, alguien les
ayudará”. No, no se trata solo de dejarlo a la Providencia como si no me
importara. Sí, nunca debemos de dejar de orar por ellos. Pero este hermano,
esta hermana, esta situación, me interpela, me duele, y quiero hacer algo. La
pregunta es ¿qué? Obviamente no tengo la respuesta. Lo único de lo que estoy
seguro es que no podemos aprovecharnos de la misericordia de los otros y
debemos dejar paso a quienes verdaderamente la necesitan y la piden. Y a estos
que sí requieren de nuestra atención, ayudarles a salir adelante, sin
acostumbrarles. Nada más difícil.
Comentarios
Publicar un comentario