Marketear la santidad


En estos días tuve un ameno intercambio de palabras con una jovencita de quince años que estudia conmigo Inglés en el Instituto. Ella sabía que soy religioso, y a propósito del feriado (1° de noviembre), me preguntaba: “¿Por qué si es el día de Todos los Santos, vamos a los cementerios a visitar a los difuntos?” Le respondí brevemente que, en realidad, el día de todos los difuntos es el 2 de noviembre, pero la gente aprovecha el feriado para visitar a sus familiares. También quería aprovechar el momento para comentarle que, también, al recordar a nuestros difuntos nos enfrentamos al tema de la finitud de la vida, y de que todos estamos llamados a ser santos, pero no me alcanzó el tiempo... Ella interrumpió la conversación para decirme sencillamente: “Además, es mejor, recordar a los difuntos, porque no me llaman la atención los santos”. La escuchaba con atención. “Ustedes (los curas) los muestran muy sufrientes”. Asentí con la cabeza aceptando el error en el que a veces solemos caer e intenté cambiarle el chip: le dije que los santos han sido personas muy felices, y por eso lo dieron todo, pero que lamentablemente muchas veces nos enfocamos en  el aspecto heroico, desligándolos de su personalidad humana, con sus alegrías y tristezas, tal como son. Entonces, me dijo: “Si quieren que la gente se acerque a ellos deben marketearlos más”. En eso, llegó su amiga y se despidió rápidamente.

¿Qué podría decir? Ella ya nos ha dicho mucho. ¿Cómo mostramos el ideal de la santidad en este mundo descristianizado? Los jóvenes necesitan creer en Dios, y en ese Dios que nos llama para ser santos, y santos felices; no héroes sufrientes o amargados. Muchas veces nos hemos quedado con las tristes imágenes de las estampitas. Pero debemos recordarles a nuestros hermanos que detrás de un rostro sufriente o detrás de una mirada hacia el cielo (muchas veces desorbitada) está un varón o una mujer que descubrió que su vida estaba anclada en la alegría de un Dios viviente que quiere que seamos felices. Y mucho más: debemos hacer entender que nuestros santos no son “otros dioses” a los que damos un culto idolátrico. Muchas veces podemos llegar a confundir a nuestros propios hermanos y hermanas haciéndoles creer que tal o cual santo hace el milagro. ¡Dios es el único que hace posible que las cosas pasen! Nuestros santos son intercesores, amigos nuestros que por estar ya con Dios, oran por nosotros. Debemos tener en claro que el Santo de los santos es Dios, y que alrededor de Él giran, como planetas hacia el Sol, todos los que intentaron alcanzarle, amándole a Él y a sus hermanos aquí en la Tierra... Hoy están muy de moda Santa Teresa de Calcuta y San Francisco de Asís, y nadie duda de la alegría que irradiaban, pero debemos mirar no solo al “santo”, sino a quien miraba ese santo: al mismo Dios, el Santo de los santos que quiere que cada uno de nosotros seamos santos, es decir, "bienaventurados", dichosos, "felices".

Los dominicos en el Perú tenemos el don de tener tres santos peruanos y dos beatas, a las que el pueblo de Dios le tienen mucho cariño y veneración: Rosa, Martín, Juan Macías, Ana de los Ángeles y Ascensión Nicol. A ellos se han suman cuatro frailes mártires de la Guerra Española que alguna vez vivieron en Arequipa. Y también tenemos a un frailecito que trabajó en las misiones, y que va camino a los altares, fray Apaktone. Pero por más que hayan sido las mejores personas del mundo, no podemos desprender la luz de nuestros hermanos, apagando la luz que irradia nuestro Señor. Cualquiera de los santos logró ser lo que pudo ser gracias a que pudieron vivir con la convicción de que Dios estaba con cada uno de ellos, y eso los hizo felices, felices para amar y entregarse. Pero nunca ni Rosa ni Martín curaban sin Dios, por ejemplo. Dios estaba en ellos y hacía milagros a través de ellos. Pero el de los milagros, y el de la felicidad siempre era y es Dios. 

Hermanos, hermanas. Si queremos propagar la devoción de nuestros santos, mostremos el lado feliz  y dichoso de cada uno de ellos, y hagamos notar que esa felicidad solo venía de Dios. Esa es una forma muy buena de “marketearlos” y de que provoquen interés en los demás. Así también, presentémoslos como amigos de un Dios que es capaz de transformar nuestras vidas cuando se le sigue sinceramente. 

Finalmente, hay otra verdad que a veces, por más que repetimos, no nos convence del todo: Todos podemos ser santos. De nada nos servirán más discursos sobre la santidad si nosotros mismos no estamos del todo persuadidos por esta invitación. Nadie compra un producto si otro no le ha asegurado que funciona. ¡Hay que creérnosla de verdad!, ¡marketeemos la santidad empezando en nosotros mismos! Y cada vez seremos más santos que caminan con otros santos, al encuentro de un solo Dios Santo que nos llama a la felicidad. 

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