Despertar... o quedarse dormido...


“Ateos”. Así se hacen llamar las personas que simplemente no creen en Dios o viven como si Dios no existiese. Hay toda una taxonomía de reflexión al respecto, pero lo central en este asunto es que esta postura ha sido y sigue siendo muy adoptada en nuestros días. Aun cuando muchos ni siquiera distinguen entre ateísmo y agnosticismo o escepticismo, el título les parece sugerente, y hasta “liberador”. ¿Cómo es que este fenómeno empezó a extenderse en gran manera en los últimos siglos? La respuesta tal vez nos puede llevar a descubrir no solo las raíces del ateísmo, sino el momento en que la humanidad voló de las campanas de la Iglesia católica a nuevos espacios de acción y de reflexión, que no fueron simplemente “otros templos”, sino “nuevas tierras firmes”, donde las ramas de olivo esperaban ser olfateadas, tocadas y trabajadas.

Crónica de una crisis anunciada
La situación de la Iglesia católica, tras la modernidad, era crónica de una crisis anunciada. La razón humana no soportaba más las ataduras de la tutoría religiosa que, además de ello, desdecía mucho de su vocación. El escándalo borgiano o la increpación luterana son solo ejemplos de un amanecer rebelde: La Iglesia necesitaba renovar su vocación: volver a despertar. Curiosamente ya había despertado antes, pero se había vuelto a dormir; y volvería a dormirse nuevamente hasta el aggiornamiento del Vaticano II. Nuestra Iglesia ha vivido, en cierta manera, entre sueños, adormecimientos y despertares; y entre uno y otro, las crisis no se hacen esperar. La Lumen Gentium apunta a descubrir el misterio de la Iglesia dentro del mundo contemporáneo, pero ¿qué pasa con este misterio cuando al mundo no le preocupan más las “revelaciones” de tipo eclesial y prefiere un mundo sin religión, o mejor dicho “un mundo sin Dios”, en palabras de Congar? Tal vez la respuesta “velada” en el mismo misterio tenía que cambiar su configuración de presentación. Solo nuevas formas de renovación podían devolverle sentido y credibilidad a la Iglesia.

Fraternidad, igualdad = Libertad
Si bien no se habla de toda la comunidad en general, la Iglesia en Francia, dormida entre almohadones versallescos, había olvidado tres de sus principios cristianos: Fraternidad, igualdad y libertad. Los papeles de reclamos del Primer estado, como era conocido la Iglesia, si bien se mostraba preocupada por la situación, volcaban sus intereses sobre una Iglesia enferma por no atisbar otras realidades. Pronto, las consecuencias de su quietud mermarán, sobremanera, entre las arbitrarias persecuciones que se llevaron la vida de varones y mujeres de Dios totalmente inocentes. La conquista de la libertad estaba a la vuelta de la esquina: la renuncia a los poderes terrenales y la posibilidad de un mayor compromiso con la humanidad (en la aparición de nuevas congregaciones) serán esas nuevas formas de renovación.

Sin embargo, esa búsqueda de la libertad también tuvo que pasar por la forma de entender la “libertad” en el siglo XIX. El liberalismo católico, acusado muchas veces de “malicioso” y de falso, o de “hereje” (en palabras de Sardá y Salvany) se convirtió en un intento de adaptar la libertad cristiana en conciliación con las ideas ilustradas. Independientemente de las posiciones en acuerdo o no, no cabe duda de que la Iglesia -o mejor dicho- una parte de la Iglesia buscaba intentos de renovación interior que tuviera eco hacia el exterior. La otra parte de la comunidad católica (la minoría anti-infabilista según Aubert), como era de esperarse, no apoyaba estas iniciativas, y he aquí donde se debe plantear cómo en medio de esa búsqueda se llega a postular la infalibilidad papal como dogma eclesiástico, ¿acaso era necesario?

El nuevo despertar
Nuevas actuaciones en la Iglesia posibilitarán el famoso aggiornamiento del que tanto hablamos al referirnos al Vaticano II. El despertar surgirá, esta vez, no solo en el centro de Europa, sino que escuchará también la voz del Nuevo Mundo que, genuinamente, ha transculturalizado la teología a las luchas de los pueblos. El aire fresco que requería la Iglesia tenía nuevas perspectivas desde todos los aspectos: especialmente eclesiológico, moral, litúrgico, ecuménico. El lugar que la Iglesia ocupaba ahora dentro del mundo ya no intentaba replegarse sobre sus intereses propios como en antaño, sino que se presentaba como respuesta a los nuevos escenarios de actuación del hombre. La reivindicación del laicado es parte de este eslabón. Aún incipiente, a mediados del siglo XX, la Doctrina Social de la Iglesia caló muy hondo dentro de esta respuesta. El Capitalismo había sido un fenómeno tan fuerte que había traspasado ya todas las fronteras. Las penosas advertencias de León XIII se clarificaban con los nuevos escenarios en que la familia, el matrimonio y el futuro del hombre trabajador se veían amenazados (Quod Apostolici Muneris). Los procesos de industrialización iniciados desde el siglo pasado estaban pasando factura al modo de seguir a Cristo en la tierra. La defensa de los valores cristianos en América protagonizaron episodios de luchas y silencios, semillas de mártires y experiencias de comunión. Sí, aun rezagos de adormecimientos, aún situaciones por aclarar, pero la Iglesia ha despertado.

Hemos aprendido mucho y aún nos falta mucho por aprender. La Iglesia pasa, en estos instantes, por momentos de extraña renovación. Cuando aparecen situaciones de “encierro en sí misma” ya no caben dudas de que hay que despertar a la Iglesia de su letargo, estamos convencidos. La universalización de los valores humanos y las nuevas relecturas de la historia nos obligan a aprender de nuestros errores y seguir el camino de la solución. Francisco le llama “la cultura del encuentro”, y desde la misma Iglesia, ¿por qué no del re-encuentro con Dios?

Referencias bibliográficas:

DOCUMENTOS ECLESIALES:
·         Concilio Vaticano II, Lumen Gentium.
·         León XIII, Quod Apostolici Muneris.

OTRAS FUENTES:
·         Congar, Yves (1965). La Iglesia como pueblo de Dios, en: Concilium, N°01. Ed. Cristiandad.
·         Sardá y Salvany, El liberalismo es pecado. En:
https://unavocemiami.files.wordpress.com/2011/11/el-liberalismo-es-pecado-sarda-y-salvany-pdf.pdf

·         Aubert, Roger (1970). Vaticano I, Historia de los concilios ecuménicos, XII. Eset, Vitoria.

 

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