Crisis de identidad
La identidad se encuentra en constante riesgo en nuestra sociedad.
La palabra identidad está relacionada a "conjuntos de rasgos que caracterizan a uno mismo". De hecho, se encuentran dentro de su raíz etimológica. Decimos que la identidad se encuentra en riesgo porque lo que antes era más que comprobable, hoy se encuentra sujeto a pormenores de percepción. Sin querer tocar las fibras de posturas ideológicas ya conocidas, hoy se habla mucho de que cada uno puede asumirse/percibirse como desee. Lo que antes podría identificar algo, hoy puede estar sometido a toda clase de discusiones. ¿Qué identifica a un cristiano?, ¿qué identifica a un ser humano?, ¿qué identifica a un hombre o a una mujer? antes podría tener una respuesta más que suficiente. Hoy, los nuevos "empoderamientos" y usos del lenguaje vienen asaltando a esquina viva todos nuestros esquemas.
Un cristiano es, sin lugar a duda, un seguidor de Cristo. Hoy se quiere asumir cualquier cosa como cristiana. Se celebran fiestas patronales con alcohol y con despilfarros, pero como se tiene la imagen de un santo o de un rostro del Señor, eso se defiende como "cristiano". También se quiere asumir como cristiano todo el sincretismo que pone por portada algo que tenga que ver con ángeles, la Virgen o los santos. Se quiere asumir, también, como cristiano a quien participa de un culto interesante, lleno de oraciones de intercesión, de alabanzas exacerbadas y de manifestaciones estrambóticas, anulando incluso cualquier otra clase de expresión religiosa, porque solamente eso es digno de llamarse cristiano.
Se podría también pensar que un ser humano es alguien con capacidad de libertad y autonomía, pero también entran en este perfil quienes necesitan de terceros para desplazarse y desarrollarse, incluyendo a recién nacidos y parapléjicos, porque en realidad el rasgo característico de la humanidad es su dignidad, y por ende no hay ninguna duda que son humanos... pero sin escudriñamos los procesos embriológicos en el vientre materno o en una probeta de laboratorio, ya no todos están de acuerdo de que esas criaturas (en potencia) lo sean. Y si antes las características fisionómicas y biológicas identificaban quién es hombre y quién es mujer, hoy sería un "delito de odio", por ejemplo, atrevernos a llamar "hombre" a alguien que se ha cambiado de sexo en un registro público, que ha sido sometido a una operación o aumento de alguna protuberancia, pero del que todos sabemos que en su más profunda genuinidad nació siendo varón. Los más de ciento veinte géneros "aceptados" por organismos internacionales son una prueba de la crisis de identidad que vive nuestra humanidad. Cuando se pensaba que la sociedad en absoluto y en todos sus ámbitos (incluso el católico) terminaba asumiendo las orientaciones sexuales, una explosión de "identidades", "percepciones", colores y símbolos, que en muchos casos podría ser catalogados como trastornos de personalidad, quieren, de cualquier modo aceptados como "verdaderas identidades".
La identidad debe pasar por un proceso de descubrimiento de la Verdad. Y aquí hay otro problema: vivimos en el tiempo de la posverdad. Santo Tomás de Aquino decía que la verdad es la "adecuación de la mente con la realidad". Hoy este concepto podría entrar nuevamente en crisis por cada forma de pensamiento y "de-mente" que encontremos en el camino, pues sería totalmente irracional pensar que todo lo que pasa por nuestra cabeza realmente exista de facto, pero hay muchos atrevimientos en este sentido.
Cuando dos personas discuten y la situación parece irreconciliable es porque cada una se ha hecho un "esquema mental" de lo que cree como realidad; sin embargo, no se puede vivir eternamente cegado y hay que llamar a un tercero para viabilizar el camino hacia la realidad. Entonces se descubre que hubo un malentendido, y con pruebas racionales, fehacientes, nunca con elucubraciones, se resuelven los conflictos: los diagnósticos, los juicios tratan precisamente de arreglar estos asuntos. Pero qué pasa en una sociedad donde hay una grave incapacidad para ser cooperadores de la Verdad, en la que es más importante "lo que pienso", aun cuando sea falso y tenga que crear un universo paralelo, un constructo que certifique mi postura, por más equivocada que sea, en contra de lo real que no quiero aceptar... Y, pues, como la mente es totalmente poderosa y el ser humano es tan inteligente incluso para des-identificarse, logra incluso hasta lo imposible. Como consecuencia, no solamente encontramos una sociedad y personas que traicionan sus propias identidades, sino que se mienten a sí mismas, y aceptan sin despreocupación cargar con ese falso universo. Por eso, estamos en crisis.
Como ayer, como hoy, y como siempre, Jesús se nos propone como modelo de identidad. San Pablo llega a llamarlo el "hombre perfecto" (Ef 4, 13), acaso el auténtico. Identificarse consigo mismo es ser auténtico consigo mismo. Jesús nunca se des-identificó aun cuando dos naturalezas estaban en Él. Nunca dijo: "ahora actúo como Dios" y "mañana actuaré como hombre". Su mismo ser actuaba transparentemente en todo momento. Llegó a definirse como "la Verdad" en un gesto de profunda revelación. Podríamos pensar que fue a propósito: ¡Para seguirme, reconoce tu verdad! Y si no sabes cuál es tu verdad, "¡Ven a mí, Yo soy la Verdad!"
La des-identificación de la sociedad es también producto del olvido de Dios. Aun para las mentes más ateas la idea de "Dios" impregnaba un sistema de orden moral. Al deshacernos de Él, todo parece permisible. Cuando las teorías contemporáneas de la moral sugieren elementos y/o valores fundamentales como el bien común, la no maleficencia, la justicia, la equidad, la prudencia, entre otros, llegamos al punto que estos conceptos traídos de la filosofía griega, fueron preservados por la teología cristiana, puestos en la base de la moral teórica que ha regido todos estos siglos, y aun cuando muchos actores/sujetos del cristianismo los hayan trasgredido, siguen siendo tomados como referentes para recuperar el humanismo necesario en estos días. Y es porque creemos que en Cristo alcanzaron un nuevo sentido, en Cristo alcanzamos "la madurez de la plenitud".
Recuperar nuestra identidad pasa también por la transparencia que podamos reflejar. Cuando tomamos un vaso de vidrio contenedor de agua y podemos percibir lo que hay dentro (tanto externa como internamente) hablamos de lo transparente. El ser humano que no vive en transparencia tiende a ocultar o presentar solo un aspecto de su identidad, vive en la continua tentación de "no revelarse", "no mostrarse". Cuando no asumimos nuestras verdades, fácilmente maquillamos nuestro ser. La redes sociales y las tecnologías de hoy son precisas herramientas para promover la no-transparencia. Podemos tener varias cuentas (una para esta parte que quiero mostrar y otra para otro tipo de contenidos), varios perfiles o avatares. Con unos me puedo comportar de un modo y con otros seré diferente. Tal vez todo ello responde al clima de desconfianza que también existe en nuestra sociedad, pues ser demasiado transparentes también puede convertirse en un peligro. Por querer ser más auténticos, podemos ser los más incomprendidos.
Será un reto de nuestras vidas la constante re-definición de quiénes somos. Aprender a identificarnos, identificarnos de verdad. Y si con Dios podemos contar, no hay duda que nos encontraremos realmente con quienes somos.
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