Los sacramentos en la Iglesia primitiva

En un curso introductorio[1] a los sacramentos, recibí una singular definición de sacramentos: Son signos sensibles de la gracia divina, instituidos por Jesucristo y confiados a la Iglesia. Y una breve explicación describía estos signos como señales externas (expresadas en los rituales) y profundamente internas, como regalos de la inclinación de Dios en favor de los hombres. Él se acerca, se inclina gratuitamente, ofreciendo gracia, especialmente en su Hijo, quien nos ha manifestado al Padre; por tanto, se dice que Jesucristo ha instituido los sacramentos.

Hoy la palabra "institución" debería re-interpretarse. No negamos la institución[2]por parte de nuestro Señor, sino el modo cómo se puede entender este término. Del mismo modo cómo se interpreta la institución de la Iglesia por Jesús, en la que se concluye que Jesús la instituyó en cuanto formó una comunidad, y es más bien su fundamento en vez de un organizador de estructuras; análogamente podríamos decir que los sacramentos fueron instituidos en cuanto brotan de las acciones de nuestro Salvador, quien por medio del Espíritu Santo ha conferido estos instrumentos de salvación para y por su Iglesia: Jesús es fundamento de los sacramentos más que un simple organizador de estructuras litúrgicas. Nunca leemos en nuestras fuentes que Jesús dijo: “instituyo ahora el Bautismo como sacramento…” o “en esta última Pascua que como con ustedes los ordeno presbíteros… y a ti, Pedro, epíscopo y mi sucesor…”. Lo que ahora reconocemos como sacramentos de nuestra Iglesia no son sino la celebración de la acción salvadora de Dios sobre nosotros. Celebramos el hacernos parte de su Cuerpo (sacramentos de iniciación), el fortalecernos ante el pecado o la enfermedad (sacramentos de reconciliación) y el llamado universal a la santidad desde nuestra condición (sacramentos de servicio a la comunidad). Pero de ningún modo la Iglesia se los inventó. Si revisamos nuestros orígenes, si ojeamos cómo los primeros cristianos celebraban ingresar (o reingresar después de pecar) y fortalecerse en la comunidad o la alegría de la vocación descubierta, descubrimos que la estructura de las celebraciones no ha variado mucho: mantenemos la esencia de los gestos. Revisemos por ello, brevemente, como se celebraban estos sacramentos en la antigüedad cristiana.

 

1.    La iniciación cristiana

Para hacerse cristiano había que reconocer que Jesús era el Mesías Hijo de Dios. Esta era la sencilla y profunda convicción que debía tener todo discípulo de Cristo. Reorientar la vida hacia Cristo debía ser el camino para el judío que tenía muy presente la creencia en un Dios único, la Ley y la esperanza de la salvación. Mientras que para los paganos significaba desarraigarse totalmente de toda creencia politeísta.

Como lo atestigua el libro de los Hechos de los Apóstoles, a la convicción le seguía la aceptación mediante un ritual: El eunuco (Hech 8, 38), Pablo (9, 18), Cornelio y sus familiares (10, 48), Lidia y los de su casa (16, 14), el carcelero y también los de su casa, fueron bautizados (16, 33), por ejemplo. Tal parece que los discípulos continuaron con este ritual judío, derramando agua sobre los nuevos cristianos, pero con un nuevo significado: Ya no sería el de la conversión propagado por Juan el Bautista, sino un nuevo renacimiento en el Espíritu, participando en la muerte y resurrección de Cristo (Rom 6, 2-11; Gál 3, 27; Col 2, 11-13). Los textos de Pablo recogen palabras que pueden darnos alcance del significado inicial del bautismo: agua, Espíritu, revestimiento, muerte, resurrección; mientras que en los Hechos se denota fácilmente la constante acogida-duda por parte de los judíos (Pablo pasa un tiempo en la comunidad de Damasco, pero en Jerusalén le tenían miedo; Pedro bautizó a los gentiles de la casa de Cornelio, pero los judíos le reprocharon); en cambio, por parte de los gentiles, se nota una gran apertura a reconocer al otro como hermano, como parte de la familia (Lidia o el carcelero reciben a Pablo y le pedían que se quedasen con Él). Claro, el tema no es aquí si aceptan o no el bautismo, sino si aceptan o no al otro como parte de la Iglesia de Dios. El bautismo podría ser un rito simbólico en los inicios, pero no necesariamente acreditaba la pertenencia a la comunidad. Esta problemática se afianzaba con la arbitrariedad e improvisación con que se daba el Bautismo: qué fórmula usaban, cómo se hacía, quién lo administraba, podrían ser la primera interrogante. Urbina dice:

 “Los primeros cristianos especularon muy pocos sobre sus rituales. A los conversos se les pedía que reconociesen a Cristo como Mesías o Hijo de Dios, tras lo cual recibían el Bautismo… A veces eso se conseguía con la simple imposición de manos (…), algunos fieles administraban el bautismo en su propio nombre (…), tampoco era raro el bautismo colectivo (…), e incluso se bautizaban por los difuntos, para hacerlos partícipes del Reino de los cielos….”[3]

 En la Didaché  hallamos por fin una instrucción de cómo debería realizarse el ritual[4]: “Bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19) en agua viva. Si no tienes agua viva, bautiza con otra agua; si no puedes hacerlo con agua fría, hazlo con caliente. Si no tuvieres una ni otra, derrama agua en la cabeza tres veces “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Antes del bautismo,  ayunen el bautizante y el bautizando y algunos otros que puedan. Al bautizando, empero, le mandarás ayunar uno o dos días antes”.

 La celebración del sacramento mantuvo siempre el significado inicial (que revisamos en los escritos paulinos), y el ritual se fue determinando hasta llegar el siglo III. La Tradición apostólica, obra de Hipólito de Roma[5] presenta diferentes gestos: quitarse la vestimenta, dejar joyas, exorcismos, unciones con óleos, declaraciones de fe, imposición de manos; aparecen, así mismo, ministros como el Obispo y el diácono… pero en todo caso mantiene el significado de morir a una vida anterior para resucitar con Cristo a una nueva vida.

 Respecto a los tipos de bautismo, se sabe que en época de Justino todavía no había lugares para que se realice el ritual, por lo que aparecerían más tarde los famosos baptisterios, en los que se realizaba el bautismo por inmersión (de tradición judía).  Cuando en la Iglesia occidental cae en desuso este modo de bautizar, prevaleciendo el bautismo por infusión, aparecen recién las pilas bautismales. Y finalmente, Tertuliano es quien propone el bautismo de sangre para aquellos catecúmenos que murieron en martirio, cuando se estuvieron preparando.

 Pero el Bautismo sería solo uno de los ritos de la iniciación cristiana, la cual sería completada con la Confirmación y la Eucaristía. Se necesitaba de un tiempo de preparación llamado Catecumenado, la antigua Catequesis bautismal, que no duraba un par de charlas (como muchas veces hoy), sino que llegaba hasta casi tres años; y consistía en un conjunto de enseñanzas doctrinales. Durante este tiempo de preparación se necesitaba que el converso tuviera una conducta intachable; Álvarez Gómez cree que esa debe ser la razón por la que aparece la figura del padrino[6], quien no solo guiaba al catecúmeno ante sus problemas, sino que podría determinar la admisión al mismo bautismo.

 Pasado el tiempo del catecumenado¸ el rito del Bautismo se daba de esta manera: El viernes anterior al bautismo, los catecúmenos y parte de la comunidad practicaban el ayuno. El sábado, en una última reunión preparatoria, el obispo imponía las manos a los candidatos, pronunciaba los exorcismos, les soplaba el rostro, les hacía la señal en la frente, los oídos y las narices. Los catecúmenos pasaban en vela toda la noche del sábado al domingo escuchando lecturas e instrucciones. Venían luego, al final de la noche Pascual, los ritos bautismales definitivos… la última imposición de manos y la última unción del obispo después de vestirse de nuevo los bautizados dieron origen al sacramento de la confirmación (Es por ello que este sacramento fue conocido inicialmente como “imposición de manos”). Inmediatamente los recién bautizados participaban de la eucaristía (antes, solo se quedaban hasta la exhortación doctrinal, luego eran retirados de la asamblea) con que se cerraba toda la etapa dela iniciación cristiana.

 Hemos visto, pues, que la confirmación se realizaba en la misma ceremonia del bautismo, aunque eran bien diferenciados ambos ritos. Hipólito agrega que además de una imposición de manos, también había unción con crisma[7]. Del mismo modo, como señala Álvarez Gómez, era reservada la administración de tal sacramento a los obispos. Y precisamente las agitadas labores y visitas pastorales tardías, hacían que se diese mucho después del bautismo (a veces tardaba en años). Hoy los obispos delegan, por suerte, a algunos presbíteros para que les ayuden en la administración.

 Finalmente, la iniciación cristiana culmina con la participación de la eucaristía. Muchos neófitos  acababan tomando leche y miel como símbolo de entrada a la tierra prometida, y por fin participaban de la celebración del misterio cristiano: hasta antes del bautismo solo participaban de la liturgia de la palabra, ahora podían participar de la liturgia de la eucaristía. La diferenciación de dos partes de la celebración desde el inicio de la iglesia nos acerca a su estructura fundamental.

 Si bien encontramos en 1Cor 11 el primer relato de la fracción del pan (por motivos de un desencuentro de los que compartían allí la mesa), es San Justino quien ofrece con lujos de detalle la forma en la que hasta hoy celebramos la eucaristía, y en la que hay que ubicar los gestos presentados por Pablo y los sinópticos:

Teniendo lugar el día del sol (domingo)[8], comprendía estas acciones[9]:

1)     Se comenzaba con una lectura del Nuevo o del Antiguo Testamento;

2)     Seguía una exhortación del presidente de la asamblea, que en los primeros siglos era el obispo de la comunidad;

3)     Se hacían oraciones en común por toda la humanidad;

4)     Los fieles se daban un beso en señal de paz y comunión;

5)     A continuación se entregaban pan, vino y agua al presidente, quien alababa y rogaba al Padre en nombre del Hijo y del Espíritu Santo;

6)     Después el presidente daba una acción de gracias;

7)     A la que el pueblo prestaba asentimiento con un “Amén”.

8)     Finalmente, los diáconos distribuían a los presentes el pan y el vino mezclado con agua, que se llevaban también a los que no habían podido asistir.

9)     Y añade Justino: “Todo esto no es pan ordinario ni una bebida ordinaria, sino la Carne y sangre del Hijo de Dios encarnado”.

 Podríamos decir algo sobre la primitiva liturgia de la palabra: Antes de la fracción del pan se leía un texto que se consideraba inspirado. Ya el Antiguo Testamento se consideraba como tal, y orientaban su significado a la acción de Cristo muerto y resucitado, salvación esperada y cumplida; mientras que los textos del Nuevo Testamento todavía estaban en proceso de identificación; por ello no habría de malo que se leyesen textos que se consideraban igualmente inspirados, como los mismos escritos apostólicos (como la Didache) y hasta algunos apócrifos. A ello le seguía la homilía, una nueva forma de enseñanza que se daba a los cristianos y que mantenía el vínculo entre la palabra y el pan.  

 Los tres gestos resaltados son, sin embargo, la parte esencial del rito eucarístico. Como lo atestigua el primer relato eucarístico de Pablo, él había recibido la tradición de que Jesús tomó pan, dio gracias y lo partió (…), así mismo tomó el cáliz[10]. Sin embargo, como lo señala Fernández, lo que más destacaba en los primeros siglos era su importancia para la cohesión de la comunidad y para la formación moral y religiosa de los fieles. No se trataba, pues, de un rito hecho en conmemoración o recuerdo para hacer lo mismo que Jesús hizo. Ya sabemos el significado que tenían las comidas para los judíos… y eso se traspasó al primitivo cristianismo. De suerte que Pablo pudo conjugar muy bien el armar estas celebraciones en un clima de fraternidad, y por eso amonesta a los fieles de Corinto que ya no estaban comiendo la cena del Señor, sino que estaban divididos dentro de las casas[11]. Por eso, hallamos en los mismos Hechos, en la obra de Justino y en los textos de Tertuliano que se destaca la dimensión fraternal y solidaria: mientras que en los Hechos se resalta la comunión idealizada en la comunión de bienes (Hch 2, 44; 4, 32-35); Justino hace notar los donativos voluntarios que los asistentes entregaban al final para que se distribuyesen entre los pobres y marginados[12]. Participando de la eucaristía se consolidaba así la iniciación cristiana, que confería identificación al converso y discípulo de Cristo.

 

2.    Penitencia y reconciliación

Hoy consideramos la penitencia como un sacramento previo a la recepción de la eucaristía. Hemos visto que durante el rito previo al bautismo, los catecúmenos ayunaban;  la Didache señala que los cristianos tenían que confesar sus pecados antes de la plegaria y la eucaristía[13]. Pero siempre el bautismo fue considerado como un nuevo nacimiento que perdonaba toda falta anterior. Confesar los pecados se dio tiempo después, pues ni los escritos del Nuevo Testamento ni los padres apostólicos dan pie a considerar el perdón de los pecados fuera del bautismo. Es recién El Pastor de Hermas, el primer testimonio a favor de una institución penitencial de la Iglesia, una especie de jubileo para perdonar los pecados cometidos después del bautismo, pero solo una vez en la vida[14]. Convertirse y bautizarse al cristianismo tuvo que ser una experiencia tan fuerte que no se había considerado un perdón después del bautismo, como diría Comby: “El cristiano ya no debería pecar más”[15]. Pero tuvo que ser la fragilidad humana y la aparición de pecados graves lo que dio pie a una institución del sacramento de la penitencia.

 Ya algunos textos del Nuevo Testamento le daban potestad a los miembros de la Iglesia de perdonar los pecados en nombre de Cristo (Mt 16, 18-20; 18, 15-18), pero en un principio se dio de manera muy rigurosa. Organizados en una especie de tribunal, en el siglo III, el pecador se presentaba ante el obispo para confesar sus faltas (graves o leves, no había diferencia), las cuales eran perdonadas diferentes penitencias: limosna, ayuno, oración… o hasta la recepción de la eucaristía se consideraba paliativa. Pronto se fue extendiendo la idea de denunciar al pecador, de que confesase sus pecados en público, que la penitencia fuese cumplida a la luz de todos, y hasta la duda de si aceptar nuevamente a un miembro que había faltado gravemente por pecados como el homicidio, la fornicación, etc. Una re-interpretación del famoso pasaje del pecado de Ananías y Safira nos podría indicar que quien comete una falta grave (como mentirle al Espíritu Santo) estaba muerto, instantáneamente, para la comunidad. Será recién en el siglo V cuando la penitencia pública se haga privada y reiterable, y se deba más bien a una cuestión más personal. Hoy podemos considerar este sacramento como muy personal, y hemos olvidado la dimensión social de nuestras faltas.

 Si se pudiese decir algo sobre la unción de los enfermos, como sacramento de curación, además de la penitencia, los textos no nos presentan un acercamiento a su realización, pero sí hallamos atisbos a cómo pudo “celebrarse” en los inicios. Hemos visto que los diáconos repartían el pan a los presentes y luego a los que no pudieron faltar por alguna enfermedad. Es común que sigamos haciendo esto en nuestros días y que los ministros lleven la Eucaristía; y si esta era considerada un medio de comunión y reconciliación, esta pudo ser la práctica más primitiva del sacramento.

 

3.    Las vocaciones al servicio de la comunidad

Respecto del orden sacerdotal, sabemos que los ministerios –como hoy los conocemos- tardaron varios siglos en fijarse. En los escritos del nuevo Testamento encontramos que la comunidad tenía una doble organización: la de los doce Apóstoles y los siete diáconos, unos dedicados a la oración proclamación de la Palabra, otros a la asistencia de los necesitados y el servicio de las mesas. No se habla de sacerdotes ni de presbíteros en las comunidades de los Hechos, pero sí aparecen dirigentes de comunidades. En Judea es fácil reconocer la autoridad de la comunidad sobre los mismos apóstoles, pero cuando el Evangelio se extendió a los gentiles, tal parece que             Pablo dejó responsables en las comunidades.  Pero en todo caso continúan el modelo judío de dirigencia: colegio de ancianos o presbíteros y todavía no estamos hablando de sacerdotes ordenados como una vocación particular.

 Los acercamientos a los carismas en la Iglesia de Pablo (apóstoles, evangelizadores, maestros, profetas) tampoco nos dice nada sobre el sacerdocio como ministerio, tal vez ni siquiera se pensaba. En el nuevo Testamento el único escrito que habla de sacerdocio es la Carta a los Hebreos, y ni siquiera es aplicable a los hombres, sino solo a Jesucristo, Sumo sacerdote. Más bien, en las cartas pastorales sí hallamos una preocupación por el establecimiento de ministerios. Sabemos que son escritos deutero-paulinos, que son posteriores, pero en todo caso indican esa transición. Timoteo y Tito son instruidos en cómo conducir la comunidad, cómo organizarla y particularmente se señala de Timoteo que le impusieron las manos (2Tim 1, 6). Tal como sucede en el sacramento de la confirmación, esto significaba la transmisión del Espíritu, y en la actualidad es la materia del sacramento. En ambas cartas se señalan algunas características que debe tener el candidato a presbítero/epíscopo (1Tim 3, 1-7; Tit 1, 6-9) y ni siquiera se diferencian los términos, como de los diáconos (3, 8-13)[16]… pero si se lee con mayor generalidad la carta nos damos cuenta que el contexto es el de la lucha frente a los falsos doctores, falsas doctrinas, diabólicas e idolátricas; y la insistencia podría parecer una exhortación a la diferenciación entre unos y otros, entre los verdaderos y falsos dirigentes.

 Respecto de la vocación, en boca de Pablo se dice que “si alguien aspira al cargo de epíscopo, desea una buena obra” (1 Tim 3, 1), la llamada estaba abierta y la responsabilidad era un total desafío para una época crucial en la constitución y organización de la Iglesia. Pero se sabe también que tanto “clero” como pueblo intervenían de diversas maneras en la elección de los ministros, y que no todos optaban por el celibato. Cipriano lo escogió libremente[17], pero en muchos casos se detectaba la calidad del pastoreo a partir de cómo administraba su propia casa (teniendo mujer e hijos). 

 Sin embargo, como señala Comby, pronto presbíteros, diáconos y epíscopos van diferenciando sus funciones con el paso de los años. Al principio sólo el obispo preside la eucaristía, predica, bautiza, reconcilia a los penitentes. Los sacerdotes no hacen más que asistir al obispo. Cuando aumenta el número de cristianos, las sedes episcopales  se multiplican en ciertas regiones como África. Pero en las grandes ciudades como Roma y Alejandría se crean varios lugares de culto que atienden algunos sacerdotes, que de este modo adquieren una responsabilidad especial.

 Finalmente, respecto del sacramento del matrimonio, igual que en otros sacramentos, se continuó el rito judío. Y para los conversos, simplemente se aceptó las formas vigentes en las que se contraía matrimonio en la sociedad, evitando, indudablemente, cualquier forma que fuera contra la doctrina eclesial. La celebración, exteriormente podía ser diferente, pero había conciencia de que Cristo estaba en medio de ellos, y que por medio de la unión matrimonial se unía con Cristo a la Iglesia (Ef 5, 32). Hasta hoy reconocemos que los ministros del sacramento son los mismos contrayentes, mientras que el sacerdote es solo un testigo de tal unión y el representante en nombre de Dios. Solamente hasta el siglo IV se puede hablar de una verdadera bendición litúrgica para el matrimonio cristiano, y la intervención de un presbítero o un obispo en las ceremonias matrimoniales. De todos modos, tal ritual se apoyaba en el matrimonio romano: bendición del sacerdote y del padre de familia, unión de las manos, coronación (propio de la Iglesia oriental), bendiciones matrimoniales… pero la estructura aún podía ser determinada, según las Iglesias locales.

 Comentario final:

Como se dijo al principio, no podíamos hablar de institución de los sacramentos, pero sí de fundamentación en la vida en Cristo, que acompaña a su Iglesia. Los sacramentos tienen todos ese sentido: Los sacramentos de iniciación integran a los conversos a una comunidad que cree en Cristo; cuando se falla, se ofende a la comunidad, por lo que había que pedir perdón a esta y cumplir una penitencia, en reparación por la solidaridad comunitaria; y finalmente, es para la comunidad que aparecen los sacramentos del servicio: ministros ordenados y esposos colaboran con la Iglesia. Es un trabajo muy interesante a profundizar, pero no se puede perder de vista la mirada en Cristo; parafraseando una frase muy conocida “No nos deberíamos preguntar si los sacramentos fueron instituidos por Cristo, sino cómo deberían celebrarse si quieren estar instituidos, fundamentados, por Él”.



[1] Apuntes de Introducción a los Sacramentos, Hna. Francine Bigaouette, O.P. Intercongregacional FIAT, Chosica, 2009.

[2] según CDEC n° 1114.

[3] Fernández Urbina, José. El cristianismo greco-romano. Pág 266-267.

[4] Comby, Jean. Para leer la Historia de la Iglesia, pág. 54.

[5] Ibid, pág. 55.

[6] Álvarez Gómez, Jesús. Historia de la Iglesia I. pág. 138.

[7] Álvarez Gómez, Jesús. Historia de la Iglesia I. pág. 141.

[8] El domingo era el día predilecto para la celebración, aunque algunas comunidades lo hacían varias veces a la semana o diariamente, y usualmente en casas particulares y de madrugada, como señalan Hch 2, 46; 20, 7; Plinio, Ep 10, 96. Cfr. Fernández, o.c. Pero como señala también Fernández parecía también imposible que todos asistiesen a la asamblea, por eso en Roma se introdujo la tradición de que se celebrasen eucaristías en varios lugares y en el siglo V en varias horas.

[9] Ibid, pág. 140.

[10] 1Cor 11, 23-25.

[11] 1 Cor 11, 17-22.

[12] Fernández, o.c. pág. 272.

[13] Comby, o.c., pág. 58.

[14] Álvarez Goméz, o.c., pág. 144.

[15] Al referirse a un texto del Pastor de Hermas; cfr. Comby, o.c., pág. 59.

[16] El versículo 11 que reflexiona sobre las características de algunas mujeres pueden referirse a las diaconisas.

[17] Comby, o.c., pág. 64.

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