Breve elogio a los dominicos en el Perú y La Convención


Les voy a contar la historia de los frailes de blanco y negro,
fundados por el buen Santo Domingo en el año 1215,
pero que llegaron al Perú hacia el año 1531,
cuando la comitiva de Francisco Pizarro y la liga conquistadora,
llegaron a nuestras tierras para cambiar el curso de la historia.
Dicen que fue descubrimiento, otros hablan de encuentro de dos mundos,
y otros más prefieren hablar de desencuentro,
lo cierto es que hace 500 años nuestras sangres se mezclaron
y nació lo mestizo y lo criollo, la novedad y un nuevo comienzo.

En esa historia los dominicos llegaron para evangelizar,
eran los primeros misioneros, los primeros católicos con autoridad,
Y no llevaban la espada, sino la Cruz entre sus manos,
además de algún breviario o una Biblia de bolsillo,
y eso bien lo recuerda Atahualpa que la vio con sus propios ojos,
que a la vista de sus enemigos, rechazó tirándola al suelo,
y ese hecho le propinó tal flagelo y el mal inicio de la evangelización.

Por eso es que más tarde, Fray Vicente Valverde fue nombrado
protector de los indios y los esclavos
que empezaron a perder sus derechos,
como nunca lo hubiesen imaginado.

Y heredamos el Qorikancha, el Acllahuasi y algunas tierras
para comenzar hacer sementera de los nuevos valores cristianos
que si se fijan bien no son tan lejanos
al AMA SUA, AMA QUELLA Y AMA LLULLA,
pues la Verdad de Dios y sus mandamientos están en todas las culturas,
en la incaica y la matisgenka que buscan el buen vivir.

Y el buen vivir buscaron los frailes de blanco y negro
cuando aprendieron el quechua y lo tradujeron en el Lexicon,
Fray Domingo de Santo Tomás nos dejó aquel gran diccionario,
y no solo un abecedario, sino el interés por inculturizar.
Hacía falta la educación y nació así la Gran San Marcos
en los claustros de la Basílica del Santísimo Rosario
que aun conserva los recuerdos y la lección.

Y transcurridos los primeros cien años, qué tesoro nos dejaron al Perú,
los frailes de blanco y negro, escuela de santidad:
Santa Rosa y San Martín florecían por las calles de la ciudad,
junto a San Juan Macías por la Lima virreinal.
Combatientes de la injusticia, defensores de la igualdad,
así los dominicos enseñaban que era hora de la Libertad...
y por eso más tarde se unieron a la gesta tan soñada,
la de la patria liberada del yugo avasallador.
Y cuando se escuchaban vientos y caballos, Fray Bernardo Alcedo componía,
junto a José De la Torre Ugarte, algunas canciones de algarabía.
Y no, aún no hablemos del himno patrio, que ese viene después,
Hablemos y cantemos “La chicha”, la primera canción de este entremés.

(Canción: "La chicha")

Volvamos queridos hermanos a conocer la historia de los dominicos,
que llegados a los 1900 se encontraban en grave crisis,
muchos conventos y muchas parroquias esparcidos por todo el Perú:
en la costa y en la sierra la gente les conocía.
Pero faltaba la Selva, Señores, y Dios también los trajo,
cuando en los años 1900 el Vaticano los mandó a llamar,
nuevamente desde España, a la misión comenzar.
Fue Ramón Zubieta y la madre Ascensión Nicol
los que escucharon el llamado y no dudaron maletas alistar.
Así vinieron de Huelva, por Lima y por el sur,
llegando a Puerto Maldonado, al Alto y Bajo Urubamba,
a caballo y a peque peque, ¡no importaba la embarcación!
La fiebre del caucho estaba hirviendo y el prójimo necesitaba protección.

Fundaron escuelas y postas, para la educación y la salud:
dos armas que el pueblo necesita para seguir al frente de la lucha.
Así a La Convención llegaron a Rosalina, y hasta Chirumbia,
a Koribeni, Pangoa, Kirigueti, Timpía y Malankiato.
Llegaron a Quellouno, Ocobamba, Maranura, Santamaría, Vilcabamba,
Huayopata y Santa Teresa.
Y en el distrito de Santa Ana heredaron la antigua parroquia,
¡una de la primera de nuestras Tierras! Y que por amor a la Purísima
luego fue encomendada: la parroquia Inmaculada.

Y si de la Inmaculada hablamos, ahí estaban nuestras misioneras,
para fundar la escuela de señoritas, y más tarde el Hospital,
el del Amor Misericordioso, para combatir el paludismo.
Y como la comunicación era necesaria,
nació más tarde Radio Quillabamba,
Voz de los que no tienen voz, aludiendo,
a ser de las primeras en dar anuncio,
a los que necesitaban ser escuchados,
aunque les exploten con dinamita,
porque la historia así lo recita,
y los sobrevivientes viven para contarlo.

Podemos cantar las glorias de Pío Aza o Sabas Sarazola,
la de los misioneros y misioneras de Misema
o la de las Monjas de Nuestra Señora del Rosario,
que no por estar encerradas no sepamos nada de ellas,
pues hasta Bodas de Plata han cumplido y bien alegres se conservan.
Podemos hablar de Monseñor Larrañeta,
de Alfredo Encinas o el Padre Panera,
del buen Fray Regino o de la Madre Reginalda,
¡que de ellos aun muchos recuerdan!

Pero aun están entre nosotros Madre María Jesús y Fray Rufino,
Madre Jacinta, Fray Luis Verde o Monseñor Paco,
son memorias vivas del alma blanco y negro
que amó estas tierras y que toca a quienes llegan
seguir con ese legado, y más vale que así lo sea…

Porque dominicos y dominicas tenemos para rato,
para tomar chocolate con padre Vicente o unas ricas yucas con Madre Esther,
para tomar café con padre Santi o con padre Roberto un rico masato.

¡Qué vivan los dominicos y las dominicas!
¡Y la tierra convenciana que nos ha acogido con cariño!,
¡qué viva La Convención!, ¡qué viva nuestra nación!

Fr. Joel Alfonso Chiquinta Vilchez, Op 

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