Cadena de oración
Todavía
recuerdo cuando, durante mi primer año de Postulantado, recibí la tareíta de
resumir un libro de Johann Metz para exponerlo a mi comunidad. El libro se
llamaba “Invitación a la oración”. Lo recuerdo muy bien porque esta lectura se
ha hecho fundante en mis cortos años de vida consagrada (incluyendo ya mi postulantado):
Y es que el autor me invitaba a orar, poniéndome diferentes definiciones,
características y pequeños “tips”, pero sobretodo en una línea de solidaridad histórica, que es lo que más
me llamó la atención.
Me
gusta mucho la historia, porque me ayuda a tener una visión amplia del porqué
sucedieron tales o cuales hechos, cuáles fueron sus consecuencias y qué nos
pueden enseñar para hoy. Pero algo que siempre me ha cuestionado es por qué
solo nos quedamos en ciertos personajes (que, sin duda, son claves para la
interpretación de los hechos) y abandonar a los que se encuentran detrás de los
telones. Afortunadamente hoy existe una tendencia generalizada por descubrir
cuáles fueron las situaciones y condiciones de aquellos hermanos que también
fueron protagonistas de los hechos (muchos libros y películas dan fe de ello),
y viendo a quienes están detrás descubro la fe enraizada que me lleva a orar
formando una cadena histórica infinita.
Por
eso creo, junto con Metz, que al orar “nos solidarizamos con nuestro pasado,
nuestro presente y nuestro futuro”. Me imagino la oración desesperada de la
esposa que despedía a su marido que iba rumbo a una de las Cruzadas, la del reo
que fue torturado injustamente en alguna máquina de la Santa Inquisición, la de
la niña que moría congelada con los pies descalzos en pleno invierno, la de los
pobres que padecieron hambre en plena Revolución francesa, y la oración de las
niñas de Siria pidiendo paz para su pueblo a través de su canto; también, la
oración agradecida de aquel muchacho que logró comprarle la indulgencia plenaria
a su madre y logró sacarla del infierno al que había sido condenada, la del
niño judío que logró encontrar a su madre viva después de la segunda guerra
mundial, o la del padre que logró ahorrar lo suficiente para comprarle un par
de zapatos a su pequeño hijo durante la Revolución industrial.
Aunque
mayormente nos dediquemos solo a pedir y a pedir (y poco agradecer), siempre
oramos, incluso los que dicen no dirigirse a un Ser superior. Y nuestra oración
ingresa en esta cadena infinita, porque a fin de cuentas, Dios nos ha hecho tan
hermanos que al orar por el otro estamos ya orando por nuestra humanidad y su
historia.
Hoy
seguimos recolectando miles de papelitos con las cadenas de San Judas o la
Virgen de Guadalupe, aun (en mucha menor cantidad que antes) sigo recibiendo
correos electrónicos con cadenas de oración, y hasta el Facebook y el Watts App
se han vuelto una herramienta propicia para pedir intercesiones con tan solo
“likes”, “compartir” y “reenviar” mensajes. ¿No se nota que seguimos confiando
en la eficacia de nuestras oraciones?
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