La existencia de Dios en Santo Tomás de Aquino


Sin duda alguna, una de las páginas más famosas en la historia de la Teología –y de la Filosofía–, es la que habla de las cinco vías de Santo Tomás de Aquino, el teólogo más famoso de la Iglesia. Pero por más que se haya dicho ya bastante sobre ello, no podemos pensar que es lo más importante del pensamiento del Doctor Angélico, el problema que quiso resolver con más urgencia.  Basta buscar esta página, y nos daremos cuenta que es, inauditamente, ¡una página![1], tan solo el artículo n° 3 de la segunda de las 119 cuestiones de la Parte I de su Suma Teológica. Las tres partes suman 407 cuestiones. Pero eso no es todo. Muchos piensan que la Suma Teológica es la obra más importante de Santo Tomás. 

En el sencillo y conciso prólogo de la obra, el aquinatense señala que ha sido elaborada para “los novicios en la doctrina”, ¡para los que recién iniciarían los estudios de Teología! Y como de si humor se tratase, nos indica: “Confiando en la ayuda de Dios, intentaremos poner remedio a todos estos inconvenientes (por los que los novicios se pierden) presentando de forma breve y clara, si el problema a tratar lo permite, todo lo referente a la doctrina sagrada…”[2]

No, Tomás no es un exagerado. Nunca podríamos abarcar la ciencia divina. San Juan, refiriéndose a la vida de Jesús, dice que si se pusieran por escrito todas esas cosas ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran[3].

No obstante, comprender la incomprensión de Dios no ha desesperado a todos los hombres. No a todos. Tomás es uno de esos que confió en que se podía “decir algo”… pero cuando Dios se le apareció, calló[4].  Una de las anécdotas más conocidas de Santo Tomás es la de su niñez: Mientras paseaba entre los claustros de la Abadía de Montecasino, le preguntaba a los monjes ¿quién es Dios? Fantasía o realidad, lo cierto es que de grande pudo aproximarse a una respuesta.

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La existencia de Dios que se expone en la segunda cuestión, es consecuencia de proponer a la Teología como “ciencia sagrada” cuyo sujeto es Dios. Si bien es cierto, que el problema de la existencia de Dios es controversial en su época, no lo quiere resolver porque todos lo dijeron y “él tiene que decir también algo”. Tomás aborda el problema de Dios, porque es el punto de partida de una Suma/compendio de Teología. En efecto, la segunda questio inicia diciendo:         
 
“… como quiera que el objetivo principal de esta doctrina sagrada es llevar al conocimiento de Dios, y no solo como ser, sino también como principio y fin de las cosas, especialmente de las criaturas racionales…. En nuestro intento de exponer dicha doctrina, trataremos lo siguiente: primero, de Dios; segundo, de la marcha del hombre hacia Dios; tercero, de Cristo, el cual, como hombre, es el camino en nuestra marcha hacia Dios…”[5]
 
Inmediatamente, el tema en cuestión es preguntarse si el sujeto de esta ciencia es evidente por sí mismo, lo que significa también si lo podemos conocer a simple vista (no significa que lo podamos “ver”). En Teología es fácil responder que Dios se ha revelado para ser conocido por su criatura y que el hombre ha recibido de Dios todo el equipamiento para llegar a Él: capacidad para conocer, libertad, fe… sin embargo, desde la perspectiva filosófica, el tema de la evidencia ya había sido discutido anteriormente. Tomás responde que no es evidente por sí mismo, en cuanto la evidencia de algo depende de que conozcamos tanto el sujeto como el predicado de ese algo. Así, respecto a Dios, ya conocemos que es el sujeto de la ciencia sagrada, pero acertar a un predicado, a un atributo, es un tema difícil… ¿qué es Dios?
 
En la solución, Tomás plantea:
“… La proposición Dios existe, en cuanto tal, es evidente por sí misma, ya que en Dios sujeto y predicado son lo mismo, pues Dios es su mismo ser… pero, puesto que no sabemos en qué consiste Dios, para nosotros no es evidente, sino que necesitamos demostrarlo a través de aquello que es más evidente para nosotros y menos por su naturaleza, esto es, por los efectos…”[6]
 
Así, si Dios es su mismo, Dios se conoce a sí mismo. Pero nosotros no sabemos en qué consiste Dios. Esa ha sido la respuesta de todos cuanto quieran hablar de Él; lo que –sin embargo- no ha significado un silencio. A Dios se la ha intentado definir a partir de atributos extraídos de nuestra experiencia con lo que nos rodea. La naturaleza de Dios es incognoscible para nosotros, pero podemos ver sus efectos, y de ahí podemos ascender a su existencia.
 
Pero el tema de la evidencia se enfrenta también al polémico argumento ontológico de San Anselmo. Es tradicional la definición de lo verdadero expuesto por el Doctor Angélico como “la  adecuación de la mente con la realidad”. Podemos presuponer que este es el resultado de la refutación a San Anselmo.
 
“Es probable que quien oiga la palabra Dios no entienda que con ella se expresa lo más inmenso que se pueda pensar… No obstante, aun suponiendo que alguien entienda el significado de lo que con la palabra Dios se dice, sin embargo, no se sigue que entienda que lo significa este nombre se dé en realidad, sino tan solo en la comprehensión del entendimiento. Tampoco se puede deducir que exista en la realidad, a no ser que se presuponga que en la realidad hay algo mayor que lo que pueda pensarse. Y esto no es aceptado por los que sostienen que Dios no existe…”[7]
 
En la Suma contra gentiles (obra en la que despliega con majestuosidad todo su intelecto), Tomás se extiende aún más. Señala que lo que expuesto por Anselmo sería un tránsito ilegítimo del orden ideal al orden real. Categóricamente afirma que “la realidad que se menta y la razón del nombre deben estar en el mismo plano”[8], “deber haber conformidad entre el nombre de la cosa y la cosa nombrada”; así, si se quiere salvaguardar el principio de no contradicción, es necesario que las propiedades atribuidas a un sujeto estén el mismo plano que el sujeto al que se atribuyen.
 
Una vez acordada la no evidencia de Dios, Tomás quiere demostrar la existencia de Dios, lo que es posible a partir de sus efectos, lo que vendría ser una demostración a posteriori. Para Ángel Gonzáles, las cinco vías no son sino “una sistematización a partir de las demostraciones de otros autores (especialmente Aristóteles, Avicena, Platón, San Juan damasceno, Agustín), profundizándolas con su síntesis filosófica original”[9]; y no son de ningún modo demostraciones científicas (entendida ciencia como la ciencia a partir de Newton), sino más bien metafísicas, dado que la metafísica es la ciencia de las primeras causas.
 
Las vías expuestas por Tomás tienen una estructura parecida. Hay en ellas cuatro elementos: 1) el punto de partida, 2) la aplicación de la causalidad al punto de partida, 3) la imposibilidad de proceder al infinito en la serie de las causas y 4) el término final que lleva a la consecuencia de la existencia de Dios. Ángel Gonzáles defiende el carácter metafísico de las vías, por lo que sostiene que a pesar de que el punto de partida de cada vía sea la experiencia, no podemos quedarnos solo en ella: si algo “se mueve” no podemos quedarnos con la criatura que se mueve, sino que debemos elevarnos a comprender que esta se mueve por algo que lo mueve, una causa; y la causalidad tiene valor ontológico, aquí se aplica la causa al punto de partida. Nosotros inteligimos por los sentidos que algo se mueve, pero la comprensión absoluta de la causa no nos es revelada.
 
En seguida, es conocido el proceso de elevación al infinito que Tomás ve como imposible para llegar hasta la causa. Esto se ve latente en las tres primeras vías: no podemos perder el tiempo buscando motores, causas o seres que sean necesarios para otros. A García López[10] le preocupa la incomprensión de esta vía, y sostiene que en las vías se exige la actuación en el presente, y no en el pasado… de ahí la imposibilidad de proceder al infinito en la serie de las causas.
 
Finalmente, se demuestra la existencia de Dios. Podemos resumir lo dicho anteriormente en el siguiente cuadro:
 

VÍAS

Vía del movimiento

Vía de la causalidad

Vía de la contingencia

Vía de la perfección/ Orden jerárquico

Vía del Orden/ Finalidad

Punto de partida

Las criaturas se mueven

Las criaturas obran

Las criaturas no son necesarias por sí mismas

Las criaturas son más o menos perfectas

Las criaturas tienden a un fin

Aplicación a la causalidad

Se mueven por otro

Causadas por otro

Causadas por un ser necesario

Participa de una perfección

La ordenación es causada

Imposibilidad de elevar al infinito

El término final

Motor inmóvil

Causa eficiente incausada

Ser necesario

Ser por esencia perfecto

Primera inteligencia ordenadora

 
Una vez demostrado Dios, en la suma Tomás quiere hablar de Dios por medio de sus atributos: “Cuando de algo se sabe que existe, falta averiguar cómo es para que se pueda llegar a saber qué es…”. Pero, puesto que de Dios podemos decir más lo que NO ES que lo que verdaderamente ES, Tomás responde qué no es Dios. Así, Dios no es cuerpo, porque no es materia, no hay en él nada accidental, no pertenece a ningún género, lo que da como resultado que es absolutamente simple, esta sería el primer atributo de Dios. 
A partir de entonces, Tomás se pregunta cómo Dios sería en sí mismo a partir de lo que es conocido por nosotros (respuesta adelantada cuando hablábamos de la evidencia de Dios: a Él lo conocemos por sus efectos), así aparecen los otro cuatro atributos: su perfección, su infinitud, su inmutabilidad y su unidad. Aquí abordaremos brevemente el de la perfección y el de la Unidad.
 
La cuarta questio nos habla de la perfección de Dios: “Dios es perfecto en cuanto nada le falta”. El término perfección es entendido  lo completamente hecho, y resulta que Dios no ha sido hecho. En la Suma Contra Gentiles, el aquinatense sostiene que –en realidad- no podría aplicarse el atributo de “perfecto” a Dios a partir de la definición de lo perfecto; sin embargo, podemos dárselo por extensión:
“Hay que notar que la perfección no puede atribuirse con propiedad a Dios si miramos la significación del nombre atendiendo a su origen; lo que no es hecho parece que no puede llamarse perfecto. Mas como todo lo que se hace es reducido de la potencia al acto y del no ser al ser, se dice con propiedad perfecto, es decir, totalmente hecho, cuando la potencia es completamente reducida al acto, de tal modo que ya no tiene nada del no ser, sino que tiene el ser completo. Por extensión del nombre, se dice perfecto no solo lo que haciéndose llega al acto completo, sino también lo que está en acto completo sin haber sido hecho. Y en este sentido decimos que Dios es perfecto…”[11]
 
Entonces, si a Dios no le falta nada, lo tiene todo. Es la suma de todas las perfecciones. “Siendo Dios la primer causa efectiva de las cosas, es necesario que las cosas preexistan en Dios de un modo más sobresaliente…”. En palabras de Ángel Gonzáles: “Cuanto hay de perfección en el efecto debe existir en la causa efectiva”. Además, es patente la inferencia de que si existen en Dios de modo eminente e indiviso las perfecciones de todas las cosas, en cuanto tales no pueden aumentar. La creación no añade ninguna perfección a Dios; los seres creados, que tienen una serie de perfecciones graduadas, no aumentan la perfección divina[12].
 
Que Dios sea perfecto y que en él estén todas las perfecciones, hace que sus criaturas participen de esa perfección, haciéndolas semejantes a Él. Y no porque sean “dioses” creador por Dios. No se trata de una cuestión de forma como “forma” en filosofía, sino como lo recibido por la forma agente a quien le debe su causa de ser, ya que “todo agente obra algo semejante a sí”. Esto se fundamenta también gracias a que Dios no se encuentra circunscrito a ningún género, además de la omnipotencia que le es esencial al ser más perfecto.
 
El segundo de los atributos que se desea abordar es el de la Unidad, que aparece en la questio once. Primero, Tomás aclara que el concepto de unidad no se refiere a la unidad entendida numéricamente, sino al Uno idéntico al ser. Así el ser Uno no añade nada al ser, sino tan solo la “negación de división”. “Uno es lo mismo que ser”, y todo ser puede ser simple o compuesto. A Dios le corresponde la Unidad de simplicidad (lo que demostró ya en la tercera questio). Lo mismo que si a un ser se le divide en partes, deja de ser lo que era, en Dios, dividirlo ya no lo haría Dios; por lo tanto, Dios es indivisible.
 
“Como uno es el ser indiviso, para que algo sea en grado máximo es indispensable que lo sea como ser y como indiviso. Pues bien, ambas cosas competen a Dios. Es ser en grado sumo, por cuanto no es el suyo un ser determinado por una naturaleza que lo reciba, sino el mismo ser subsistente y completamente indeterminado. Es también el más indiviso, porque ni en acto ni en potencia admite especie alguna de división, porque como vimos es absolutamente simple. Es claro, pues, que Dios es uno en grado máximo[13]”.
 
A ello se suma que lo que en Dios es simple e idéntico, en las criaturas está de modo compuesto y múltiple; si bien participan de la semejanza de Dios, esta semejanza es degradada por su condición radical de criatura: está en esencia y en acto de ser. Esto no sucede en Dios: Él es su ser. Es interesante lo que Ángel Gonzáles aporta al tema de lo UNO de Dios: A Dios se le ha identificado como el UNO de Plotino.
 
Ahora, a partir de la identificación de Dios con el UNO, es también determinado como Único. En palabras de Tomás, que ya no merecen ningún comentario:
“Aquello que por virtud de lo cual una cosa singular es precisamente esta cosa, de ningún modo puede comunicarse a otros… Si lo que hace que Sócrates sea hombre hiciese también que fuese este hombre, si lo mismo que no puede haber muchos Sócrates, tampoco podría haber muchos hombres. Pues este es el caso de Dios, que, según hemos visto, es su propia naturaleza; por lo cual, lo mismo que hace que sea Dios, hace también que sea este Dios. Por tanto, es imposible que haya muchos dioses…”[14]
 
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A manera de reflexión
El presupuesto inmediato para la explicación de las cinco vías es la preocupación por la evidencia de Dios: “Puesto que no sabemos en qué consiste Dios, para nosotros no es evidente, sino que necesitamos demostrarlo a través de aquello que es más evidente, para nosotros y menos por su naturaleza, esto es, por los efectos”[15]y continua su camino en la ruta de Aristóteles, de aquel que dijo que “el hombre busca saber” y la base para el conocimiento se halla en los sentidos.
 
Este grito es también una respuesta a las interrogantes de su tiempo. Ya las órdenes mendicantes habían experimentado la crisis de los hombres, al ver que la Iglesia no manifestaba al Dios Amor de los evangelios (a los que ni siquiera tenían acceso), sino que exhortaba a sufrir con paciencia todo tipo de aberraciones, a depender de los que ejercen un cargo, a considerarse “sucios” por cualquier ofensa a un Dios que todo lo ve… Mucho se ha dicho de que a la historia hay que interpretarla en su contexto; y se pudiera pensar: “Así pensaban ellos. Y punto”. Ese Dios era falso, una construcción humana de dominio. Dios no existía, porque ya lo habían matado; pero nadie se atrevía a decirlo[16]... pues en medio de todo, era la única esperanza.
 
Tomás responde que Dios existe, y sus cinco vías son fabulosas. El sol en el pecho con el que se le representa en el arte católico ilumina la Teología Dogmática. Pero la respuesta de que Dios existe no puede quedarse en la pura demostración, por más maravillosa que sea. Aunque hayan varios modos para el conocimiento de Dios[17] (por las fuerzas de la razón o de manera sobrenatural), las innumerables discusiones que se han suscitado no pueden continuar. Muchos estudiantes están cansados de investigar qué dijo tal autor y qué le respondió el otro.
 
Para la etapa histórica en que vivimos, hemos llegado a aceptar todo sin preocuparnos tanto, “hemos dejado de sorprendernos”. Así como ya no nos sorprende ver un par de muchachas en plan de enamoramiento o bailar cualquier ritmo que se pone de moda en los medios de comunicación social, no nos sorprende que  alguien diga “Soy ateo”. Se le respeta su postura, pero muy pocas veces nos preguntamos cuál ha sido la consecuencia de tal determinación. Lo que sí se puede inferir es que Dios ha dejado de ser un referente en sus vidas. Y no solo para los que se declaran como tal, pues ahora también se habla de un ateísmo práctico. Vivir como si Dios no existiera.
 
Así, mientras que para algunos “Dios no existe” y viven como si dentro de ellos hubiera la convicción de hacer el bien (y así, el astuto Dios se inmiscuye en sus vidas, aunque lo nieguen), otros creen en su existencia, pero su propia existencia es falsa. Matando en sus vidas el bien al que todos tendemos[18], matan al Bien en sí: Dios.
 
No podemos quedarnos, sin embargo, con una idea pesimista. Tomás se dio cuenta que Dios no era evidente, y por eso postuló su demostración. Ahora, nuestro mundo vive de demostraciones: Ver para creer. Pero hay cosas que no se pueden demostrar, por ser evidentes. Dios está con nosotros. De tanto haber sido antropomorfizado, en las situaciones difíciles parece haber tomado una de nuestras actitudes: Quedarse callado. Pero su silencio no es la negación de su existencia. Nosotros podemos “hacerle hablar”, quitándole esa etiqueta de NO existencia. Así lo haríamos evidente en nuestras vidas... y así nadie podría negarle más. ¿Es esta una utopía más para la historia?
 
BIBLIOGRAFÍA
 
·     García López, J (1995). El conocimiento filosófico de Dios. EUNSA, Pamplona.
·     Gonzáles, Ángel Luis (2008). Teodicea. EUNSA, Pamplona.
·     Aquino, Tomás (1988). Suma Teológica, dividida solo en cinco tomos. BAC. Madrid.
·     Aquino, Tomás (1998). Suma contra gentiles. BAC. Madrid.
·     PIEPER, Josef (2005). Introducción a Tomás de Aquino. Doce lecciones. RIALP, Madrid.
  

[1] Tomamos en cuenta la Edición de la Suma Teológica de 1988, dividida solo en cinco tomos. BAC. Madrid.
[2] Tomás de Aquino. Suma Teológica. BAC. Madrid. 1988.
[3] Cfr. Jn 21, 25.
[4] Cuenta la tradición dominicana que al final de sus días, Tomás, en una experiencia mística contempló a Dios cara a cara. Él le felicitó por toda la obra que había hecho en su vida y le preguntó: “Ahora, ¿qué quieres que te dé?”, a lo que el santo le respondió: “Solo a Ti”.
[5] S. Th. I. q2, presentación.
[6] S. Th. I. q2, art.1
[7] Ibid.
[8] C.G., 11.
[9] Gonzáles, Ángel Luis (2008). Teodicea. EUNSA, Pamplona.
[10] García López, J (1995). El conocimiento filosófico de Dios. EUNSA, Pamplona.
[11] C.G. I, 28.
[12] Gonzáles, Ángel Luis (2008). Teodicea. EUNSA, Pamplona. Pág. 166.
[13] S. Th. I. q11, art4.
[14] S. Th. I. q11, art3.
[15] S. Th. I. q2, art1.
[16] Así lo expresa Nietzsche en su época. La Gaya Ciencia.
[17] Gonzáles, Ángel Luis. Teología Natural. 2008. Eunsa Pamplona.
[18] Santo Tomás declara que el hombre está llamado a la Bienaventuranza. S. Th. II, I.

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