Dos hermanas para nuestro tiempo:

ROSA Y CATALINA

Esta semana los dominicos estamos celebrando a nuestras hermanas Santa Catalina de Siena y Santa Rosa de Lima. Mientras que ayer, 29 de abril, recordamos la muerte de Catalina de Siena (quien murió en †1380, hace 635 años), hoy 30 de abril celebramos el nacimiento de nuestra hermana Rosa de Lima (†1586). Rosa quiso imitar la vida de Catalina, y como ella, trató de vivir una vida dominicana de penitencia y profunda unión con Dios.

Ambas buscaron a su Señor, imitándole en su pasión y el servicio. Sin embargo, muchas veces nos hemos quedado con el retrato penitente de estas santas que se colocaban coronas de espinas y silicios, o que vivían intensos ayunos (algo que a veces nos parece impensable y hasta “loco y enfermizo”), pero todo ello tendría que comprenderse en un contexto donde la imitación a Jesús en el dolor tenía como objetivo aliviar las culpas de los demás: eran épocas donde la hambruna o el caos abundaban en las ciudad y se pensaba que esto era obra de un Dios molesto por el mal comportamiento de los cristianos; por ello, unirse al sufrimiento del Señor crucificado podría aliviar sus dolores y ofrecerse en sacrificio para lograr el perdón de los pecados.

Ahora, no es que el hambre, la guerra o el dolor hayan terminado, o que Jesús haya dejado de sufrir en el rostro de los demás; tal parece que hemos comprendido que acompañar en el dolor a Jesús pasa más bien por la imitación  en el servicio y el contacto más cercano con la gente: allí verdaderamente aliviamos dolores y cansancios. He aquí donde podemos volver la mirada a Rosa y Catalina, quienes también nos dan ejemplo de cercanía: sus penitencias nunca las alejaban de la caridad y la misericordia para con los hermanos.

En ambas jóvenes mujeres que murieron alrededor de los 30 años (Catalina a los 33), muy jovencitas, hay sobretodo una mirada de amor, una sonrisa, consecuencia de sentirse llamadas y amadas por el Señor, pues no solo imitaron en el dolor (que es, a veces, la impresión que nos ha dejado la historia) y recibieron esa capacidad de sensibilizarse con el dolor, sino que también lo imitaron en la alegría y la caridad, y recibieron esos dones preciosos para compartir con los demás. Catalina y Rosa fueron madres, amigas y hermanas entre sus contemporáneos. Si bien se daban abundante tiempo para la oración y la contemplación (¡sin ser monjas de clausura, como muchos piensan!), no dudaron tampoco en disponer de sus horarios para transmitir el amor de Dios que corría por su sangre.

Ambas fueron alegres catequistas y reunían en sus casas a los muchachos y muchachas que querían aprender un poquito más de Dios. Ambas, también, eran grandes colaboradores de la Iglesia, militantes activas, cada una a su manera. Rosa cosía mantos para la Virgen y hacía arreglos florales para las andas de las imágenes (¡era una experta en eso!) y participaba en las reuniones de grupo de oración con otras hermanas. Catalina exhortaba a sus hermanos de todo rango a ser fieles al amor del “Dulce Cristo, Dulce Amor”, (como solía llamar a Jesús) y por eso también los reunían en su casa para recibir catequesis. Y ambas también le dedicaron gran tiempo a la caridad, la asistencia a los enfermos  y a la caridad de los pobres; algo que a veces nos da miedo de hacer: Catalina asistió a muchos enfermos durante la terrible época de la peste negra en Europa; Rosa hizo de su casa una enfermería para curar a quienes lo necesitaban.

Y si bien ambas mujeres no tuvieron la instrucción suficiente en educación, se esforzaron para transmitir las revelaciones de amor que Dios tenía para con ellas. Así, de Rosa se sabe que leía algunos libros devotos (como los de Fray Luis de Granada) y se conservan dos de sus varios escritos: Las Mercedes y Las Escalas, dos simples hojas que a pesar de las faltas orográficas, contienen dulces palabras de amor. Catalina, por su parte, tuvo mucha más suerte: ella no sabía escribir, pero tuvo la ayuda de algunos amanuenses (discípulos), quienes lograron captar toda la espiritualidad de su “Madre” (como la llamaban); de ella conservamos sus Diálogos, Oraciones, Soliloquios y 382 cartas enviadas a todo tipo de cristianos (desde los más pobres hasta los príncipes y el mismo Papa). 

Como nos suele repetir nuestro papa Francisco, estamos invitados a salir de nosotros mismos para salir en pos de los demás, con los talentos que el Señor nos haya dado; sin quedarnos con la cara de “penitentes eternos” que a veces parecemos mostrar, sino con esa mirada alegre que busca la caridad.

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