El dogma sobre la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía


(Recorrido histórico y sistemático)

1.      Presentación

El proemio del Decreto sobre el sacramento de la Eucaristía (Sesión Nº 13, 11 de octubre de 1551, Concilio de Trento) anuncia la intención del dogma de la presencia real de Jesús en la Eucaristía: “poner remedio a todas las herejías y a otros gravísimos males que ahora agitan a la Iglesia de Dios y la escinden en muchas y varias partes” [DH 1635]. Esta introducción revela el estado de la cuestión: herejías y otros males estaban agitando a la Iglesia en medio de la Reforma protestante, dividiéndola. Sin duda alguna, las intervenciones de Lutero (sobre todo) y otros reformadores serán importantes para la respuesta católica de Trento.

Mientras Lutero afirmaba la presencia real de Jesús en la Eucaristía, Zuinglio y Calvino la negaban. La afirmación de Lutero, sin embargo, no considera la transubstanciación (percibida más como una opinión, mas no como dogma) sino la consubstanciación en analogía con el misterio de la encarnación en el que Cristo asume la naturaleza humana elevándola, no sustituyéndola. Así mismo, para Lutero, esta presencia real se realizaba mientras duraba la celebración (“in usu”), de tal modo que acabada “la cena del Señor” no tenían sentido la adoración eucarística o la reserva del Santísimo (“extra usum”). Por otro lado, Zuinglio negaba toda presencia real en el pan eucarístico, puesto que el cuerpo glorioso de Cristo está en el cielo; para él, la presencia real de Cristo es la Palabra. Finalmente, Calvino, consideraba no una presencia real, sino “figurada”; no aceptaba ni transubstanciación ni consubstanciación, solo una presencia dinámica y operativa: “No recibimos el cuerpo de Cristo, sino la vida que procede de Cristo por el Espíritu…” (Borobio: 2000, p.81).

El problema de la presencia real, sin embargo, no fue ninguna novedad de la modernidad. Las primeras controversias tuvieron lugar en los claustros del monasterio de Corbie en el siglo IX, cuando Pascasio Radberto y Ratramno se preguntaron si se trataba de una presencia “in mysterio” o en la “realidad”. La cuestión eucarística entre el simbolismo y el realismo se trasladó hasta el siglo XI, cuando Berengario de Tours y Lanfranco de Bec volvieron a retomar la temática. Desde entonces, varios escolásticos ofrecieron un aporte particular a la discusión sobre la presencia real, como Pedro Lombardo, Tomás de Aquino, Guillermo de Ockham o J. Wicleff; sin embargo no asistimos a una declaración dogmática hasta Trento. Los años posteriores hasta la llegada del Vaticano II significarán momentos de intenso diálogo entre la Iglesia Católica y las Iglesias Protestantes, sin llegar a acuerdos concretos. Cabe destacar, no obstante, que el mismo Concilio y el trabajo teológico realizado en los últimos dos siglos han aportado luces para comprender de mejor manera el dogma.

 2.      La fórmula dogmática

De la sesión Nº 13 del 11 de octubre de 1551 del Concilio de Trento (desarrollado entre 7 de febrero de 1550 – 23 de marzo de 1555) extraemos el Decreto sobre el sacramento de la Eucaristía:
§                 Este documento contiene un proemio, ocho capítulos y once cánones[1].
§                 El proemio nos sumerge en el contexto histórico.
§                 El primer capítulo [DzH 1636-1637] está dedicado a la cuestión de la real presencia de nuestro    
            Señor Jesucristo en la Eucaristía.
§                 El cuarto capítulo [DzH 1642] hace referencia al dogma de la transubstanciación.
§                Del mismo modo, los cánones 1 y 2 hacen eco directo del dogma.

Consideramos, a continuación, tomar lo necesario para la comprensión del dogma:

Proemio
[1635] El sacrosanto, ecuménico y universal Concilio de Trento, si bien, no sin peculiar dirección y gobierno del Espíritu Santo, se juntó con el fin de exponer la verdadera y antigua doctrina sobre la fe y los sacramentos y poner remedio a todas las herejías y a otros gravísimos males que ahora agitan a la Iglesia de Dios y la escinden en muchas y varias partes; ya desde el principio tuvo por uno de sus principales deseos arrancar de raíz la cizaña de los execrables errores y cismas que el hombre enemigo sembró (cfr. Mt 13,25) en estos calamitosos tiempos nuestros por encima de la doctrina de la fe, y el uso y culto de la sacrosanta Eucaristía, la que por otra parte dejó nuestro Salvador en su Iglesia como símbolo de su unidad y caridad, con la que quiso que todos los cristianos estuvieran entre sí unidos y estrechados.

Así, pues, el mismo sacrosanto Concilio, al enseñar la sana sincera doctrina acerca de este venerable y divino sacramento de la Eucaristía que siempre mantuvo y hasta el fin de los siglos conservará la Iglesia Católica, enseñada por el mismo Jesucristo Señor nuestro y amaestrada por el Espíritu Santo que de día a día le inspira toda verdad (cfr. Jn 14,26), prohíbe a todos los fieles de Cristo que no sean en delante de modo distinto de como en el presente decreto está explicado y definido.

 
[1636] Capítulo 1.
La real presencia de nuestro Señor Jesucristo en el santísimo sacramento de la Eucaristía

Primeramente enseña el santo Concilio, y abierta y sencillamente confiesa, que en el augusto sacramento de la Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y sustancialmente [can. 1] nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sensibles. Porque no son cosas que repugnen entre sí que el mismo Salvador nuestro esté siempre sentado a la diestra de Dios Padre, según su modo natural de existir, y que en muchos otros lugares esté para nosotros sacramentalmente presente en su sustancia, por aquel modo de existencia, que si bien apenas podemos expresarla con palabras, por el pensamiento, ilustrado por la fe, podemos alcanzar a ser posible a Dios [cfr. Mt 19,26; Lc 18,27] y debemos constantísimamente creerlo.

[Original en Latín]
De reali praesentia Domini nostri Iesu Christi in sanctissimo Eucharistiae sacramento

Principio docet sancta Synodus et aperte ac simpliciter profitetur, in almo sanctae Eucharistiae sacramento post panis et vini consecrationem Dominum nostrum Iesum Christum verum Deum ateque hominem vere, realiter ac substantialiter [can. 1] sub specie illarum rerum sensibilium contineri. Neque enim haec inter se pugnant, ut ipse Salvator noster semper ad dextram Patris in caelis assideat iuxta modum exsistendi naturalem, et ut multis nihilominus aliis in locis sacramentaliter praesens sua substantia nobis adsit, ea existendi ratione, quam etsi verbis exprimere vix possumus, possibilem tamen esse Deo [cfr. Mt 19, 26; Lc 18,27], cogitatione per fidem ilustrata assequi possumus et constantissime credere debemus.

[1637] En efecto, así todos nuestros antepasados, cuantos fueron en la verdadera Iglesia de Cristo que disertaron acerca de este santísimo sacramento, muy abiertamente profesaron que nuestro Redentor instituyó este tan admirable sacramento en la última Cena, cuando, después de la bendición del pan y del vino, con expresas y claras palabras atestiguó que daba a sus apóstoles su propio cuerpo y su propia sangre. Estas palabras, conmemoradas por los santos evangelistas (cfr. Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,19s) y repetidas luego por San Pablo (1Cor 11,24s), como quiera que ostentan aquella propia y clarísima significación, según la cual han sido entendidas por los Padres, es infamia verdaderamente indignísima que algunos hombres litigiosos y perversos las desvíen a figuras ficticias e imaginarias, por los que se niega la verdad de la carne y sangre de Cristo, contra el universal sentir de la Iglesia, que, como “columna y sostén de la verdad” (1Tim 3,15), detestó por satánicas estas invenciones excogitadas por hombres impíos, a la par que reconocía siempre con gratitud y recuerdo este insigne beneficio de Cristo.


   [1642] Capítulo 4.
La transubstanciación

Cristo Redentor nuestro dijo ser verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo la apariencia de pan [cf. Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,19ss; 1Cor 11,24-26]; de ahí que la Iglesia de Dios tuvo siempre la persuasión y ahora nuevamente lo declara en este santo Concilio, que por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. La cual conversión, propia y convenientemente, fue llamada transustanciación por la santa Iglesia católica [can. 2].

[Original en Latín]
De Transsubstantiatione
Qoniam autem Christus redemptor noster corpus suum id, quod sub specie panis offerebat [cf. Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,19ss; 1Cor 11,24-26]; vere esse dixit, ideo persuasum semper in Ecclesia Dei fuit, idque nunc denuo sancta haec Synodus declarant: per consecrationem panis et vini conversionem fieri totius substantiae panis in substantiam corporis Christi Domini nostril, et totius substantiae vini in substantiam sanguinis eius. Quae conversion convenienter et proprie a sancta catholica Ecclesia transsubstantiatio est appellate [can. 2].

Cánones sobre el sacramento de la Eucaristía

Can.1. [1651]
Si alguno negare que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia: sea anatema [cf. 1636; 1640].

Can.2. [1652]
Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia de pan y de vino juntamente con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y negare aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo sólo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia católica aptísimamente llama transustanciación: sea anatema [cf. 1642].

3.      Breve historia del problema[2]

Como dice Betz: “La cena del Señor fue desde el principio el centro de la vida cristiana, y no tanto objeto de especulación como de práctica litúrgica y de experiencia religiosa”. El concepto de Eucaristía fue evolucionando a medida que pasaba el tiempo: de ser una acción de gracias a signo de unidad y comunión en los dos primeros siglos de la Iglesia, pasa a formularse como extensión de la encarnación del mismo Jesucristo, como lo atestigua Justino (cfr. Apología, c.66). Con Irineo asistimos a una de las primeras confrontaciones, frente al dualismo gnóstico reinante, al defender que quien no admite la creación como buena, tampoco puede admitir al Cristo encarnado ni la propia Eucaristía, cuerpo y sangre de aquel que nos ha salvado. Las reflexiones teológicas de los años siguientes circundarán en torno al carácter sacrificial y mistérico por parte de los padres griegos y, de manera particular para interés nuestro, sobre el misterio y presencia real eucarística en los padres latinos.

Con Isidoro de Sevilla se formula una especie de síntesis sobre toda la reflexión anterior. Su insistencia en el cambio real (transformatio) de los elementos del pan y el vino en el Cuerpo y sangre de Cristo, como una especie de místico metabolismo, inaugura el debate polémico de la Edad Media, caracterizada especialmente por un alejamiento de la vivencia de la celebración como tal para reducir el tema eucarístico a la sola presencia real. Las primeras controversias respecto de tema como tal tuvieron lugar en los claustros del monasterio de Corbie en el siglo IX, cuando Pascasio Radberto y Ratramno se preguntaron si se trataba de una presencia “in mysterio” o en la “realidad”; mientras el primero acentuaba un exacerbado realismo, el otro traslada la presencia real de Jesús al cielo, “donde está existencialmente”, quedando en el pan y el vino de manera espiritual, “no de verdad”. Esta cuestión eucarística entre el simbolismo y el realismo se trasladó hasta el siglo XI, cuando Berengario de Tours y Lanfranco de Bec volvieron a la discusión. En este caso, Berengario defiende la “semejanza” o “figura” de la Eucaristía, como símbolos de la presencia real. Como sabemos, el monje tuvo que retractarse afirmando que después de la consagración el pan y el vino son el verdadero cuerpo de Cristo que nació de la Virgen y que es verdadera sangre brotada del costado (cfr. DzH 700).

Desde entonces, varios escolásticos ofrecieron un aporte particular a la discusión sobre la presencia real, como Pedro Lombardo, Tomás de Aquino, Guillermo de Ockham o J. Wicleff; esta vez se traba de clarificar las distinciones entre “sustancia” y “accidentes” (propuesta anunciada por Lanfranco) y la explicitación del famoso concepto de la “transustanciación”. Pedro Lombardo ofreció un gran aporte al señalar que la presencia de Cristo no aparece encerrada en un espacio y un tiempo determinados, sino que el mismo Cristo puede estar presente y permanecer al mismo tiempo en diversos lugares, señalando una presencia no corpórea, sino substancialmente (cfr. Summa Sententiarum, a.1141). Con esta aseveración, ya no se trata de aniquilación ni de simple sustitución, sino de la conversión de una sustancia a otra. Santo Tomás de Aquino, sintetizando la teología de su época, ya no recurre a argumentos filosóficos o sistemáticos, sino que aferra al “argumento de la fe”, por la que los dones pasan a subsistir no ya en sí mismo, sino en el mismo Cristo desde el momento que Cristo confiere la autoridad en la fórmula “Esto es mi cuerpo”.  

Sin embargo no asistimos a una declaración dogmática hasta Trento. El proemio del Decreto sobre el sacramento de la Eucaristía (Sesión Nº 13, 11 de octubre de 1551, Concilio de Trento) anuncia la intención del dogma de la presencia real de Jesús en la Eucaristía: “poner remedio a todas las herejías y a otros gravísimos males que ahora agitan a la Iglesia de Dios y la escinden en muchas y varias partes” [DH 1635]. Esta introducción revela el estado de la cuestión: herejías y otros males estaban agitando a la Iglesia en medio de la Reforma protestante, dividiéndola. Sin duda alguna, las intervenciones de Lutero (sobretodo) y otros reformadores serán importantes para la respuesta católica de Trento.

Mientras Lutero afirmaba la presencia real de Jesús en la Eucaristía, Zuinglio y Calvino la negaban. La afirmación de Lutero, sin embargo, no considera la transubstanciación (percibida más como una opinión, mas no como dogma) sino la consubstanciación en analogía con el misterio de la encarnación en el que Cristo asume la naturaleza humana elevándola, no sustituyéndola. Así mismo, para Lutero, esta presencia real se realizaba mientras duraba la celebración (“in usu”), de tal modo que acabada “la cena del Señor” no tenían sentido la adoración eucarística o la reserva del Santísimo (“extra usum”). Por otro lado, Zuinglio negaba toda presencia real en el pan eucarístico, puesto que el cuerpo glorioso de Cristo está en el cielo; para él, la presencia real de Cristo es la Palabra. Finalmente, Calvino, consideraba no una presencia real, sino “figurada”; no aceptaba ni transubstanciación ni consubstanciación, solo una presencia dinámica y operativa: “No recibimos el cuerpo de Cristo, sino la vida que procede de Cristo por el Espíritu…”.

Los años posteriores hasta la llegada del Vaticano II significarán momentos de intenso diálogo entre la Iglesia Católica y las Iglesias Protestantes, sin llegar a acuerdos concretos. Cabe destacar, no obstante, que el mismo Concilio y el trabajo teológico realizado en los últimos dos siglos han aportado luces para comprender de mejor manera el dogma.

4.      Sentido de la fórmula del dogma en su tiempo

Considerando el contexto en que se declara el dogma de la presencia real de Cristo en la Eucaristía hay que considerar tres cuestiones:

1) La forma de comprender la presencial real de Cristo en la Eucaristía había sido un tema desarrollado por la tradición de la Iglesia, de tal manera que frente al concilio ya se utilizaban de común manera algunos términos, muchos de ellos prestados del pensamiento aristotélico-escolástico;
2) La práctica litúrgica de la celebración atravesaba una fuerte crisis debido a algunos abusos que la reforma denunció considerablemente, por lo que la Iglesia tenía una demanda de pronunciamiento urgente;
3) Mientras algunos reformadores no negaban la presencia real de Cristo en la Eucaristía (Lutero), sin embargo, no creían que el término más conveniente para la consagración sea necesariamente el de transustanciación; por otro lado, otros (Zuniglio, Calvino) sí la negaban.

A tales puntos, lo que hace el concilio es responder: 1) Reafirmando la tradición de la Iglesia sobre el tema, 2) Explicitando la praxis celebrativa del sacramento, y 3) Respondiendo a los reformadores.

4.1. Reafirmación de una tradición
En primer lugar, el misterio eucarístico ha sido siempre tema de los Santos Padres, objeto de dificultades y controversias desde el siglo IX y objeto de profunda reflexión por los teólogos escolásticos medievales. En los concilios de Letrán IV, Constanza y Florencia se afirmó una postura católica que solo en Trento alcanzó su culmen. Por eso, Sayés y Borobio consideran que lo que hace el concilio es situarse en el marco de la fe de la Iglesia[3] y no entrar en discusiones sobre el significado estricto de las palabras pronunciadas por Cristo en la institución eucarística; eso lo tienen muy claro (cfr. DzH 1637).

Siguiendo a los padres de Trento respecto de la utilización de términos que ahora nos parecen complejos, Schillebeeckx considera que usaron el lenguaje que habían recibido en su formación escolástica: sustancia, accidente, especies, transustanciación. Hay que comprender que eran las herramientas comunicativas de su época. Schillebeeckx, por ejemplo, hacer notar que se recurre al pensamiento aristotélico para explicar el dato de fe, y por tanto es un anacronismo pensar que fuera de otra manera[4]. Así mismo, respecto al término “transustanciación”, el teólogo dominico hace ver que la Iglesia dice que lo toma de modo “aptísimo”; su uso era corrientemente utilizado en la época. Eso quiere decir que se pudo haber tomado otro término para explicar la postura de la Iglesia, pero en el preciso instante, era la palabra que más se “acomodaba” a la doctrina católica. En realidad, lo que le interesaba al concilio no era tanto la terminología, sino salvar el realismo de la presencia real contra una interpretación simbólica[5].

Para comprender el cómo de la presencia real, el concilio consideraba herético mantener la sustancia del pan y del vino después de la consagración. Tras la consagración habría ocurrido una conversión sustancial y no quedan más que especies. Jesús se quedaba en cada una de estas especies (pan y vino) y en cada una de sus partes, aunque ya no fueran ni pan ni vino. Por eso, se evitaba la palabra “accidentes” y emplean de modo más popular el término “especies”, expresando no una presencia accidental, sino sustancial en cada parte Con el concepto de transubstanciación se quiere mantener la subsistencia propia de Cristo, quien se hace presente mediante su propia sustancia, su propia entidad subsistente[6]. Pero nuevamente podríamos caer en un juego del lenguaje. Por eso, tanto para Sayés como Schillebeeckx, la utilización de sustancia no quiere referirse al contenido específico de la escuela hilemórfica (sustancia como materia primera y forma sustancial), sino que le ofrece un valor simple de la realidad fundamental, y esto ya existía en la Tradición eclesial mucho antes de la llegada del hilemorfismo a la Teología[7].

4.2. Explicitación de la praxis celebrativa del sacramento

Trento también intentó corregir los abusos en torno a la celebración eucarística. Como nos lo menciona Aldazábal[8], la contestación de los reformadores estaba justificada: poquísima participación de los fieles en la eucaristía, superstición, comercio descarado con la repetición de misas por difuntos y estipendios, misas privadas, misas “secas”… son algunos de ellos. La polémica eucarística iba en ese vaivén: centralismo en la presencia real que disminuía su carácter celebrativo. Sin embargo, en este punto la respuesta tridentina no fue suficientemente enérgica y pastoral. Los cánones sobre la eucaristía (1651-1661) reafirman la presencial real, esta misma presencia después de la celebración, el culto eucarístico, los efectos del sacramento y el modo de recibirlo no circunscrito a la sola fe: Todas estas cuestiones aun las mantenemos, pero de Trento a Vaticano II (y hasta hoy) todavía se adolecía de una exageración litúrgica.

4.3. Respuesta hacia los reformadores

En tercer lugar, y en gran medida, lo que hace el concilio es responder a los reformadores. Ya hemos dicho que la mejor forma de explicar el tema de la presencia real es tomando el término comúnmente utilizado de “transustanciación”. La exposición doctrinal eucarística empieza con una declaración de fe que no es para nada casual:
  
“… en el augusto sacramento de la Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y sustancialmente [can. 1] nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sensibles...” (DzH 1636).

En esta fórmula, siguiendo a Borobio, podemos ver que, en sintonía de resguardo de la fe, la primera parte subrayada va en contra de la interpretación simbolista de la presencia real Zuinglio y la crítica de Calvino, mientras que la segunda rechaza la consustanciación luterana[9].

Zuinglio consideraba, pues, que tras la Ascensión, Cristo subió el cielo y su cuerpo glorioso se encuentra solo allá; por tanto, todo cuanto decirse “cuerpo de Cristo” en la celebración eucarística es solo un símbolo recordatorio. En la Eucaristía se contiene verdadera y realmente el cuerpo de Cristo, le responde el Concilio a Zuinglio. Para Calvino, el concilio dirige el término “sustancialmente”. Este reformador acentuaba la presencia de Cristo a la derecha del Padre tras la ascensión, por eso no comprendía una “presencia real”, mas sí una simbólica por la que Cristo nos comunicaba su fuerza desde el cielo. Sayés considera que los padres conciliares hacen ver la compatibilidad entre dos formas de presencia: una “natural” del cuerpo de Cristo en el cielo y la otra “sacramental” por el que nos está presente en sus sustancia, a través de los signos eucarísticos y no solo por su “poder y eficacia” [10].

“… que el mismo Salvador nuestro esté siempre sentado a la diestra de Dios Padre, según su modo natural de existir, y que en muchos otros lugares esté para nosotros sacramentalmente presente en su sustancia…” (DzH 1636)

Así, los padres conciliares evitan el craso súper-realismo de esta presencia y el simbolismo espiritualista que solo ve en la eucaristía una figura de Cristo[11].

Finalmente, para responder a Lutero, el concepto de transustanciación supone una verdadera conversión ontológica del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. El reformador afirmaba, desde un sentido convivial, que Cristo está presente realmente, pero junto con el pan y el vino, pues estos elementos no pierden en modo alguno su realidad. Así, el reformador agustino no apelaba tanto a una “conversión”, sino tanto a su concepción de ubicuidad de que Dios puede manifestarse donde quiera. La teología de la transustanciación entiende, por su parte, que ya no son más pan y vino, aunque aparentemente estén allí, y sin “canonizar” el término transustanciación, como lo hemos venido repitiendo, el concilio considera esta determinación filosófico-teológico como la forma más adecuada de explicar el modo de presencia. Así mismo, los cánones eucarísticos que afirman el culto eucarístico después de la celebración responden a Lutero, quien aludía que Cristo hizo la eucaristía para “ser comido” y no necesariamente “adorado”. Nuevamente los abusos sobre el sacramento justificaban la actitud del reformador.

5.      A la luz de las Sagradas Escrituras y la Tradición

Son cuatro los textos principales que relatan la institución de la Eucaristía y que acentúan la presencial real de Cristo cuando tomando el pan en sus manos dice: “Esto es mi cuerpo”. Nos referimos a los relatos de 1Cor 11,23-26; Mc 14,22-24; Lc 22,19-20 y Mt 26,26-28. Sayés sugiere que estas cuatro tradiciones podrían dividirse, por sus similitudes, en dos: la de Pablo-Lucas y la de Marcos-Mateo[12]. Después de las palabras “Esto es mi cuerpo”, Pablo y Lucas añaden que “que se da por ustedes” (1Cor) o “que por ustedes es entregado”, que es lo mismo; mientras Mateo y Marcos no añaden nada. Luego, al referirse a la consagración del cáliz, Pablo y Lucas mencionan que es el “cáliz de la Alianza” para luego añadir “en mi sangre”. Mateo y Marcos señalan este cáliz como “la sangre de la Alianza”. Estas diferencias particulares, que pueden seguir ahondándose, sin embargo, nos muestran una identidad común entre cuerpo- sangre de Cristo y el pan-vino (en el cáliz). Hay  muchos aspectos técnicos a destacar; ahora nos interesa el significado teológico de los mismos.

En primer lugar, el contexto de los relatos es el de una cena pascual, o al menos con intención pascual. Muchos estudiosos han querido cronometrar qué noche se realizó esta cena, y solo a partir de una lectura de los signos y símbolos de los relatos (y ayudados también del evangelio de San Juan) podemos afirmar el carácter pascual de los mismos, memorial de una Nueva Alianza en la que el cordero de Dios ahora se inmola para la salvación de todos[13].  También, Borobio nos hace ver el sentido sacrificial-expiatorio de los acontecimientos, por lo que no estaría de más una lectura a la luz de las tradiciones del Antiguo Testamento. Sin embargo, nos parece más interesante lo que dice Sayés cuando refiere los gestos como un “signo profético”. Sí, en la entrega del pan y el vino, Jesús está anunciando su muerte cercana, pero también está significándola sacramentalmente. Por el realismo de estos gestos no se trata de una enseñanza más; más bien, en las palabras “hagan esto en memoria mía” alcanzamos aquí el pleno significado: Jesús quiere que se realice el memorial, no solo como “recordatorio” de la muerte, sino también como participación de esa misma muerte, como un “sacrificio de comunión”. Su entrega libre y personal invita a sus discípulos a seguirle en esa misma entrega.

Pero volvamos a las palabras principales: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. En realidad, no se trata de dos cosas separadas. Para el ideario hebreo, cuerpo y sangre son una unidad entera. Jesús se entrega enteramente, no por partes, sino todo, completo. La Iglesia ha interpretado esto en el sentido pleno y real, y reconoce en las sustancias del pan y el vino al mismo Cristo. La comprensión de esta verdad, en realidad, no es hallada a simple vista por los sinópticos, sino –como subraya Aldazábal- en Pablo y Juan.[14] Cuando releemos 1Cor 11 nos encontramos en un contexto donde se está comiendo indignamente “el cuerpo del Señor”. Sí, para Pablo todos forman el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, de manera espiritual, pero en realidad es consciente de una interpretación realista del misterio eucarístico. No en vano cuestiona “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con el cuerpo de Cristo?” (1Cor 10,16) o advierte que quien coma el cuerpo del Señor indignamente está en peligro de incurrir en condenación (1Cor 11,27-34). Por otro lado, Juan reafirma la tradición sinóptica en su capítulo 6. Jesús aparece ofreciendo una enseñanza diferente y extraña: “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre no tendrán vida eterna”. Con Aldazábal afirmamos que es muy diferente decir “Yo soy la Luz”, “Yo soy la Resurrección” a decir “Yo soy el Pan de Vida”. Hay realidades concretas en las que la comunidad ha identificado a Cristo mismo.

Respecto de la tradición, habría que decir, ante todo, que la Iglesia primitiva era consciente (por decirlo de una manera) de esta presencia real eucarística. La preocupación teológica de los padres apostólicos giraba en torno a la forma de celebración, en la que la eucaristía era la acción de gracias a Dios. La Didajé es un buen ejemplo de cómo se iban institucionalizando los ritos. A continuación encontramos a Ignacio de Antioquía, quien frente al docetismo, responde diciendo que la eucaristía es la carne de nuestro Salvador. Justino entiende entenderá este misterio como “prolongación de la encarnación”[15],  mientras que Ireneo continúa la defensa, esta vez frente a la gnosis, que despreciaba no solo la realidad eucarística, sino toda la realidad del cuerpo…

“… Y así como el pan que procede de la tierra, al recibir la innovación de Dios, ya no es pan común, sino eucaristía, compuesta de dos cosas, la terrena y la celestial, así también nuestros cuerpos, cuando han recibido la eucaristía, ya no son corruptibles, sino que tienen la esperanza de la resurrección…” (Adversus haereses IV, 18,4-5).

Los padres griegos no pudieron utilizar más lenguajes que el de su tiempo, el platónico. Partiendo de la idea original-copia, el cuerpo y la sangre de Cristo en el pan y el vino son imágenes o copias del mismo Cristo. Esta tendencia queda salvada bajo la perspectiva del logos de la escuela de Alejandría  que ha hecho que el mismo se encarne, o la hipótesis de que es posible la presencia y participación de Cristo en la escuela de Antioquía. Los padres latinos se preocupan más por el realismo eucarístico. Si ya Tertualiano está convencido, Cipriano de Cartago (s. III) se enfrentaba ahora a los “acuarios”, que sostenían que solo se podía celebrar con agua. No, tenía que ser con pan y vino. Ambrosio y Agustín continuaron instruyendo en la presencia real, aunque Agustín, de manera especial, considere la consagración de un modo operativo y dinámico, siempre realizado al sentido de la comunidad.

Antes de pasar al siglo VIII, San Isidoro de Sevilla, en su síntesis eucarística, utilizaba transformatio como el modo de proceder en la fe. Llegaron entonces las primeras situaciones en que se duda de la presencia real y de sus adjetivos.  Por eso aparece el término transubstantaio como solución al conflicto, y que, siguiendo a Pedro Lombardo, quiere decir lo siguiente:
  • 1.  El pan se disuelve en la materia preexistente, es decir, la materia precayente adquiere una nueva forma, se transforma.
  • 2. El pan y el cuerpo del Señor coexisten con las sustancias del pan y el vino: se trata de una “consustanciación” o “impanación”.
  • 3.   El pan y el vino son aniquilados o extinguidos por la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo, que ocupan su lugar.
  • 4.  La sustancia del pan y del vino se transmuta o transforma en la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo, como sucede en el cuerpo con los alimentos. La mutación eucarística no podría ser un acto negativo de Dios

Para culminar, Tomás de Aquino, no recurre a explicaciones filosóficas o sistemáticas, sino al argumento de la fe. Tras la consagración seguimos viendo pan y vino, pero ya no son dones, ahora Cristo está allí, gracias a sus palabras. Es más, lo dijo cantando:

“… Vista, gusto y tacto, se engañan en Ti, mas la fe está segura tan solo al oír.
¡Creo cuanto ha dicho el Hijo de Dios, la verdad eterna, no hay verdad mayor!...”
(Extracto del himno: Adoro Te Devote)

6.      Actualización del dogma:
Transubstanciación y transignificación en Edward Schillebeeckx

Cofundador de una de las revistas teológicas más importantes del siglo XX, Concilium, fray Edward Schillebeeckx fue un hombre apasionado por Dios y por los hombres. En palabras de fray Martín Gelabert, “la gloria de Dios y la felicidad del ser humano” resumen su pensamiento teológico[16]. Sus escritos quieren dar una respuesta a los cristianos del siglo XX que se cuestionan sobre temas indiscutibles para nuestra fe católica, uno de ellos es precisamente el modo cómo entender la transubstanciación.

La presencia de Cristo en la Eucaristía (1967) no es precisamente el libro más famoso del autor, sin embargo, nos acerca a su increíble modo de entender la tradición y ofrecernos nuevas perspectivas de comprensión del dogma en cuestión. Este libro, excelentemente esquematizado, nos ofrece un acercamiento a la visión del dogma en Trento y nos lanza a una nueva interpretación.

6.1. ¿Qué dijo Trento?

Como lo habíamos ya señalado (respecto a la interpretación del dogma en su contexto), lo que se quería salvaguardar en el concilio de Trento no era tanto una terminología, mas sí el realismo de la presencia real contra una interpretación simbólica. En palabras de Schillebeeckx: “El Tridentino pretende única y exclusivamente proclamar, como dato inviolable de fe, la peculiaridad de la presencia eucarística”[17]. Para ello, sabemos muy bien que los padres conciliares utilizaron de modo aptísimo el término transustanciación recientemente apreciado en la época y que fue utilizado para la explicitación del dogma. El teólogo belga, sin embargo, considera que la fe de nuestros tiempos requería una nueva forma de explicación diferente a la del Medioevo. “Cuando la historia humana ha progresado, entonces los textos del pasado adquieren una plenitud nueva”. Si hoy las Sagradas Escrituras son estudiadas profundamente para poder decir qué nos pueden decir para hoy, con mayor razón  los textos del Magisterio, deben ser nueva y válidamente revisados.

Antes de aterrizar en una interpretación del dogma, Schillebeeckx diferencia el concepto de realidad que tienen la parte protestante y la parte católica durante el proceso de reforma. Interpretando a Leenhardt, el dominico piensa que el modo de entender la realidad desde el protestantismo adquiere un extrinsecismo de la palabra creadora de Dios, es decir, “la realidad es lo que Dios quiere que sea”; por tanto, en el momento que se pronuncian las palabras de la consagración, Dios está específicamente en la Eucaristía, dejando de ser pan ontológicamente para pasar a ser un símbolo de su presencia real, o mejor dicho, de su presentación real[18]. El criterio católico no considera, sin embargo, este modo de comprender la realidad: Cristo está realmente en la Eucaristía no como co-existente con la sustancia, retrocediendo esta cual agua frente al madero; sino embelleciendo y trascendiendo la interioridad. Cuando en el concilio de Trento se ha mantenido el término conversión del pan y el vino, se ha querido mantener el momento ontológico de creación, el momento en que Dios, por su gracia, se acerca al hombre. Así pues, la donación divina de sí mismo es el “momento creador”, obra del Espíritu Santo, en que Cristo, por su gracia, se apodera de la realidad mundana del pan.

“En un trozo cósmico de pan, Cristo me concede su gracia en la Eucaristía… El mundo secular es integrado en esa donación que Cristo hace de sí mismo, y con ello participa ya de la situación escatológica de la corporeidad glorificada, la cual será deidificada entitativamente…”[19]  

6.2. Nuevas formas de interpretación

En la segunda parte de su libro, Schillebeckx considera un nuevo punto de partida para su nueva interpretación: el de la antropología. Esto obedece, como antaño en Trento, a la necesidad de dar una respuesta en su momento. No bastaba ya una relectura metafísica ante un mundo escéptico de sus argumentos. Tampoco se pretendía una postura fisicista, vestida de las intenciones del positivismo en boga. Afortunadamente, uno de los conceptos que reapareció en la primera mitad del siglo XX fue el de sacramento, y su significado de signo-símbolo; este era el atisbo de un nuevo modo de interpretar el dogma: desde lo sacramental, desde una perspectiva que no solo responda a los católicos del ahora, sino también a las iglesias protestantes que se acercaban en búsqueda de un nuevo diálogo ecuménico.

Considerando estas razones, el teólogo se lanzaba a la búsqueda de un concepto que satisfaga sus expectativas. Uno de los primeros en situar el realismo de la presencia eucarística en la presencia sacramental fue Baciochi: se trata de la primera síntesis del problema suscitado desde el siglo IX.  Se inician años de búsqueda hasta que encuentra en Davis y Schoonenberg las bases de su nueva interpretación. Para el primero, la cuestión de la presencia eucarística no debe ser interpretada objetivamente, sino personalmente. Dejando atrás la utilización de conceptos como sustancia o accidentes, considera que el pan es un elemento humano que le da una nueva realidad al hombre; ya no está ordenado como pan para el hombre, sino como Cristo al encuentro con él. Schoonenberg, por su parte, considera (en una perspectiva parecida), que la presencia de Cristo es una presencia personal de auto-comunicación en la que uno es “sí-mismo” para el otro; esta presencia personal es realizada a través de medios materiales como “señales”, manifestando la presencia personal, “trans-finalizando” o “trans-significando” esta donación.

“Yo me arrodillo, pero no ante un Cristo que estuviese condensado en la hostia, sino ante el Señor mismo que por medio de la hostia me ofrece su realidad (de él), su cuerpo…”[20] (Piet Schoonenberg)

Cuando recurre a las Sagradas Escrituras, Schillebeeckx encuentra que la Iglesia primitiva iba progresando en su modo de comprender esta presencial real eucarística. Al principio se trataba de una presencia que estaba al servicio de la comunión personal escatológica con el Señor (“hasta que vuelva”); los famosos relatos de la institución de la Eucaristía, especialmente de Pablo y Marcos nos revelan una celebración en la que Cristo anuncia su pasión, pero que antes de ello se encuentra personalmente con los suyos, donándose a sí mismo. Pero estas celebraciones no hubieran sido posibles sino fuera por la resurrección: es precisamente el acontecimiento pascual el que les permite encontrarse con el Señor vivo y con su cuerpo. Ahora, habría que considerar que aparecían en la escena de la cena pascual dos elementos materiales, pan y vino, que son alimentos biológicos útiles y que adquieren en Cristo un sentido simbólico: el pan es símbolo de vida; el vino, la alegría. Aún más, no se limitaban a estos dos objetos materiales, pues el propio comer alrededor de una mesa se convertía en símbolo de fraternidad. Y los mismos comensales reunidos alcanzaban un nuevo significado, el de un cuerpo unido a Cristo, transustanciándose en la Iglesia. Así, las cosas, se iban convirtiendo en algo distinto en otro ámbito de experiencia.

En este sentido primigenio, el dominico se atreve a decir que lo que interesaba a los creyentes era la celebración de un banquete dentro de una actividad simbólica, que ha retomado aspectos de la tradición vetero-testamentaria, en un rito que conmemora el sacrificio de la muerte del Señor que se donó a sí mismo, comunicando su vida, “al pasar de la muerte a la vida”. Su visita personal en la Eucaristía, acción de gracias, no era una presencia para la adoración precisamente, sino para la participación en la muerte del Señor que es suscitadora de vida[21]. En adelante, pan y vino dejaron de tener su significación profana para convertirse en símbolos de la autodonación, aunque la otra parte lo rechace.

Luego de analizar el sustrato bíblico, Schillebeeckx cree conveniente aclarar qué es entonces el pan y el vino convertidos. ¿Son verdaderamente cuerpo de Cristo a pesar de que nuestra percepción vea o sienta otra cosa? Su respuesta es nuevamente antropológica. Al referirse a la percepción, el teólogo resalta que aun cuando el hombre ve, oye, palpa y gusta de manera humana, la percepción “se eleva por encima de la relatividad específicamente sensible” y acoge un nuevo sentido según la proyección que el mismo hombre hace del exterior. “Hay una diferencia entre la realidad y la realidad tal como se nos manifiesta (o fenoménica)”[22], dirá el autor. Sí, aún vemos pan y vino, pero habría que atender a que el conocimiento expreso de la realidad es una unidad compleja y que la adecuación entre lo fenoménico y la realidad solo podría hacerse  posible cuando el hombre se abre a la fundación de sentido. La percepción sensible del hombre, así, se abre para el misterio de la realidad que no es otra cosa que hechura de Dios. En este caso, el hombre se acerca a un misterio, a una realidad de salvación. Por tanto, el autor considera no desterrar del todo el concepto de consustanciación, sino intentar explicarlo desde la transignificación, esta nueva fundación de sentido de la percepción:

“Lo que en nuestra experiencia se manifiesta como pan y vino, es el “cuerpo del Señor” que se manifiesta (como manjar sacramental). La significación de las figuras (especies) fenoménicas de pan y vino se cambia porque –en virtud del Espíritu creador- la realidad hacia la cual lo fenoménico señala, se ha cambiado: Ya no es pan y vino… En la eucaristía están indisolublemente relacionadas la transustanciación (el cuerpo de Cristo) y la transignificación (nueva fundación de sentido o valor de la señal)…”[23]

Esta conclusión de toda la investigación nos revela lo difícil que es poder comprender la realidad a la que nos acercamos en el sacramento del altar; sin embargo, los esfuerzos del autor han considerado más una preocupación por el ¿por qué? en la interminable temática del ¿cómo? Es decir, respecto de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, podríamos acercarnos desde la transignificación de las especies sin descubrir realmente cómo es que sucede, sin dudar que es Cristo mismo quien se da realmente como manjar para el creyente. De ahí que mantenga en su formulación también el término “transubstanciación”, a la que relaciona con la transignificación, unidas. Pero, sin duda, dentro de su antropología, ha querido destacar la realidad relacional entre quien percibe y lo percibido, cuestión que es sumamente delicada.

Con todo, el teólogo dominico deja abierta la puerta para que aparezcan nuevas interpretaciones del dogma, animando a futuros teólogos a seguir reflexionando y presentando nuevas posturas a pesar de que se puedan dar situaciones. “La Iglesia y el mundo tienen que seguir todavía creciendo y madurando”, dice.

6.3. Deficiencias de la interpretación

La postura de nuestro teólogo, sin embargo, levantó duras críticas para la ortodoxia católica. Después de que Pablo VI había señalado la fragilidad del término para comprender el misterio transignificado debajo de las especies, Sayés considera oportuno detenernos en la situación, ya que nuestra fe católica nos exige mantener la presencia real de Cristo en la Eucaristía en la objetividad misma de las cosas, independientemente de nuestro espíritu[24]. Cree, pues, Sayés, que la explicación de Schillebeckx añade un significado sobrenatural a otro natural que no desaparece, devolviéndole crédito a la consubstanciación. Es decir, con la transignificación se eleva nuestra percepción, aunque la sustancia, de por sí, no haya cambiado, reduciendo la presencia real a una “presencia por su acción”, y resulta que esto sucede de igual manera en los otros sacramentos. Por ejemplo, en el bautismo, el agua tampoco pierde su realidad fundamental, y sin embargo Cristo ejerce una presencia por su acción, purificándola. Con todo, el teólogo cree que el concepto de transubstanciación sigue siendo asequible, debido a que, al fin y al cabo, el misterio no es conferido por nosotros mismos, sino por el mismo Dios creador que ha dado ser propio y subsistencia a todas las cosas[25].

7.      A modo de conclusión

Realmente, es Dios mismo quien actúa. Con el tema de la presencia real hemos intentado acercarnos a un “misterio”, que precisamente por ser tal no podemos comprender, pero creemos y adoramos. Anselm Grun considera que una forma de entender un misterio es denominarlo “el sueño de Dios sobre los hombres”[26]. En este mundo en que “lo mistérico” va perdiendo su sentido, sería interesante dejar que Dios vuelva a soñar sobre nosotros, y nosotros participar de este sueño, en un sentido objetivo de la realidad. Y esta realidad a la que nos acercamos no puede ser minimizada a la idea de una “figura sacramental”, sin más. Solo sabemos que este augusto sacramento alcanza su perfección en el banquete en el que nos alimentamos para construir la comunidad de fe; precisamente ese es el contexto en el que nace nuestra celebración y nuestra vida cúltica, por algo es que “es el centro y culmen de toda la vida cristiana” (LG, 11).

Bibliografía

Documentos base:

DENZINGER, Heinrich y HUNERMANN, Peter
2000    Enchiridion Symbolorum. Barcelona:
            Herder Editorial 

IGLESIA CATÓLICA
2011    Catecismo de la Iglesia Católica. Lima
            Editorial Paulinas/Epiconsa  

Bibliografía básica:

ALDAZABAL, José
2000    La Eucaristía. Barcelona:
            Ed. Cometa, Centro de pastoral Litúrgica.

BOROBIO, Dionisio
2000    Eucaristía. Madrid:
            Biblioteca de Autores Cristianos

DURRWELL, Francois Xavier
1982    La Eucaristía, sacramento pascual. Salamanca:
            Ediciones Sígueme

GRUN, Anselm
2001    La celebración eucarística. Unión y transformación. Madrid:
            San Pablo.

SAYÉS, José Antonio
1976    La presencia real de Cristo en la Eucaristía. Madrid:
            Biblioteca de Autores Cristianos


Bibliografía para la actualización del dogma:

SAYÉS, José Antonio
1986    El misterio eucarístico. Madrid:
            Biblioteca de Autores Cristianos

SCHILLEBEECKX, Edward
1968    La presencia de Cristo en la Eucaristía: Madrid:
            Ediciones FAX




[1] Denzinger, Heinrich & Hunermann, Peter (2000).  Enchiridion Symbolorum. Barcelona:Herder Editorial.
[2]  Borobio, Dionisio (2000). Eucaristía. Madrid: BAC.
[3] Sayés, J.A. (1976).  La presencia real de Cristo en la Eucaristía. Madrid: BAC;
  Borobio, Dionisio (2000). Eucaristía. Madrid: BAC.
[4] Schillebeckck, E (1968). La presencia de Cristo en la Eucaristía. Madrid: FAX.
[5] Sayés, J. A. (1976).  La presencia real de Cristo en la Eucaristía. Madrid: BAC. pp. 96-98.
[6] Sayés, J. A. (1986). El misterio eucarístico. Madrid: BAC, pp. 200-201.
[7] Sayés, Ibid. pp. 207.
[8] Aldazábal, J (2000). La Eucaristía. Barcelona: Centro de Pastoral litúrgica.
[9] Borobio, o.c., pp. 83.
[10] Sayés, J. A. (1976).  La presencia real de Cristo en la Eucaristía. Madrid: BAC, pp. 167-168.
[11] Ibid. pp. 193-194.
[12] Ibid. pp. 157-165.
[13] Borobio, Dionisio (2000). Eucaristía.  Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos. pp. 33-34.
[14] Aldazábal, J (2000). La Eucaristía. Barcelona: Centro de Pastoral litúrgica, pp. 78-79.
[15] Justino, Diálogo con Trifón, c. 70.
[16] Gelabert, Martín. Nihil obstat. Blog: 24 de diciembre del 2009.
[17] Schillebeeckx (1968). La presencia real de Cristo en la Eucaristía. pp. 58.
[18] El autor también hace notar que esta concepción provocó algunos desvíos y abusos que hasta hoy continúan cuando se extremiza la presencia real tal como lo entendían los detractores de Berengario de Tours.
[19] Ibíd. pp. 92.
[20] Schillebeeckx, o.c, pp. 144.
[21] Ibíd. pp. 168.
[22] Schillebeeckx, o.c, pp. 184.
[23] Ibíd. pp. 185.
[24] Sayés, J. A. (1986). El misterio eucarístico. Madrid: BAC, pp. 238.
[25] Ibid, pp. 241.
[26] Grun, Anselm (2001). La celebración de la eucaristía. Unión y transformación. San Pablo: Madrid, pp. 31. 

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