Los niños honestos

 

Caminando hacia una comunidad nativa, río arriba, el misionero llevaba con alegría sus gafas de sol que había recibido de regalo y que le ayudaban a contener los rayos fuertes de sol que hay por la temporada de verano en el Bajo Urubamba. Hasta que se dio cuenta que ya no las llevaba consigo. En un descuido mientras que intercambiaba sus manos entre una mochila, un bastón, el teléfono móvil, había dejado caer las gafas sin que se diese cuenta. Las buscó por unos minutos en medio del mar de piedras que hacían difícil la caminata... hasta que se resignó a despedirse de ellas.

...

Pasaron dos días.

De bajada, el misionero caminó y a mitad de recorrido fue llevado en un bote por gente que se compadeció de él. En realidad venían dos botes haciéndose compañía, distanciándose uno del otro a unos diez metros. Entonces los botes se detuvieron por unos momentos para cargar combustible. El misionero iba en el bote de adelante. De repente, vio como tres niños llegaban corriendo hacia el bote de atrás y entregaron un objeto que habían encontrado y que pensaron, inocentemente, que era de algunos de ellos. El misionero vio el objeto de lejos y parecía reconocerlo. Los niños siguieron su camino, pues el sol inclemente no perdonaba a los peregrinos. Una vez que los botes estuvieron muy cerca el misionero preguntó si aquel objeto entregado eran unas gafas de sol que justo había perdido hace dos días. Entonces, comprobó que sí eran.

Las gafas de sol tenían un valor sentimental. Pero más sentimental fue el proceder de estos pequeños de Dios. Los niños pudieron haberse quedado con el objeto. Podrían haber dicho: "¡Me lo encontré!" pues al fin y al cabo mucha gente transita por la ribera. Pero resolvieron que NO era suyo y que no debían quedarse con lo ajeno.

Para el misionero, ahora, esas gafas de sol ya no le recuerdan solo a quien se las regaló, le recuerda a esos tres niños que nos dan alta maestría en honestidad.

Aun, en este país, hay esperanza.


(Parábolas en la Amazonía)

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