Domingo: palabras, Palabra y libros encarnados


Hoy 23 de abril es el día del idioma y del libro. Como dominico, pensé que en la figura de nuestro padre Domingo podemos detenernos a reflexionar.

El idioma que naturalmente habló y cultivó Domingo fue el aprendido en el seno de su familia: un castellano romántico propio de las grandes familias de la nobleza (Domingo pertenecía a la casta de los Guzmán por padre y Aza por madre), como nos lo da a conocer el famoso Poema del Mío Cid, obra producida cerca de Burgos (centro de irradiación del castellano hacia el siglo X), datada entre fines del siglo XII (en que Domingo nació y vivió sus primeros treinta años) e inicios del XIII (donde Domingo consolida su Orden de Predicadores). Sin embargo, si bien Domingo pudo haber estado influenciado por los cantares de gesta (género en que se desarrollaba su idioma), solo conservamos el recuerdo del carácter firme que tenía nuestro padre para tomar decisiones, propio de todo un castellano. A ello se suma que Domingo no nos ha dado dejado obra literaria alguna; solo se conserva una carta dirigida a las monjas de Madrid (con recomendaciones sobre la clausura) y la impronta de su pensamiento marcada en las Constituciones primitivas de la Orden y las Constituciones de las Monjas.

El cultivo de su idioma, por otro lado, podría haberse “frustrado” debido a los ajenos lenguajes filosófico y teológico propios de las escuelas catedralicias y el Estudio General de Palencia, donde Domingo estudió de 1184 a 1198. Las lecturas de estudio eran manuscritas (aún no había imprenta) en latín, lengua oficial del Magisterio de la Iglesia (hasta la actualidad). De esta manera, Domingo pasó por los estudios de Humanidades y Filosofía (el Trivium y el Quadrivium), estudios de Teología y se desempeñó, finalmente, como docente, utilizando el lenguaje eclesiástico propio de su época y de su vocación.  Así, 14 años de estudio y de práctica asidua y completa a este harían de nuestro padre todo un personaje intelectual que estuvo en contacto con el mundo de las palabras y  el de la Palabra.

Este contacto con los libros y el Libro por excelencia (Las Sagradas Escrituras) se traducen en nuestra Orden en uno de nuestros pilares dominicos: el estudio. Pero, como sabemos, Domingo no fue ni un intelectual ensimismado ni quiso que sus frailes se dedicaran solo al estudio sin que este dé fruto hacia el exterior. Ni siquiera Tomás de Aquino, años más tarde, sería el modelo de “fraile predicador” que Domingo quería, puesto que, en primer lugar, Domingo fundó una Orden de frailes Predicadores (que estudian para luego predicar); y en segundo lugar porque Tomás hizo de su estudio una fuente de su predicación: de ahí tenemos que lo hallemos dando clases en París. Podemos decir entonces que Domingo y Tomás, en un primer momento, entran en contacto con este mundo de las palabras (contemplan en el estudio) para luego traducirlas a un lenguaje más cercano a sus receptores (dan lo contemplado), haciendo uso de una lengua que implica no solo el uso de signos, símbolos y sonidos, sino la configuración de todo un modo de pensar.

Si “la elección de un pueblo incluyó la elección de una lengua” (Fr. Yves Congar), la predicación de cara al pueblo implicó también el uso de esta lengua. Jesús se hizo carne y se hizo “un hebreo más” para hablar en su idioma a su gente y hacer ingresar en la conciencia de su pueblo el mensaje del Reino de los cielos. Cuando “hablamos un mismo idioma” nos podemos entender mejor, y si Domingo (imitando al Señor) revolucionó con su predicación y logró convertir a muchos herejes, ello indica que supo hablar muy bien en “su idioma”, conociendo la concepción de mundo que tenían. A propósito, Jordán de Sajonia nos cuenta que una vez Domingo se encontró con unos alemanes y al no poderse comunicar, oró para recibir la gracia de poder decirles alguna palabra en su lengua; lo logró y pudo predicarles en su idioma. Esta breve anécdota nos indica cuánta preocupación tenía nuestro padre de que sus receptores oyeran el mensaje en su idioma y lo puedan entender.

He aquí la importancia del idioma y de que aprendemos nuevos idiomas en los nuevos areópagos de la predicación. Hoy que celebramos el día del idioma castellano, nos sentimos alegres de la riqueza de nuestro idioma, pero a la vez debemos volver la mirada al mundo, lleno de diferentes formas de expresarse a través del habla escrita, oral, gestual, artística y representativa. Siempre se ha dicho que los analfabetos no tienen cultura, pero recordemos que Dios no solo nos ha dado ojos para ver y leer, sino también dos orejas para escuchar lo que se lee o dice; y también dos manos para sentir cuando no se puede ni leer ni oír. No hay excusas para el aprendizaje cuando Dios ofrece tantos medios, y por ello debemos valorar nuestra capacidad de habla, escucha y tacto, cuando algunos de nuestros hermanos se ven imposibilitados. Y aun, en casos extremos, el Señor nos ha ofrecido un idioma que traspasa todos los sentidos: el idioma del amor que habla, y grita, con los detalles de cariño, cuidado y protección.

Hoy también recordamos el día del libro. Domingo tuvo múltiples contactos con muchos de ellos: los amó desde pequeño y conocía el valor de estos, tanto así que llegó a desprenderse de ellos cuando hubo necesidad. Con ello, Domingo nos enseña nuevamente que el contacto con las palabras no debe hacernos esclavos del intelectualismo, más bien nos abren horizontes, nos ofrecen nuevas expectativas y nos comprometen a cambiar, en definitiva, nuestro mundo, a través de hechos concretos. En este sentido, Domingo degustó de muchas obras, pero ha pasado a la historia su preferencia por las Sagradas Escrituras (especialmente el evangelio de Mateo y las Cartas Paulinas, que sabía de memoria) y la lectura de las Colaciones de San Casiano, sentencias sobre la vida de los padres del desierto que acentúan el amor y dedicación a la contemplación, que para Domingo será el fundamento de su predicación.

Pero cuando faltan los libros “materiales”, buen uso le podemos dar a los libros de nuestras vidas y, sobretodo, el de la vida del mundo que asoma sus páginas a nuestros ojos para que veamos las fotografías de lo que acontece, gritándonos que, por favor, actuemos. Domingo supo leer en ambos libros, y escribía en un libro favorito: el de la caridad, el libro de "pieles vivas" y no el de las muertas por la indiferencia y la falta de hermandad; el mismo libro en el que también Francisco, su contemporáneo, escribió con las tintas de la pobreza y la fraternidad. Ojalá que podamos leer todos los días estas páginas y nos convirtamos en predicadores no solo de palabras y palabras, sino de la Palabra que se encarna en cada una de nuestras vidas. 

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