Crecer en obediencia


El famoso pasaje del "Niño perdido y hallado en el templo" (Lc 2,41-52) es una historia vocacional interesante y aleccionadora. El joven Jesús, en realidad, no se ha perdido, sino que se ha encontrado o -mejor dicho- ha encontrado al Padre en Él, de tal manera que está preocupado por sus cosas, por las cosas de SU Padre. Sediento de respuestas ha acudido a los maestros y doctores, "les escuchaba y les hacía preguntas" -señala San Lucas. Cuando José y María, por fin lo encuentran, tras unos días de angustia, el joven rebelde Jesús les responde: "¿No sabían que yo debía estar en Casa de mi Padre?" De hecho, sus padres ni se lo imaginarían, pues Lucas afirma que "no comprendieron la respuesta que les dio". Tal vez tampoco tenían por qué saberlo... y este es un problema de la rebeldía juvenil, pensamos que todos deben saber o intuir por lo que uno pasa y deben, por eso, dejar a uno tranquilo. 

Pero luego de esta impase, la historia continúa diciendo que "Jesús volvió con ellos a Nazaret y vivió sujeto a ellos", creciendo en "sabiduría, estatura y gracia ante Dios y los hombres". Nuestras búsquedas juveniles, que terminan muchas veces en respuestas, deben ser siempre acompañadas dentro de la familia, o de una familia. Hubiese sido un mal ejemplo para los vocacionados en el mundo un Jesús que hace lo que quiere y cuando quiere. Algunas traducciones de las Escrituras sugieren hablar de obediencia, cuando se dice estar "sujeto a ellos". ¿Le habrá costado a Jesús el obedecer? El escrito a los Hebreos dice: "Aunque era Hijo (de Dios) aprendió la obediencia a través del sufrimiento", con lágrimas. El episodio de la oración en el huerto también nos presenta a Jesús frente al Padre, invocando que Él, si puede, aparte el cáliz que está a punto de beber (Lc 22, 42); pero la oración termina en "que se haga su voluntad". 

La obediencia es una respuesta libre en la vida consagrada, y se nos es consultada. Y si bien es cierto, nos trae algunos sufrimientos, cuando la hacemos nuestra, cuando se convierte en una virtud, cada vez nos costará menos. Jesús iba creciendo en sabiduría, tras obedecer a sus padres. Podemos decir que también empezó a crecer en obediencia. Nunca más volvió a ser rebelde. Es más, en cada aparición solía citar que todo lo que hacía NO era por Él mismo, sino por "su Padre que le ha enviado". Es obediencia humilde. Reconoce que no es por sus propias fuerzas, sino por su comunión con el Padre. A medida que pasan los años, tendríamos que preguntarnos si estamos creciendo en la obediencia, o seguimos con la actitud de un joven de doce años. 

También habría que preguntarnos: ¿Buscamos respuestas solamente en los lugares que nosotros imaginamos o regresamos a la familia, a la familia religiosa para encontrarlas? Una gran tentación, que puede traicionar nuestra identidad, es buscar respuestas en otro lado. Es cierto que no siempre encontramos respuestas en una sola Biblioteca o en un solo carisma, pero al habernos adherido a una familia, se supone, que ella está para que nos acompañe y oriente. Hay que confiar en la familia. 

Jesús termina convirtiéndose en un buen hijo. Es el hijo del carpintero y el hijo de María. Nunca se habla mal de ellos. A José se le presenta como el "justo" y María aparece como la "orante". Más allá de los detractores y marginadores, a Jesús no se le recuerda como un hombre de malas costumbres. Cuando en una reunión de familias se cae en la conversación de distinguir a unas de otras, es vergonzoso ser señalado como parte de "la familia que siempre anda peleando", "los irrespetuosos", "los malcriados"... Si aprendemos a obedecer en la familia, ob-audire, escucharnos en familia, no tendremos estos señalamientos. 

Que la obediencia nos haga crecer. 

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