SER CATEQUISTA: Algo tan antiguo y tan nuevo...
Bienvenido, querido catequista, a
un nuevo año lleno de esfuerzos y de emociones! Quisiéramos en estas ediciones
poder compartir algunos conocimientos sobre la Catequesis, que –de seguro- a
todos nos van a ayudar. El trabajo es fuerte y necesitamos animarnos, formamos,
estar preparados para responder a esta preciosa vocación a la que el Señor nos
ha llamado.
Como catequistas necesitamos
conocer, en primer lugar, el significado de la palabra “Catequesis”. Esta
deriva del griego κατηχισμός que significa “instruir”. Sí, para los cristianos
del siglo I de la Iglesia era importante la instrucción. Jesús se los había
mandado: “Vayan y prediquen a toda criatura” (Mc 16,15). Esta instrucción consistía en compartir los acontecimientos
fundamentales que los habían convertido en seguidores de Cristo, o cristianos,
es decir, compartir la experiencia de la muerte y resurrección de Cristo.
Podríamos decir felizmente que los
primeros catequistas eran los apóstoles, pero esta no es una conclusión fácil
de asimilar, porque el primero en anunciar y vivir estos misterios fue el mismo
Cristo. Su enseñanza, su instrucción, su catequesis, lo convierte en el Primer
Catequista. Él anunció y vivió su pasión y resurrección. Ahora, habiendo
puntualizado esta afirmación podemos asegurar que, en definitiva los apóstoles
se dedicaron, después, por entero a la Catequesis. Ellos se dedicaban a
repartir la “mesa de la Palabra”.
Y cuando no les daba tiempo para
ello, por presentarse otros problemas, ellos mismos decidieron elegir a algunos
que les ayudaran a ocuparse de tareas relacionadas a la caridad, mientras se mantenían
en pie con la tarea de enseñanza (Hch 6,1-6). Desde entonces, la catequesis se
ha convertido en una función importante dentro de nuestra Iglesia.
Pero el modo de impartir la
Catequesis del siglo I a nuestros días ha variado muchísimo. Los primeros
cristianos eran personas adultas que, interpeladas por la figura de Jesús,
decidían cambiar su modo de vivir y, en medio de un proceso de “conversión”,
pedían ingresar al grupo de cristianos. La exigencia de seguir a Jesús se vivía
con radicalidad, y solo el cristiano bien catequizado podía ser bautizado y
participar de los Sacramentos. Por entonces, se iniciaba un proceso que hasta
ahora es llamado Catecumenado. Y ya que ser cristiano significaba vivir en
coherencia con Cristo, el tiempo de formación no era tan definido como ahora;
incluso se podía detener el proceso al candidato a fin de lograr un mejor
discernimiento.
Hoy podemos fácilmente hacer una
serie de críticas a los modos como se hace Catequesis, y sobre todo en nuestro
país, cuyos procesos son casi “express”, con menos de un año, a diferencia de
otros países. Pero ese sería un esfuerzo vano y nada saludable para quienes
tenemos esta misión tan delicada. Mejor unamos fuerzas.
Ahora, si la Catequesis en los
primeros siglos era tan exigente, imagínate cómo debería ser la responsabilidad
de los catequistas, de los “instructores”. No cualquiera podía ser catequista. Tampoco
queremos decir que debían ser personas instruidas en Teología o algo parecido. Primero
porque esa ciencia apenas nacía y segundo -y con mucha más razón- porque los
mismos primeros catequistas eran pescadores, agricultores, hombres sencillos,
tal vez alguno de ellos iletrados... pero que en un instante de su vida se
vieron transformados por Jesús. Por tanto, el Catequista no debía ser tanto un
hombre que “sabía mucho”, sino que “vivía mucho” la experiencia de Jesús en él.
Con el paso de los años, grandes apóstoles,
predicadores, sacerdotes y obispos se erigieron en grandes catequistas, y sus
escritos se convirtieron en referencia para la formación de los cristianos. Pero
en todos ellos no resaltaba tanto la erudición racional, sino –nuevamente- la
vivencia de Cristo consigo mismo y con su realidad. De hecho, ello el paradigma
se tomó de las primeras catequesis, las de Jesús. Como sabemos, Jesús no solo
“hablaba de Dios”, sino que lo hacía vivo en cada uno de quienes se acercaba. “Ámense
los unos a los otros como yo les he amado” puede ser una de sus mejores
catequesis, y tal como leemos no se trata de vivir una experiencia intimista o
de soliloquio, se trata de reconocer el amor de Dios para compartirlo con los
demás.
Si pensamos la Catequesis como un
discurso de lo que hay que hacer y qué no, estamos equivocados. La Catequesis,
como veremos, no se reduce a la moral. Se trata de compartir una experiencia de
fe, que se celebra, se vive y se ora. Justamente
así se dividen los contenidos de la Catequesis cristiana: Lo que creo (el
Credo), lo que celebro (los Sacramentos), lo que vivo (los Mandamientos), lo
que oro (la Oración). Pero de ello hablaremos mucho más adelante.
Al regresar a nuestra realidad te
puedes ver, entonces, como parte de una gran historia. Eres parte de la nueva
generación de catequistas, las de este siglo, en esta parte del mundo. Con una
responsabilidad que implica una vivencia auténtica con Jesús más que una serie
de cartones o títulos académicos. En este día del catequista estamos seguros de
que Jesús se alegra de verte ahí, catequista, y te quiere alegre, porque un
catequista alegre forma niños y jóvenes alegres, un presente alegre y un futuro
alegre. ¡Feliz día del catequista!
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