Presente y futuro de las comunidades cristianas en la misión Quillabamba

 

Quillabamba ha sido (y probablemente lo siga siendo) el centro de la misión en la Zona del Alto Urubamba del Vicariato Apostólico de Puerto Maldonado. Todavía, en el comedor conventual, continúa un estante con casilleros en los que se reciben notificaciones y envíos para las parroquias de Huayopata, Koribeni, Quellouno, Santa Teresa, entre otros… Lo que recuerda que la misión dominicana alcanzaba a muchos lugares que hoy están bajo la guía del clero diocesano, a buena hora, aunque sus esfuerzos siguen siendo insuficientes para tan grande territorio y tanta sed de Dios. Los frailes españoles todavía siguen evocando con cariño algunas de sus experiencias en las alturas de Vilcabamba o las lejanías de Ocobamba; además de hablar de personas y familias concretas: de las comunidades, del trabajo sinodal con las religiosas y de agentes pastorales que ahora descansan en Dios después de haber echado buena semilla en estas tierras.

Acompañar Comunidades Cristianas desde Quillabamba es un desafío de cara a la sinodalidad y la construcción de la Iglesia local tan necesaria. En menos de cinco años pasamos de 4 a 5, y de 5 a 6 “zonas” campesinas, y de 5 a 11 “zonas” urbanas. En la paradoja de la historia, veinte años atrás, cuando las distancias eran más largas, las comunidades campesinas vivían la efervescencia de su carisma; hoy, hemos tenido que reorganizarlas en cercanía para que –precisamente- las distancias no sean excusa para reunirse. A más carreteras y cemento, los esfuerzos por mantener la cohesión en medio de las modernidades han sido preocupación de la planificación pastoral. Otra ha sido la realidad de las comunidades urbanas, que se encaminan hacia un proceso mucho más urgente. En la visión de nuestro obispo: en ellas anidan los campesinos de ayer que, por necesidades familiares y laborales, han tenido que instalarse en la ciudad, y requieren seguir siendo acompañadas: en ellas se encuentran el germen de las futuras parroquias.

Las comunidades campesinas

A las comunidades campesinas, tradicionalmente, se les ha venido acompañando con celebraciones eucarísticas en sus mismas capillas o espacios comunales (de 4 a 8 celebraciones durante el año), incluyendo las tradicionales misas de Pascua, de Navidad y la fiesta patronal correspondiente. Hacia el año 2019, Fray Luis Ricardo Villegas Ancajima (entonces párroco) emprendió un proyecto que ha dio buenos frutos: las visitas pastorales fuera del horario de la Misa, para hablar de la situación de la comunidad de manera más amplia. Han sido espacios generativos de confianza, de sinceramiento y de reordenamiento que, por falta de tiempo, tratándose de 52 comunidades, no se han podido acompañar de modo completo.

Otros espacios importantes en la Pastoral Campesina son los tradicionales cursos zonales. Los hermanos, disponiendo sus tiempos durante el año, se encuentran para recibir temas de formación, de corte doctrinal, social, de salud, según las necesidades del momento. Tanto los frailes como agentes pastorales son llamados para exponer los temas propuestos. También, las comunidades llevan ya en cronograma anual su Curso de Planificación en Vísperas de Domingo de Ramos, el aniversario de las Comunidades Cristianas Campesinas el 29 de junio y su Congreso anual en Vísperas del I Domingo de Adviento.

En medio del acompañamiento a nuestras comunidades se acentúan algunos desafíos: la migración a la ciudad, la edad de sus integrantes (muchos mayores de edad), el liderazgo para asumir oficios y ministerios, la reevangelización en medio de un mundo que lo desacraliza todo, el abandono del campo ante la búsqueda de oportunidades de trabajo y de estudio (sobre todo en familias con hijos menores de edad). A pesar de ello, nuestra parroquia sigue teniendo razones que generan esperanza: la fidelidad de los de siempre, "un resto de Yahvé” que piadosamente espera su celebración comunitaria, el recuerdo de antaño que reaviva siempre el presente, la vuelta al campo promovida por los nuevos proyectos y emprendimientos municipales y familiares (sobre todo en café y chocolate que han logrado gran protagonismo mundial), la propia vida del campo que ofrece un modo genuino de celebrar la fe, entre otros.

Las comunidades urbanas

La urbanización de la misión ha sido uno de los temas más llamativos de la programación pastoral. Tradicionalmente Quillabamba se organizaba en torno a cinco zonas encomendadas a hermandades y grupos apostólicos, los que se conformaban el Consejo de Laicos. En los últimos cinco años, algunas comunidades campesinas pasaron a ser urbanas, reconfigurándose su modo de acompañamiento. Así mismo, nacieron otras comunidades como producto de la expansión y crecimiento urbano, en lugares que antes habían sido solo chacras. En torno al centro de la ciudad, estas comunidades tenían una misa mensual que, con el paso de los años, han sido insuficientes para avivar la esperanza de las familias. Se han dado pasos importantes como Catequesis locales para niños y para jóvenes en algunas zonas, celebraciones de la Palabra u otras actividades dirigidas por laicos y religiosas, celebración propia de sus fiestas patronales y el reacondicionamiento de sus capillas, con miras, a un mayor número de participantes.

Los grandes desafíos en estas comunidades son: La toma de conciencia del sentido comunitario-cercano-vecino, que podría facilitar el crecimiento en la fe; la evangelización de los “nuevos vecinos”, migrantes, que, llegando de otros lugares, no tienen experiencia de comunidad; las pastorales de niños y jóvenes en medio de un mundo de academias, gimnasios, piscinas, canchas deportivas y actividades recreativas que esperan muy poco de espacios de espiritualidad como los que ofrece la Iglesia; el abandono de los ancianos dentro de sus propios hogares, quienes añoran su vida campesina de familia y de respirar aires más frescos. También, a pesar de esto, se puede ver con buenos ojos que haya grupos de familias y hermandades dispuestos a donar su tiempo para formar comunidad, una búsqueda de Dios (aunque sea en la fiesta patronal) que sigue haciendo de Quillabamba una ciudad mayoritariamente católica (tal vez en un 90%)... finalmente y no menos importante: la capacidad solidaria del pueblo que ha logrado grandes hitos en medio de las situaciones de burocracia estatal y de situaciones sociales que requieren siempre de la caridad organizada. 

En los últimos años ha sido importante el replantear cómo vivir el cristianismo católico en medio de comunidades que no siempre tendrán la presencia de sacerdotes, aunque sí de grupos devotos conscientes de su fe. Se han dado pasos como: el Viacrucis peregrino alrededor de las casas durante la Cuaresma, la Adoración Eucarística de los jueves o la novena al Niño Jesús antes de la Navidad, esta última a sabiendas que durante este tiempo la tradición parroquial es realizar misas del 9 al 23 de diciembre en el campo. Todas estas actividades se programan en conjunto con el Consejo de laicos, quienes celebran su aniversario común el 29 de abril, al amparo de Santa Catalina, una ferviente y caritativa laica dominicana que hizo comunidad, iglesia, sin profesar votos religiosos o ser sacerdote. 

Echarati y la construcción de la Iglesia local

Como colofón a la situación de la misión dominicana en Quillabamba, en los últimos años la metáfora de la construcción de la Iglesia de Echarati es un brote de esperanza que sirve de ejemplo para confrontarla con lo que esperamos de las comunidades, sobre todo urbanas. Por más de diez años esta comunidad es atendida de modo especial, con misa dominical y atención a situaciones pastorales de salud y exequias. Dos religiosas de la congregación Catequistas Franciscanas (fundación brasileña) llevan la misión. Junto a ellas, un grupo de laicos (tras la destrucción del antiguo templo, del tiempo de las Haciendas) sueñan con un proyecto más fraterno, de encuentro, de identificación, de sinodalidad. Aun cuando las religiosas se encuentran fuera del distrito, algunos laicos han asumido misiones concretas sin haber recibido ministerios en ceremonias concretas. Si bien el clericalismo social sigue siendo una excusa para que más personas se atrevan a asumir su compromiso bautismal en la misión, el misticismo de la construcción material del Templo les viene desafiando. Con ellos se espera trabajar más no solo en la imagen de una futura parroquia, sino de una comunidad sinodal, ministerial, misionera.

Los frailes dominicos, como hijos de Domingo, quisiéramos hacer nuestra parte en estas tierras: Enseñarles a amar a la Iglesia y provocar la urgencia de la predicación; formarles en la compasión y la búsqueda de la gracia sacramental, pero también en la fraternidad y la misión. Es cierto que son más de cien años en que muchos han esperado cosechar y no han podido verlo con sus propios ojos. Estoy seguro que estamos en el tiempo de la cosecha. 

Fr. Joel Alfonso Chiquinta Vilchez, Parroquia de Quillabamba 

[Actualizado al 15 de febrero del 2023]

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