El reto de vivir la castidad
EL RETO DE VIVIR
LA CASTIDAD
INTRODUCCIÓN
Hace algunos meses llegó a mis manos un libro
con un título muy polémico: “La vida sexual del clero”, de Pepe Rodríguez[1]. Su
contenido versaba en una especie de reportaje sobre diversos casos en los que
el clero católico español había faltado no solo al ya cuestionado voto de
castidad, sino a toda la moral en general. Victoria Campos se siente también
testigo de esta realidad cuando escribe: “los mismos que predican estas doctrinas
(celibato, castidad) o están más directamente vinculados a ellas, son los
primeros en prescindir de ellas”[2]. Con la presentación estadística el problema se agudiza.
Según Rodríguez, el 90% del clero católico en España lleva una vida sexual
activa, aunque solo el 10% ha sido objeto de escándalo. Las cifras, de por sí, son
abrumadoras, y la defensa aparece débil; más aún cuando continúan llegándonos
datos y testimonios lamentables[3]. Son precisamente estas consideraciones las que han
llevado a muchos a pensar que si insostenibilidad del voto del celibato; por
tanto, es mejor que sacerdotes y religiosos se casen.
Todo ello me han llevado a plantear un tema
que está detrás de la normativa del celibato y que se extiende no solo a una
cuestión sacerdotal, sino a toda la vida consagrada (VC): la vivencia de la
castidad. La formación de los jóvenes consagrados, hoy, debe contemplar
itinerarios para vivir integralmente los valores del reino, y de entre ellos la
castidad no debe ser la menos favorecida, más aún cuando nos encontramos con
estos anti-testimonios y nos enfrentamos a una cultura erotizada que tergiversa
el sentido del amor. He aquí nuestra hipótesis: Puesto que la castidad
involucra la vivencia y entrega del amor, necesitamos itinerarios que encaminen
su educación. Nuestra realidad sexual necesita ser conocida y asumida para ser
iluminada; solo así podemos asumir el reto de vivir la castidad.
Nuestro trabajo, dedicado a jóvenes varones
aspirantes a la VC, refiere cada capítulo al método
latinoamericano del Ver-Juzgar-Actuar. Primero nos acercaremos a la realidad
para, en segundo lugar, interpelarla a la luz de la Teología; finalmente propondremos
las características de un plan de educación para la castidad, del cual no deben
prescindir los programas vocacionales.
1. VIDA SEXUAL EN EL SACERDOTE Y EL RELIGIOSO: PANORAMA DE LA REALIDAD
Acerquémonos ahora a la realidad que nos
compete. En primer lugar, aquella que tristemente se ha convertido en motivo de
escándalo religioso. En un segundo momento, aquella realidad que cada varón
lleva y que con la consagración religiosa no queda suprimida, sino que exige
–incluso- mayor plenificación.
1.1. Crisis de fidelidad
El periodista
Pepe Rodríguez hace una presentación de la realidad sexual en la vida
celibataria utilizando para ellos casos reales de sacerdotes que abusan de
menores de edad (autores, cómplices y encubridores), prácticas homosexuales,
sadomasoquismo sexual escondido bajo el manto de misticismo, sacerdotes que
mantienen relaciones sexo-genitales con mujeres casadas, chicas jóvenes o una
amante, sacerdotes con hijos, sacerdotes que practican la masturbación y la
prostitución. Todas estas prácticas de genitalidad al margen de la ética y la
moral católica, si bien es cierto, no son propias de los sacerdotes y religiosos;
sin embargo, desdicen o expresan un fallo en el proceso de la integración de la
sexualidad. El siguiente ilustra totalmente este déficit:
«A mis 24 años yo seguía siendo aún virgen—me
contó la chica—, y la verdad es que me daba tanto apuro seguir siéndolo como
intentar dejar de serlo buscando a algún chico con quien irme a la cama. No
sabía qué hacer, así que, como católica practicante que soy, se lo comenté al
rector de mi parroquia, con el que me une una muy buena relación. Hablamos
varias veces de ello, hasta que un día, como quien no quiere la cosa, mosén
Paco me dijo: " a ti, Mireia, lo que te hace falta es una persona
cualificada y de confianza que te ayude a pasar el rubicón"… "¿Y dónde se encuentra esta clase de
especialistas, en las páginas amarillas?", le contesté divertida."
No; delante tuyo, por ejemplo, tienes a un hombre que te podría ayudar si tú
quisieras. Como sacerdote estoy cualificado para darte todo el apoyo
Moral que necesites y, como hombre..., bueno,
no serías tú, en modo alguno, la primera
mujer con la que hago el amor", me contestó con mucha seriedad, aunque con
un puntito de picardía que me gustó y, quizá, también me dio algo de valor para
pensar en serio su ofrecimiento…
No fue nada agradable para mí, pero no me he
arrepentido lo más mínimo de haber tomado una decisión como ésa. Sigo siendo
una buena católica y mosén Paco todavía es mi confesor. Lo que pasó está
zanjado y él sabe perfectamente que conmigo no podrá volver a acostarse jamás…»[4]
En este fugaz encuentro típico de los casos presentados
por Rodríguez podemos ver – a groso modo- al menos tres características
fundamentales del sacerdote que ha concientizado en su proceso vocacional la
vivencia de la castidad: 1) una falta de convicción con los principios que
profesa, 2) el uso arbitrario que hace de su función como director espiritual
para conseguir sus intereses y 3) la facilidad para manejar la situación dejando
la puerta abierta a la posibilidad de que Mireia no sea la única víctima. ¿Cuántos
casos como éstos terminan en un embarazo y en nefastos abortos?, ¿qué otros
desórdenes están detrás de un patrón tan sencillo y tan complejo? Trasládense
estos mismos criterios a los demás casos que adolecen de fidelidad.
Frente a esta realidad que no podemos
ignorar, ni mucho menos poner al margen de un proceso de formación para la VC o
Sacerdotal, surgen posturas, algunas convergentes y otras muy divergentes,
respecto del cumplimiento del voto celibatario, que lejos de ayudar, confunden.
Desde su relectura histórica, Rodríguez considera que la Iglesia Católica formuló
con intenciones ajenas al Nuevo Testamento un voto de celibato aun cuando la
realidad era otra[5].
También se presentan algunos argumentos sobre
la imposibilidad de mantener este estilo de vivencia: A nivel ético, Victoria
Campus cuestiona por qué mantener la norma del celibato si se ha comprobado a
nivel de costumbres y de conductas que ésta no ha tenido buenos resultados[6]. Desde lo psicológico, Martínez Vendrell considera que
el renunciar a una vida sexual con una pareja inhibe expresamente la
manifestación de necesidades muy primarias del ser humano. En el mismo sentido,
si en la práctica lo que se hace es “negar una realidad” en medio de la soledad
(característica de la vida sacerdotal) que ni la sublimación puede afrontar,
¿por qué seguir reprimiendo?
Una dimensión jurídica ve su preocupación en
las víctimas afectadas por el incumplimiento del celibato. Si se trasgreden los
principios del Derecho en los que los sacerdotes (y religiosos/as) que
incumplen la norma no viven dignamente y se hacen daño unos a otros, no se
actúa con justicia respecto de las víctimas y -más aún- las libertades personales
se ven reprimidas.[7]
Las respuestas a estas cuestiones no pueden reducirse
solo a los anti-testimonios, aunque merma en gran manera la historicidad de los
mismos. Si bien es cierto que desde el aspecto ético no siempre se vive
celibatariamente, la propia consagración exige un estilo de vida que requiere
una donación no exclusiva. Respecto de la mirada psicológica se observa, sí, la
represión de los impulsos, pero en aquellos casos en los que no se ha integrado
la sexualidad en la llamada vocacional (por eso nuestro tercer capítulo plantea
líneas de acción). Finalmente, la problemática jurídica no ha sido evadida por
la Iglesia, sino que –más que nunca- se están tomando medidas para poder asumir
con responsabilidad el daño ocasionado y establecer directrices de prevención[8].
Una sexualidad que no se integra queda a
merced del intento humano de reducir un todo íntegro a una parte del mismo. Es
preciso, entonces, observar en el hombre un ser integral, con múltiples
dimensiones interrelacionadas, y como nuestro trabajo va orientado a los
varones que se inician en la VC, nuestra dirección será preferentemente masculina.
1.2. El hombre: Un ser vivo
Al decir que el hombre es un “ser vivo”, mencionamos que
todo está vivo en él:
a) Su ser biológico y físico.- el
funcionamiento, crecimiento y cambios en su cuerpo, sus capacidades
sensoriales, habilidades motoras y su salud.
b) Su ser psicológico y cognoscitivo.-
sentimientos, emociones y afectos, sus habilidades mentales (aprendizaje,
atención, inteligencia), en la historia del propio “yo”.
c) Su ser social e histórico.- en relación con
sus entornos más cercanos, familia, escuela, amigos iglesia, sociedad, mundo;
dentro de una historia concreta con contextos específicos.
d) Su ser sexual.- asociado muchas veces a la
necesidad reproductiva, pero que integra lo biológico, lo psicológico y lo
social. A este aspecto está totalmente inmiscuida la potencialidad humana de sentir
placer (dimensión erótica) que pasa necesariamente por etapas: deseo,
excitación y satisfacción. Pero esta potencialidad es desarrollada dependiendo
de lo que el otro signifique para uno: ello es consecuencia de lo que se ha
aprendido sobre conceptos de género, roles, vínculos afectivos, orientación y
experimentación sexual.
El anterior listado resume la panorámica bio-psico-social-afectiva
presentada por Kaplan[9], pero tal como hemos visto, ninguna dimensión se orienta
a una relación sexo-genital, como bien la puede suponer. Las relaciones humanas
no solo están delimitadas en acciones de penetración y orgasmo sexual (por más
crudo que suene), sino que implican un conjunto de procesos integrados. A veces
se suelen reducir las relaciones humanas a una sola dimensión. Incluso cuando
se habla de “sexualidad”, este concepto no es un extracto de la parte
físico-reproductiva humana. El hombre es mucho más.
1.3. El hombre: un ser en proceso
A continuación, conocedores de toda una realidad
unificada, se deberían explicar los procesos que ocurren en cada etapa humana.
Es un trabajo de nunca acabar, pero el siguiente itinerario goza de una
aprobación general por parte de los expertos. La división común del desarrollo
humano considera ocho etapas[10], resumibles en tres partes:
a) Los primeros años determinan, en gran manera,
la personalidad del futuro hombre. Se descubre que cuando algunas necesidades
básicas no son satisfechas o son exageradamente satisfechas, se tendrán
notables consecuencias futuras. Cualquier experiencia relacional hunde
profundamente en el proceso de maduración. Así mismo, según Erickson[11], en estas etapas se ofrecen las virtudes de la confianza
(confianza fundante), la autonomía (mientras se aprende a obedecer) y la toma
de propias iniciativas.
b) Pero no todo es decisivo en los primeros
años. La adolescencia marca un hito importante dentro de la personalidad. Según
Erickson se forma la identidad y según Freud nos encontramos en el término de
la latencia. Como sabemos, es una de las etapas más complicadas, pues todo lo
construido pasa por una crisis que enfrenta las preguntas sobre el yo, sobre el cuerpo que cambia, la orientación
por el otro, las relaciones con la autoridad, las dudas sobre la moral, la
opción vocacional y la trascendencia.
c) Finalmente, se supone que al llegar a una
madurez se han podido superar la mayoría de las dudas y se ha establecido una
personalidad capaz de asumir compromisos (matrimonio o consagración) e integrar
su vida con sabiduría.
Cualquier proceso “normal” de desarrollo
humano, sin embargo, puede ser truncado cuando en alguna etapa o en algunos
aspectos aparecen experiencias frustrantes, algunas de ellas incluso causadas
por algún desequilibrio biológico, pero casi siempre referidas a los aspectos
psico-social-sexuales.
1.4. Funcionamiento de la sexualidad masculina
A
continuación, un vistazo sobre el funcionamiento de la sexualidad masculina.
Hay algunas premisas histórico-sociales a
considerar:
a) Por siglos, y aun dependiendo de la cultura,
la formación del varón ha estado circunscrita bajo el rol del sexo fuerte,
conferido por su estructura anatómica. A ello se sumaba la preponderancia del
aspecto racional (frente a lo emocional) y el carácter fuerte que en muchos se
iba desarrollando.
b) También ha influido en gran manera la forma
de concebir el rol sexual dentro de la pareja. El falo, en muchas culturas, fue
exaltado (y aun en algunas partes de Japón aún lo es[12]) como símbolo de reproducción, dejando a la mujer como
la simple depositaria de la “semilla” (semen), origen de la vida humana. Más
aun, cuando se ha descubierto que el tipo de sexo es aportado por el varón
(cromosomas X, Y), muchos se jactan de la grandiosidad de su sexualidad.
c) Hasta hoy no ha sido posible erradicar la
visión machista que confiere al varón mayor presencia en los diferentes campos
de la vida, reduciendo la actividad femenina a una función placentera,
reproductiva u hogareña. ¡Muchas mujeres hasta hoy creen que su función como
esposas es satisfacer a sus maridos! en el ámbito sexo-genital, algunas lo
permiten aun cuando no sienten deseo.
d) Finalmente, la Iglesia de Jesús que en sus
inicios predicó la igualdad entre todos los seres humanos sin diferencia de
condiciones[13], asumió posturas seculares. A pesar de los esfuerzos de
las últimas décadas por revalorizar el papel de la mujer de la Iglesia es claro
que su rol es una participación diferente, incluso disminuida.
La ciencia y la psicología hoy, sin embargo, nos hacen
ver que hay algunos aspectos de la sexualidad masculina que no eran conocidos y
que ayudan a desterrar la idea del “sexo fuerte” para hablar mejor de dos sexos
con particularidades especiales.
a) Biológicamente, tanto varón como mujer no se
diferencian sexualmente hasta la séptima semana. A partir de entonces adquieren
características propias. En su etapa inicial, tanto varones como mujeres
producen indiscriminadamente estrógenos. Cuando llega la pubertad, las mujeres
aumentan en 10 veces su producción y los varones aun los siguen produciendo
cuando también aparece la testosterona, entonces, va decreciendo paulatinamente.
Muchos ven en estos resultados, los indicios por los que se retrasa la madurez
en los varones y por qué las mujeres están preparadas un par de años antes para
ser madres, mientras los hombres aún no[14].
b) Se destaca que en la etapa fálica, según
Freud[15], las mujeres superan la crisis de la castración (asumir
que no tienen un pene con qué curiosear, como el varón). Ello ofrece seguridad
y madurez. Mientras tanto, los varones seguirán comportándose como niños
engreídos que creen que tienen el poder y la autoridad (desde la tenencia del
falo) para determinar y sobrellevar las relaciones sexuales[16]. Con el descubrimiento del clítoris y su funcionalidad
se ha alimentado el ego femenino y disminuido el masculino[17]. En la misma línea, se ha descubierto que la infertilidad
no es cuestión que solo atañe a la mujer, sino que también afecta al varón (impotencia
sexual).
c) Finalmente, en el proceso de maduración
psicológica, se denota la gran importancia que la mujer concede a la
interiorización de sus sentimientos, emociones y afectos; y aunque muchas veces
no los dice, es consciente de lo que pasa. Los varones también se muestran
capaces de interiorizar, pero muchas veces más saltan por alto la experiencia
de pensar en sí y de lo que ocurre en él. Se tiende a racionalizar y dejar que
las cosas vayan como puedan, sin pensar en las consecuencias.
Tras haber realizado este balance
histórico-biológico, ¿cómo el varón consagrado puede ser capaz de responder a
una vida casta? Hace falta una dimensión que integre al hombre y todo lo que
está vivo en él. A continuación la
presentaremos.
La dialéctica entre historia y biología de la
sexualidad masculina nos ha dejado la imagen del varón en un clima de
inseguridad que se buscaría, de algún modo, reafirmar. Pero cuando hablamos de conceptos
como “celibato” o “castidad” no pareciera -a primera vista- que tales condiciones
posibiliten ratificar el aspecto masculino “degradado”, “violentado”. Pareciera
que nos acercamos a la castración masculina. ¿Podrá la teología darnos una
visión más positiva de estos estados de “renuncia”?
Hasta ahora hemos utilizado de manera
aleatoria los términos castidad-celibato, puesto que en ambos casos nos
estábamos refiriendo a un modo común de proceder frente a la sexualidad. Sin
embargo, lo que es propio de la VC son los términos de virginidad-castidad, de
los cuales ahora hablaremos. No dejaremos, sin embargo, de decir alguna palabra
sobre el celibato, que refiere a una norma de ascesis específica para aquellos
que sienten una llamada al sacerdocio. Descubriremos, sin embargo las implicancias
de un concepto sobre otro.
2.1. Virginidad
Tenemos consagrados varones y mujeres, y todos estamos
llamados a vivir la virginidad. Pero la palabra “virgen” ha sido objeto de
muchas malinterpretaciones. En primer lugar, parece referirse solo a mujeres.
En esa misma línea, la virginidad es inmediatamente relacionada con la
integridad física del sistema genital femenino. Finalmente, se cree que la
virginidad –como dice la famosa canción del grupo chileno los Prisioneros- “es
una cosa medieval”.
2.1.1. No solo
cuestión de mujeres
Como respuesta a lo primero, en los inicios del
cristianismo, aparece el “orden de las vírgenes”, por quien los padres de la
Iglesia desplegaron sus majestuosos tratados de Virginidad. La referencia hacia
la mujer siguió siendo posible gracias a que la exégesis, comúnmente, hace uso
del término a pasajes bíblicos que recuerdan a las vírgenes del AT (Jue 21, 12;
Dt 22,11; Am 8, 13; Jer 2,32), a la virginidad de María (Mt 1,23; Lc 1,27) o
las sugerencias paulinas (1Cor 7; 2Cor 11,2). Sin embargo, el libro del Apocalipsis
presenta un grupo de vírgenes que “no se mancharon con mujeres”.
Ahora, si bien no podemos ahondar en una exégesis del
sentido de pureza/impureza (mancha) para el autor bíblico, en cambio, sí
podemos señalar una característica de estos/estas vírgenes, que aparece a
continuación del pasaje: “siguen al Cordero adonde quiera que vaya” (Ap 14,4). Este
seguimiento se encuentra muy bien entroncado con la explicitación puesta en
labios de Jesús: “hay eunucos por el Reino de los cielos” (Mt 19,12), es decir,
aquellos que deciden no casarse para dedicarse más plenamente a la predicación
y dedicación a Dios[18].
2.1.2. Virginidad
más allá de un “sello”
La vinculación al sistema genital femenino marcó en gran
manera la interpretación de la virginidad. El derramamiento de sangre por parte
de la mujer, durante el primero acto coital era señal de que se había
conservado íntegra, que su “sello” no había sido violentado. Por su parte, en
el varón no existe una “señal” específica del fin de la virginidad. No
obstante, gracias a los estudios y reflexiones hoy, sabemos que la ruptura del himen
no es un condicionamiento para la virginidad. Esto ya era sostenido por Tomás
de Aquino, cuando señala que la integridad del miembro corporal (“sello
virginal”) es un elemento accidental en la virginidad, mientras que la decisión
de abstenerse del deleite sexual es su elemento formal[19]. Así mismo, el Doctor Angélico precisa una diferencia
entre virginidad perfecta e imperfecta, basándose en la presencia total o
ausencia de algunos de sus elementos: accidental/corporal; la materia del acto
sensible y la decisión voluntaria[20].
Pero si fijamos nuestra mirada en la presencia o no de
algún elemento, renunciaríamos a la riqueza que nos ha devuelto el Concilio
Vaticano II cuando nos señala que todos estamos llamados a la perfección en el
estado en que nos encontramos, por lo que meditar sobre la perfección o no de
la virginidad nos parece ahora subjetivo.
2.1.3. La
virginidad como opción
Es increíble cómo de ser un valor tan apreciado por la
cultura, hoy la virginidad se ha visto casi ridiculizada. Como consecuencia de
la revolución sexual del siglo pasado, hoy somos testigos de la gran
expectación, por parte de los adolescentes, en iniciarse, lo más pronto
posible, en la vida sexo-genital, como si se tratase de un acto de liberación.
Los medios masivos no dudan en contribuir a esta cultura del sexo libre cuando quieras, como quieras y con quien
quieras.
A pesar de ello, la Iglesia Católica sigue promoviendo el
valor de la virginidad como una preparación para la donación[21]. Optar ser virgen tiene este noble significado, y va
referido no solo a los que deciden consagrarse, sino también a los que eligen
ser solteros. En todo caso, se espera una vida fecunda tras la consagración
completa del ser a Dios[22].
Ya no se trata de un requisito para poder acceder al
sacramento del Matrimonio o para ser aceptada (las mujeres) en una comunidad religiosa;
tampoco es considerada una supra-virtud que deja en años luz al matrimonio. La
virginidad es la opción de los que han seguido a Jesús virgen, y que como Él,
aman a cada humano desde su condición. Más adelante veremos cómo se hace
necesaria la concientización que se requiere de los consagrados para ser vírgenes por el reino.
2.2. Castidad
El CEC la define como “la integración lograda de la
sexualidad en la persona”[23]. A diferencia de la virginidad, el concepto de castidad
se extiende también a la vida matrimonial: no podrán ser vírgenes, pero sí
castos tras un aprendizaje del dominio de sí que posibilite relaciones humanas
de mutua donación con el otro.
2.2.1. Un amor
puro
Hablamos ya de la diferencia entre castidad conyugal[24] y castidad en la continencia. Ya Tomás de Aquino hacía
esta diferencia y decía, respecto de la castidad en la continencia, que
consistía en abstenerse de mantener tener relaciones sexuales[25]. Para él, se trata de una “continencia perfecta”[26].
Sin embargo, no podemos reducir, ahora, la cuestión
coital cuando hallamos desventajas en un grupo (las parejas). Debemos aterrizar que el verdadero sentido de
tal virtud es una invitación al amor “puro”.
Por cierto, Harrison[27] señala que el término castidad (del gr. hagnas)
se usa en el NT indistintamente para referirse a vírgenes como a casados (2Cor
11,12; Tit 2,5; 1Pe 3,2), por lo que no podemos decir que existe una clase de
“puros” distinta a la de los “impuros” que practican su amor dentro de la unión
conyugal. El sexo, como creación de Dios, es demasiado precioso para ser
condenado a tal significado.
Renovando el significado de la pureza, la
castidad consiste en que el amor hacia el otro sea puro en el sentido de estar
orientado a amar con plenitud, responsabilidad y respeto; un amor maduro, sin
ataduras ni desviaciones egoístas; un amor de donación[28]. Así,
tanto en el matrimonio como en la VC, la medida en que se vive la castidad está
en la medida en que se vive el amor.
Felicísimo Martínez, respecto a la castidad
en la VC, señala que una forma de interpretar la castidad ha tenido una
vertiente levítica, centrada en la dicotomía pureza/impureza[29]. Sin ahondar mucho en el concepto, la famosa fuga mundi le debe mucho a esta
concepción. El problema aparecía cuando se tergiversaba con doctrinas maniqueas
(fariseísmo, rigidez, desprecio del cuerpo). Por otro lado, una relectura del
NT sí refiere la castidad en otros términos: la renuncia libre por un objetivo
firme: “el reino de los cielos”.
Esta forma de vida nunca puede ser considera
una patología médica o psíquica. La renuncia a la genitalidad no implica una
renuncia a la sexualidad. No podemos dividir cuerpo-materia y espíritu-alma,
simplemente porque nuestra integridad es indivisible. Quien quiere vivir la
castidad no debe entender el cuerpo como algo malo o impuro, sino, entendido
como parte de un “todo”, se convierte en puente de comunicación del amor y de
nuestras interrelaciones. Este es el presupuesto teológico que permite revalorar
nuestro cuerpo y nuestra sexualidad es la Encarnación: ahí está la fuente de
nuestra dignidad y del amor a todo nuestro ser.
2.2.2. Un amor
libre
Para la VC, la castidad es un voto que se
profesa junto a los de pobreza y obediencia y juntos se encuentran
interrelacionados en una espiritualidad de entrega. El Concilio Vaticano II, respecto
a nuestro voto en cuestión expresa que es “un don exquisito de la gracia que libera el corazón del hombre para que se
inflame más con la caridad para con Dios y para con todos los hombres”[30]. No se trata solo de “no tener sexo”, se trata de abrir
el corazón y liberarlo para amar. No es solo una renuncia, es una entrega.
Ahora, mientras que la virginidad atañía una
cuestión física, en la castidad esto se ve totalmente superado. Por la entrega
personal, el consagrado/a se une a Cristo para toda la vida, haciendo de Cristo
su único Esposo[31], como recuerdo de aquel maravilloso matrimonio
establecido por Dios y su pueblo, y que ha de revelarse totalmente en la vida
futura. Para la VC masculina esta idea resulta ser extraña, pero tiene mucho de
verdad. Si el amor es puro, es también libre de cualquier prejuicio. Liberados,
incluso, de la concepción sexual del amar, muchos varones consagrados se
atrevieron a llamar a Jesús su Amado[32], o aun concibieron a la Palabra - Sabiduría Eterna - como
su Amada, reconociendo a Jesús como
el centro de su Amor[33].
Pero, ¿por qué abrazar libremente una vida en
castidad? Martínez aduce, al menos tres razones: 1) Nuestro seguimiento de
Cristo implica una respuesta al llamado e imitación de este mismo Cristo que
vivió casto y célibe, 2) Esta forma de vivir la sexualidad nos ofrece libertad
para ofrecer un servicio en la Caridad, como lo hizo Jesús. He aquí donde se
inscribe la renuncia a la antigua familia y el nuevo ideal de familia universal
planteada por Jesús, 3) Se convierte en testimonio profético-escatológico de la
espera en el día del Señor, en que “seremos como ángeles”[34].
2.2.3. Un reto
para el varón vivo
La Teología, sin embargo, no espiritualiza la
realidad humana intentando hacer del estado religioso una ataraxia despegada
del ser. Pero en realidad, la vivencia de estos valores no es nada fácil de
conseguir (además que son un don). Muchos echan culpa a las cuestiones
afectivo-sexuales como motivo de las crisis en la VC; Felicísimo sugiere lo
contrario: nuestras crisis desemboca en problemas afectivo-sexuales. Estas
crisis pueden aparecer en tres estadios, según la etapa por la que vamos
pasando. Al iniciarnos, afrontamos el problema de la continencia, puesto que
nuestro instinto sexual es más fuerte y nuestras pulsiones más intensas. En un
segundo momento afrontamos la soledad. Finalmente, en un tercer estadio, afrontamos la crisis de
la “esterilidad biológica” en la que más de uno ha manifestado una “crisis de
paternalismo”[35].
Por años se han difundido medios espirituales
para vivir la castidad. En cada uno de estos estadios es preciso que los
conozcamos. Es preciso, en primer lugar, no presumir de las propias fuerzas y
reconocer que el don de la castidad viene de Dios, sabiendo que hay mucho que
hacer por nuestra parte. La experiencia de tantos santos hermanos nos ha legado
una serie de medios “naturales” ante lo anti-natural que supone vivir la castidad
en este mundo. La oración y la dedicación a Dios en el servicio divino, la
frecuente comunión y reconciliación, la guarda de los sentidos, ejercicio que posibilite
liberación de energías acumuladas, rechazo de toda falsa idea que haga “laxa”
la vivencia castidad, amistades vivificadoras, la donación alegre en las
actividades pastorales, una vida de fraternidad en la caridad, correcciones
fraternas compasivas, la devoción a la Virgen María… son algunas de las
recomendaciones comunes, puesto que –como ya lo hemos dicho- somos hombres
vivos, que sentimos estamos hechos de pasiones y emociones, y que no son nunca
obstáculos cuando el camino con Jesús se hace de la mano de Él.
Santo Domingo de Guzmán confesaba al final de
su vida que siempre se había sentido atraído por compartir más tiempo con las
mujeres más jóvenes que con las más ancianas[36]. Ello dice mucho de su humanidad y de la vivencia de su
castidad. Sabemos, por sus contemporáneos, que “a todos amaba y de todos se
dejaba amar”[37], pero su amor fue siempre alegre y donado. Si queremos
que nuestros varones aspirantes a la Vida Consagrada no sean los infieles del
futuro necesitamos hacerles saber que la castidad se vive en la alegría y desde
el amor.
2.3. Una palabra
sobre el celibato
Si bien todos los cristianos están llamados a
ser castos, no todos optan por el celibato. Mientras que la castidad consiste
en vivir la sexualidad según las exigencias del amor cristiano en cualquiera de
los estilos de vida que se opte (en pareja o en la continencia), el celibato es
una forma específica de renunciar al ejercicio de la genitalidad (sin renunciar
a la sexualidad) y es exigida, por la Iglesia, a todos los sacerdotes. Sin
embargo, tal como señala Felicísimo Martínez, es distinto referirnos al
celibato de los clérigos de la VC que el celibato de los presbíteros diocesanos.
Para los consagrados, el celibato no es una imposición que viene de fuera, sino
de una exigencia que nace dentro de la propia vocación y opción de vida[38].
3. UNA EDUCACIÓN
PARA LA CASTIDAD
Conocedores
de la realidad que nos atañe, estamos de acuerdo con el Concilio Vaticano II en
que debe seguirse un seguimiento de nuestros candidatos respecto a la suficiente y debida madurez psicológica y
afectiva para vivir la castidad como un bien para la integridad de la persona[39] y
nunca como una restricción de la vivencia de la sexualidad. Sí, este modo de
continencia perfecta está íntimamente relacionada con las inclinaciones más
hondas de la naturaleza humana, y ni puede ser tratado como “un accesorio más”
ni debe ser lo único determinable.
A
propósito, Amedeo Cencini, en sus propuestas para una educación en la Virginidad[40], nos presenta una excelente perspectiva de
cómo abordar este valor evangélico, muy relacionado a la castidad. Pensamos,
por lo tanto, que una educación en la castidad, requiere una concientización de
la virginidad (como ya lo hemos dicho en el capítulo anterior). Finalizaremos
con una idea que puede sonar un tanto descabellada: planificar una “Paternidad
espiritual responsable”.
3.1. Del silencio
impuro a la educación en la virginidad
Nuestra
propuesta de educación para la castidad gira en una educación para la Virginidad.
Habiendo comprendido que la castidad es un don compartido entre casados y no
casados, el valor de la virginidad debería ser un poderoso elemento de nuestra
vocación a la castidad. Para Amedeo Cencini, proponer la virginidad como valor
evangélico dentro del itinerario vocacional ha sido fruto de un estudio
consensuado de los planes vocacionales de muchas congregaciones religiosas (más
de 35) y un análisis de realidad. Él constata que se teme hablar de la virginidad, aun cuando sabemos que es un
aspecto fundamental de la vocación a la vida consagrada, y denomina a este
fenómeno como silencio impuro[41].
“Tal vez los religiosos no vivan con convicción este valor y he ahí la razón
por su silencio”; tal vez sea un “peso” con el que tiene que cargar -afirma el
religioso. Y es que –precisamente- los planes vocacionales intentan mostrar
valores atrayentes para los jóvenes; la virginidad, por supuesto, no lo es; y
los animadores lo pasan por alto (“se supone que saben”). Mejor callarse. Las
causas de este silencio, ya han sido repasadas en nuestro primer capítulo, así
que en este espacio nos proponemos dar algunas respuestas educativas.
3.1.1. Totalidad
objetiva y subjetiva
Cencini
cree que a nivel vocacional se deben impulsar dos movimientos, entre el objeto
y el sujeto, de tal manera que signifiquen la vivencia total de la sexualidad
de manera objetiva y de manera subjetiva.
De
cara al objeto de la sexualidad, que es Dios mismo, el Amado[42],
Cencini piensa que debemos ser capaces de “bendecir nuestra sexualidad”, y que
el tema no solo punto de broma o de lamentación lúgubre. Devolverle la palabra
a través de contenidos y pláticas sanas puede ser una muy buena alternativa.
Así mismo, recuperar la virginidad como valor para el joven de hoy, ya que si
bien nos encontramos aplastados por el bombardeo externo erótico del sexo, el
religioso canosiano cree que muy dentro muchas emociones callan: “¡por dentro,
el verdadero escándalo es el del amor!”[43] Es
necesario una réplica contestataria, de la que nuestro testimonio puede ser un
buen ejemplo.
De
cara al sujeto, Cencini apuesta porque los educadores vocacional puedan
despertar la capacidad de “desear”. Conocedores del desorden sexual que hay en
los jóvenes de hoy, es urgente que se identifiquen las causas de este desorden
(inmadurez afectiva, egoísmo, impulso gratificarse sin abrirse a los otros,
autoerotismo, fantasía pornográfica, etc.) para decirles no por medio de un
sano ejercicio del pudor, definido como “la vigilante conciencia que defiende
la dignidad del hombre y del amor auténtico”[44].
Con el pudor se recobra el sentido de misterio a nivel interior, lo que la
continencia –de modo exterior- lo complementará. Solo este camino permitirá
abrirnos a nuevos deseos, nuevas formas de pensar la vida y el amor, nuevos
sueños para la construcción del Reino.
3.1.2. Amor
virginal vivido desde la Pascua
La
renovación de la vivencia de la Pascua a partir de los estudios de los evangelios
de los últimos años tiene mucho que aportar a una educación. La resurrección de
Jesús en su mismo cuerpo, glorificado, dice mucho del amor que tiene la segunda
persona de la Santísima Trinidad por la humanidad. Jesús no solo tiene cuerpo, sino que es cuerpo. Por eso, en la última cena
dice: “Este es mi cuerpo” y lo
entrega para sus hermanos.
El
cuidado y vivencia de nuestro ser cristiano tienen mucho que agradecer al
misterio de la Encarnación, por el que el cuerpo humano es valorizado. Ese
misterio alcanza su culmen en la Resurrección, por lo que todo aspecto de la
vida cristiana es (debería ser) una manifestación de la fe pascual, del Cristo
que padeció, pero que –tomando su cuerpo- resucitó.
Una
educación en la castidad debe tomar totalmente (como ya lo hemos mencionado) el
objeto del cual nos sentimos atraídos y
direccionar el amor hacia Él. Pero el amor pascual no se centra solo en la
victoria del domingo, sino también en la crisis del viernes. En medio de esa
crisis Jesús ama su cruz. Si ella se convierte en peregrina, acompañante día a
día, debemos reencontrar el sentido de vivir la extrañeza de ser vírgenes,
sabiendo con cuánta alegría hacemos de su presencia una vida de liberación. Ese
es el fin de la cruz: demostrar el amor liberador para atraer a otros a amar[45].
3.1.3. La
virginidad como un don compartido
En
medio de la entrega de sí, Cencini hace una justa declaración: “La virginidad
no es un bien privado”[46]. No
podemos congratularnos por los años en que vivamos “fieles” al voto o sentirnos
superiores por el cumplimiento de una norma. Estamos invitados a que el amor
vivido desde dentro sea mostrado para que dé fruto, para que la vida consagrada
sea contagiosa y provocadora. Aún cuando muchos piensan que amar es poseer, debemos
re-significar el amor.
La
fraternidad es un buen modo de llevar a cabo este amor compartido. Cuando nos
sentimos hermanos, cuando tenemos amistades particulares libre dentro de
nuestros conventos y hacemos partícipes a otros de esa amistad, estamos diciendo mucho de nuestra
individualidad-libertad personal, pero también hablamos de nuestra necesidad de
comunidad, una “sana dependencia”.
3.2. Paternidad
espiritual responsable
Uno de los conceptos que causó la publicación de la
famosa “Humanae Vitae” fue el de paternidad responsable. Con ella se sugiere
que los padres de familia panifiquen, organicen su vida en cuestión de la
procreación. Este documento en realidad, se convirtió en un buen ejemplo de
cómo concebir ahora el matrimonio, revalorizando el bien de los esposos, no
reduciendo la vida matrimonial solo a la procreación.
Tal vez sea momento que nuestra paternidad
espiritual a la que estamos llamados, también tenga que “educarse”,
“proyectarse”, “planificarse”. No se trata aquí de qué métodos naturales
utilizar para evitar el contacto afectivo-sexual con alguien y evitar, posteriormente,
una situación dolorosa de afectividad y de abandono. Se trata de educar en la
castidad para que nuestra paternidad sea fecunda.
A lo largo de nuestra exposición, hemos considerado
que nuestro ser vivo nos pide que vivamos con lo que somos, sentimos y tenemos.
Pero esa vivencia debe estar orientada a los valores del reino, como se han especificado
en los temas de virginidad y castidad. Por tanto, una educación en la castidad
requiere no solo de una mención en los programas vocacionales, sino de una
dirección dentro de la vida vocacional misma.
Ahora,
así como en la paternidad responsable pensable se piensa en como “administrar”
aquello que los une, nosotros también debemos prepararnos para cuidar bien aquello
que nos une a Dios. Terminamos con dos simples ideas: vivir una sana salud
sexual y vivir en un constante discernimiento.
El tema de la salud sexual no es ninguna novedad.
Necesita, sin embargo, ser recordado. Habiendo tocado ya el misterio del pudor,
tantas veces olvidado, es necesario poner algunos lineamientos que nos ayuden a
que nuestro cuerpo y nuestra mente, todo lo que somos, esté en buena salud.
Conocemos muchos métodos que nos ayudan en todo
momento a mantener una salud sexual (integración de nuestra sexualidad en
beneplácito de nuestra integridad), pero si no somos conscientes de cuán bien
nos ayudan, o si pensamos que son cosas que podemos pasar sin más, poder enfermarnos afectivamente. Se habla
mucho del deporte y de la oración: descargar energías y cargarnos de vida. Pero
la salud sexual también empieza desde acciones sencillas como el cuidado de lo
que pensamos, decimos o hablamos: ¿qué tan cuidadosos somos con nuestros
sentidos?, ¿cuánta “comida chatarra” nos llevamos a la boca, ojos, oídos,
cuerpo…? No se trata –insistimos- de reprimir- sino de ser libres y auténticos
como Jesús, para saber diferenciar qué me ayuda y qué no.
Sabios
hermanos mayores nos vienen repitiendo que “uno nunca estará seguro de su
vocación mientras esté tres metros bajo tierra”. Esta parece pesimista, pero
–en realidad- tiene mucho de realismo. Si concebimos nuestra vocación como una
opción siempre discernible, siempre evaluable, reconocemos nuestra debilidad y
nuestra necesidad de “renovar nuestros votos cada día”.
Generalmente
nos ocupamos de discernir, entre los candidatos a la Vida Consagrada, por medio
de algunos requisitos. Sin embargo, a medida que dejamos pasar el tiempo,
pensamos que “ya superamos eso”, entonces, no nos volvemos a evaluar… Al fin,
“ya logramos la meta”. Felicísimo Martínez cree que todos tenemos las mismas
exigencias y tienen los mismos medios para vivir una vida en castidad. Los criterios
que se usan para la aceptación no pueden sino ser también criterios de
concientización: ¿sigo la llamada de Dios o ya estoy siguiendo otros dioses?, ¿vivo
maduramente mi afectividad?, ¿vivo sanamente relaciones comunitarias, ¿es la
vida de misión un servicio indiscriminado a todas las personas, comenzando por
los más discriminados y excluidos? Todos estamos invitados a orientar siempre
nuestro primer amor.
CONCLUSIONES
q El
hombre, como ser vivo, es un ser con una historia bio-psico-social. En él confluyen
una serie de factores tales que cuando un problema sale a la luz, todos los
aspectos se ven invadidos. Es necesario, por tanto, ser conscientes de nuestra
realidad antropológica para asumir responsablemente nuestras decisiones como
consagrados, vírgenes y célibes por el Reino.
q La
teología de la virginidad y la castidad nos ofrecen muchos elementos que nos permiten
verlas como dones preciosos que podemos alcanzar en medio de nuestras limitaciones.
q Aun
cuando hemos dejado suelta una idea (paternidad espiritual responsable), creemos
que algunos modelos de educación en la castidad no deben perder la mención de
hacer a este valor evangélico (así como la viriginidad) un sano instrumento
profético y evangelizador del amor de Dios que nos llama.
BIBLIOGRAFÍA
q Ardito, María Julia. 2010. Curso de Sexualidad humana.
Iset Juan XXIII.
q Catecismo de la Igleia Catolica (CEC)
q Cencini, Amedeo. 2002. “La fascinación siempre nueva de
la virginidad. Del silencio impuro al coraje juvenil. Paulinas, Lima. De
Aquino, Tomás. Suma Teológica.
q De Sajonia, Jordán. OP. Libellus, EDIBESA, Madrid, 1998.
q Francisco. Motu proprio “Como una madre amorosa”, 2016.
q García Paredes,
José Cristo Rey. 2015. El “encanto” de la vida consagrada. Emaús, Madrid.
q
Harrinson, 1985. Diccionario de Teología. Libros Desafío,
Gran Rapids, EEUU.
q Kaplan, citado en: Ademar Martínez. Curso de sexualidad.
Noviciado Internacional, Cusco. 2012.
q Martínez, Felicísimo. 2005. ¿A dónde va la vida
religiosa?
q Peña Ángel , OAR. La Iglesia Católica y el abuso sexual a
menores. Lima, 2010.
q
Ramírez, Guillermo. Curso de Moral III. Iset Juan XXIII.
2016.
q Rodríguez, Pepe (1995). La vida sexual del clero. Bailén,
Barcelona.
q
Struk, Félix. 1986. Evangelio según Mateo. CEDOC, Puerto
Rico.
[1] Rodríguez, Pepe (1995). La vida sexual del clero. Bailén, Barcelona.
[2] Victoria Campos, catedrática de Ética en la Universidad
autónoma de Barcelona, senadora desde 1993, citada por: Rodríguez, ibid.
[3] El tema en cuestión dio a pie a la elaboración de
diversos materiales y la propagación del escándalo a novelas y al mismo cine.
Recientemente se ha considerado que la cinta cinematográfica Spotligth (2015) mira de manera objetiva
la situación. Asimismo, podemos revisar el informe recopilatorio que hace el P.
Ángel Peña, OAR, en: La Iglesia Católica
y el abuso sexual a menores. Lima, 2010.
[4] Rodríguez, Pepe. P. 243-244.
[5] Rodríguez, ibídem p. 53-64. Parte del Concilio de Nicea
(325 a.C., cánones 3 y 61), hace hincapié en la trascendencia de los concilios
lateranenses del siglo XII para formular categóricamente la norma celibataria
(1123, 1139) y aterriza en las declaraciones de Pablo VI (Sacerdotalis
coelibatus, 1967, núm 26).
[6] Victoria Campus, citada por: Rodríguez, ibídem, pág.
VII-X.
[7] En su parte introductoria, Enrique Miret Magdalena
(Teólogo), Victoria Camps (Licenciada en Ética), María Martínez Vendrell
(Psicóloga clínica) y Joaquín Navarro Esteban (Doctor en Derecho y ex -diputado
español) validan la postura del autor con tales argumentos.
[8] Recientemente fue publicado el motu proprio “Como una madre amorosa” de Francisco, 2016.
[9] Kaplan, citado en: Ademar Martínez. Curso de sexualidad. Noviciado Internacional, Cusco. 2012.
[10] Estas son: Periodo pre-natal, infancia, niñez temprana
(3-6 años), niñez intermedia (6-11), adolescencia (11-20), adultez temprana
(20-40), adultez intermedia (40-65), adultez tardía (65 a más). Revisar:
Ardito, María Julia. 2010. Curso
de Sexualidad humana. Iset Juan XXIII.
[11] Erick Erickson, citado en: Curso de Sexualidad humana, María Julia Ardito. 2010, Iset Juan
XXIII.
[12] En Japón aun se viene realizando una fiesta honor al
falo masculino.
[13] Gál 3,8
[15] Ardito, María Julia. 2010. Curso de Sexualidad humana. Iset Juan XXIII.
[16] Ibid.
[17] “Vuelta y vuelta”. Programa emitido por TVR Española.
Definición y funcionamiento del clítoris.
[23] CEC, 337.
[24] Afirmación que se
venía subrayando en GS 49,3 y en la encíclica de Pablo VI: Humanae
Vitae, 22.
[25] S. Th. II, II. q.
152, a.4.
[26] S.Th. II, II. q.
186,a.4.
[28] Curso de Sexualidad. Fr. Adhemar Ventura, OP. Noviciado de la Orden de
Predicadores. Cusco, 2012.
[30] Perfectae caritatis, 1.
[31] Ibídem.
[32] San Juan de la Cruz, ¿Dónde
estás amad mío? – Cántico del alma que busca a su Dios.
[33] En sus escritos, el Beato Enrique Suzón, OP (Diálogo con
la Sabiduría) o San Luis María Grignion de Monfort, llaman a Jesús el Amado que
el alma espera.
[36] Jordán de Sajonia, OP. Libellus, EDIBESA, Madrid, 1998.
[37] Ibidem.
[38] Martínez, Felicísimo. 2005. ¿A dónde va la vida
religiosa?
[40] Amedeo Cencicini: Sacerdote
canosiano, profesor de pastoral vocacional y de metodología de la dirección
espiritual en la Universidad Salesiana de Roma, y de formación para la madurez
afectiva en el curso de formadores de la Universidad Gregoriana (Roma). Desde
1995 es consultor de la Congregación para los institutos de vida consagrada y
las sociedades de vida apostólica.
[41] Cencini, Amedeo. 2002. “La fascinación siempre nueva de
la virginidad. Del silencio impuro al coraje juvenil. Paulinas, Lima.
[42] Cencini, Amedeo. 2001. Un Dios para amar. Paulinas,
Lima.
[43] Cencini alude a una cita de Barthes. Pág. 35. “El amor
se ha transformado en la única, extraordinaria, aislada y escandalosa
excepción” ante la ebullición erótica-sexual.
[44] Sagrada Congregación para la Educación Católica.
Orientaciones educativas sobre el amor humano, 90.
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