Crónica de un viaje inesperado: De Lima a Sepahua


Ya hace ocho meses atrás sabía que mi nuevo destino iba a ser las Misiones de Kirigueti y Timpía (en La Convención, Bajo Urubamba, Cusco). Sabía que estar allí me traería muchos retos, y entre ellos: el mismo viaje. 

Diario de un misionero en el Bajo Urubamba, Capítulo 1

Para llegar a Kirigueti se pueden tomar hasta tres caminos: O por Cusco o por Pucallpa en avión o por tierra llegando a algunos lugares específicos. Todos parten de Lima. Para ir por Cusco, se debe luego tomar un bus para Quillabamba (5 horas), luego otro bus hacia Ivochote (6 horas, y los buses solo salen de madrugada), y de Ivochote se toma un bote (cuyo viaje duraría de 6 a 8 horas, dependiendo del estado del río; y sabiendo que estos botes solo salen por la mañana). Para ir a Kirigueti por Pucallpa, se debe luego tomar o avioneta hasta Sepahua y, desde allí, un bote hasta Kirigueti, o bote hasta Atalaya, otro bote a Sepahua y otro bote hasta Kirigueti. La tercera ruta, terrestre, es la más desconocida para mí, pero sé que se sale de Lima hacia Satipo, y luego se toma carretera (trocha) hasta Atalaya; luego se procede a tomar bote hacia Atalaya, y finalmente Kirigueti. Esta vez, para llegar a mi nueva misión he tomado la segunda ruta en su modalidad completamente fluvial. 

Jueves 22 de febrero. Mi alarma me despertó a las 4.00 de la mañana y en menos de media hora ya estaba listo. Bajé a la capilla del Santísimo del convento San Alberto Magno de Lima, donde estuve hospedado todo el último mes, me encomendé al Rey de Reyes y llamé un taxi para que me lleve al aeropuerto. Había llegado demasiado temprano, pues el avión recién saldría a las 6.30 am, pero llevaba equipaje y quería preverlo todo. Hacia las 8.00 de la mañana ya estaba en Pucallpa, "la metrópoli de la Amazonía".  ¡Realmente es una metrópoli! Me hospedé en un lugar llamado Kike's, pues fue difícil contactar con los sacerdotes de la zonas (más tarde me enteré que estaban de retiro espiritual). Pasé, como me enseñaron mis hermanos dominicos, a presentarme a la parroquia, después de haberme instalado, y un grupo de laicos me invitaron a la adoración Eucarística de la tarde. Tenía todo el día para turistear, puesto que la avioneta saldría el 24 de febrero (sábado) y me uní a un grupo guiado: fuimos a Yarinacocha. Además de subirme en bote y tomarme unas fotos nos acercamos a algunas comunidades que tienen muy bien organizada su propuesta turística. Volvimos a la ciudad a las 4.30 de la tarde y emprendí camino hacia el centro, llegando justo para asearme y participar de la adoración eucarística. También pude presidir la Eucaristía, gracias al permiso de un padre salesiano que estaba regentando la parroquia mientras sus hermanos estaban de retiro. Luego de comer un rico pollo a la brasa, regresé al hospedaje, extenuado, al punto de quedarme dormido en medio de una reunión virtual que tenía agendada. 

Viernes 23 de febrero. Recibí una llamada a primera hora. El profesor Willy, contacto con la avioneta que subsidia el estado y que realiza viajes hacia Sepahua, me informaba que la avioneta no saldría hasta la próxima semana. A ello se sumaba el estado de "probabilidad". Debía tomar la ruta fluvial para evitar esperar más días. Tengo que decir que no pensé pasar por bote tanto tiempo, pero el Señor así lo ha querido. Han sido cerca de 18 horas de viaje desde Pucallpa hasta Atalaya. El río Ucayali estaba tranquilo. El clima avizoraba lluvias, pero gracias a Dios ninguna se nos presentó por el camino. Me quedé sorprendido cuando subí al bote. Estaba completísimo: asientos aprobables, espacios para los bultos, tomacorrientes para los celulares, servicio de venta de productos a bordo (y luego servicio de limpieza, recogían la basura, ¡me encantó!), desayunito de cortesía, cine, baño y hasta Internet (luego de previo pago). Yo que me pensaba abrazándome completamente a la contemplación de la Amazonía, lidiaba con la incorporación del capitalismo en medio de las aguas. Bueno: una raya más al tigre. 

A eso de las ocho de la noche, el bote se detuvo en un caserío de Bolognesi: era la hora de la cena, y como en ruta terrestre provincial, un pequeño restaurante acogía a los tripulantes con un variado menú, al que no tuve acceso, porque antes de subir al bote había ido preparado. Llevaba en mi bolsa de tela, por supuesto, dos tapercitos de comida, dos postres, algunas galletas, bebidas rehidratantes y mi bidón de agua. Por la madrugada hizo un poco de frío, pero no mucho. Yo estaba equipado con los regalos que me habían hecho los niños del coro parroquial de Quillabamba: Un buzo impermeable, una camisa compacta y un cortaviento. Y aunque la señora que estaba detrás levantaba a cada rato la ventana (en realidad, un plástico que hacía de veces) y entraba una brisa de madrugada, nada interrumpía mi calma. Entre acompañarme con breves conversaciones con mi compañero de tripulación, escuchar la música variada que iban poniendo, mirar algunas películas, escuchar Radio María e ir haciendo capturas del viaje con mi celular se fueron en un abrir y cerrar de ojos las 18 horas. 

Sábado 24 de febrero. Diez de la mañana, en tierra firme: Atalaya. Fui a la casa de la misión, donde el diácono Enrique me esperaba. Mi paso por Atalaya pudo ser más provechoso, pero la lluvia lo impidió. Apenas visitaba la plaza de Armas y los exteriores de la Iglesia cuando cayó el chaparrón. No pude salir todo el día. Aproveché para leer y descansar. Quería conocer el famoso internado NOPOKI, un internado universitario para chicos y chicas de comunidades nativas. Luego de participar de la Santa Misa, cenamos con padre Wilder, sacerdote diocesano del Vicariato de San Ramón y el diácono de la Fraternidad Cristo Vive. Me acosté temprano, pues al día siguiente debía salir para Sepahua, me esperaba un supuesto viaje de "seis horas". 

Domingo 25 de febrero. Me levanté nuevamente de madrugada para estar a las 5.30 de la mañana en el puerto. "El Cheverón" -que así se llamaba el bote, parecía combi limeña. Se detuvo en todas las comunidades ribereñas subiendo y bajando pasajeros, aun en medio de la lluvia que acompañó toda la travesía. Trataba de estar inmutable, pero me comencé a desesperar. Por fin llegué a Sepahua pasadas las tres de la tarde. Fray Ignacio Iráizoz, mi nuevo superior, me esperaba con alegría, y angustia. Me esperó con un rico almuerzo y con un compañero de mesa: Willy, un jovencito de catorce años que rápidamente se hizo mi amigo. Desde el primer momento mostró su deseo de conversar algunas de sus inquietudes, y, pues, para eso estamos. La tarde se nos pasó en medio de palabras y para la noche, Fray Ignacio había invitado a la hermana Yuri y dos compañeras de la misión para la lectura de mi carta de asignación. Después del respectivo brindis y las respectivas fotografías, estaba oficialmente incorporado a mi nueva casa, por que es así: si bien es cierto que viviré en Kirigueti, mi casa de asignación es la de Nuestra Señora del Rosario de Sepahua. 

Y ante el Santísimo y nuestra Santa Madre, estaba agradecido por la vida y la vocación. Santo Domingo del Urubamba, ¡ruega por nosotros!

Comentarios

  1. Gracias fray por compartir su experiencia y mostrarnos ese territorio, Dios bendiga su misión

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares