Diagnóstico de la crisis de valores en nuestra sociedad



1.     DIMENSIONES REALES DE LA CRISIS ACTUAL

Una sociedad donde todos son “autónomos”[1]

Callahan observa que la sociedad occidental pasó del paternalismo de las autoridades, cualesquiera que fueran, y del correspondiente infantilismo de los súbditos de toda clase, pacientes o estudiantes, hijos e hijas de familia o ciudadanos, (la sociedad occidental pasó) del paternalismo y dependencia moral a la mayoría de edad, concretada en la autonomía del ser humano, varón o mujer, joven o adulto.

Peor tal transición, muy generalizada por cierto, del infantilismo a la autonomía, si quiere merecer con pleno derecho tal nombre, tiene que asumir el papel de reflexión y deliberación que ejercía la autoridad. Quienes ejercían antes la autoridad, en cualquier escala, padres y madres de familia, el Estado con sus organismos pensantes y deliberantes, el Senado, el Gobierno, los Jueces, antes de pasar a la decisión y ejecución de una acción cualquiera tenían que someterla al proceso de deliberación o valoración moral para saber si tal acción era buena o era mala.

Hoy día muchos de los defensores de la autonomía moral se limitan a decidir y ejecutar la acción, omitiendo el proceso de deliberación. O, a lo más, reducen el proceso de deliberación de una acción, a un ligero y fácil consenso, como si el parecer de la mayoría, sin más, determinara lo que es bueno y lo que es malo en moral. Y no es así. No pueden omitir el proceso de valoración ética de la acción que desean ejecutar. Pasar a la ejecución de tal acción, sin su valoración, equivaldría a caminar sin ver, a avanzar con los ojos cerrados. El peligro de caerse es evidente. Esta no es la verdadera autonomía.

Una sociedad individualista

Todo tiene sentido para Lipovetsky: Mientras unos se aprovecharán de un sistema para ganar beneficios, otros se encerrarán en su vida personal, ajena al sistema político –económico. Esta es la contradicción del individualismo de hoy, un individualismo irresponsable que no considera el creciente número de marginados de la vida económica, el aumento de la criminalidad, la debilidad de los gobiernos, la reducción de la protección social, la competencia económica en el mercado sin control jurídico, el hundimiento de la educación. Leuridan coincide con esta idea: Los derechos individuales prevalecen sobre los deberes colectivos. El crecimiento de los deseos y derechos de autonomía eliminó el sentido de la moral interindividual y promovió la indiferencia por el interés público y la “democratización de la corrupción”. Curiosamente las personas buscan honestidad y no-violencia respecto de su individualidad y, sin embargo, no les interesa las obligaciones con la sociedad. Asistir a las elecciones nacionales no les parece obligatorio y, sin embargo, rechazan la violencia política. Se ha perdido el sentido del sacrificio, la lucha por los grandes ideales de la democracia, la patria, el heroísmo. Se trata de una moral nueva, sin sanciones ni obligaciones. [2].Todo está permitido.

Hoy se habla mucho de la ética; las democracias actuales la reclaman, pero no es ya la ética del deber, ni de la renuncia a sí mismo, sino una moral indolora propia de la era individualista. “La cultura del amor a sí mismo (self love) nos gobierna en lugar del antiguo sistema de represión y control dirigista de las costumbres”, diría Lipovetsky[3].

Una sociedad enfocada en el dinero

Tony Judt expone en su libro “Algo va mal” el hecho que la sociedad ha hecho del dinero su único criterio moral y ha convertido en virtud la búsqueda del interés material, lo que ha provocado un crecimiento salvaje de la desigualdad interior entre los países, la humillación sistemática de los más débiles, los abusos de los poderes no democráticos –empezando por el poder económico- frente a los cuales el estado es impotente, y sin que esto cause el menor revuelo o indignación. Recordando a Adam Smith, autor de un libro sobre los sentimientos morales en el siglo XVIII, quien decía que la causa más grande y más universal de la corrupción de nuestros sentimientos morales es el carácter destructivo de la cultura de admiración de la riqueza. Judt pensaba que la ceguera del mundo en que vivimos y el aumento global de la riqueza disimula las disparidades distributivas que colapsan la movilidad social y destruyen la confianza mutua indispensable para dar sentido a la vida en sociedad[4].

Una sociedad que ha cambiado el concepto de familia

Para Leuridan, si bien la familia sigue siendo la única institución por la cual están los posmodernos dispuestos a sacrificarse, sin embargo, se la entiende en un sentido diferente a la moral tradicional: hay derecho de convivir, de divorcio o separación, derecho a relaciones extra-pareja, derecho a los métodos anticonceptivos, pocos hijos, recurrir a bancos de semen, vientres alquilados, inseminación artificial. El concepto de familia ha cambiado. Ya no es un fin en sí misma sino una institución en función de los derechos y deseos individualistas. La familia construir, destruir y reconstruir. Los padres cumplirán sus deberes frente a los hijos, pero no van a sacrificar su vida personal; se educa para que los hijos sean autónomos; los deseos y derechos prevalecen sobre las obligaciones[5].

Lipovetsky continúa esta idea diciendo que la familia de la sociedad posmoderna se caracteriza por el predominio del divorcio y, consecuencia de ello, la ausencia del padre. Los modelos que los niños, adolescentes y jóvenes encuentran significativos no están ya en el interior de la familia, sino en las estrellas de la farándula. “La fascinación ejercida por los individuos celebres, estrellas e ídolos, estimuladas por los medios de comunicación que ´intensifican´ los sueños narcisistas de celebridad y gloria, animan al hombre de la calle a identificarse con las estrellas”[6]. Si a este predominio de los ideales idolizados del estrellato publicitario se agrega una cierta psicología y pedagogía permisivas, entonces el dramatismo de nuestra situación crece. “Así como la proliferación de los consejeros médicopsicológicos destruye la confianza de los padres en su capacidad educativa y aumenta su ansiedad, asimismo las imágenes de felicidad asociadas a las de celebridad engendran nuevas dudas y angustias”.

Una sociedad influenciada por los medios de comunicación

Para Lipovetsky el mundo publicitario es problemático: no le interesa la verdad ni el sentido. En sus formas avanzadas, humorísticas, la publicidad no dice nada, se ríe de sí misma: la verdadera publicidad se burla de la publicidad, del sentido como del sinsentido, evacua la dimensión de verdad, y esa es su fuerza. La publicidad ha renunciado, no sin lucidez, a la pedagogía, a la solemnidad del sentido; cuantos más discursos, menos atención: con el código humorístico, la realidad del producto es tanto mejor resaltada por cuanto aparece sobre un fondo de inverosimilitud y de irrealidad espectaculares. El discurso demostrativo fastidioso se borra, sólo queda un rastro intermitente, el nombre de la marca: lo esencial[7].

Pero aquí viene la paradoja: la crítica de los medios masivos de comunicación pertenece a la ilustración, pero la ilustración es cuestionada por el posmodernismo. En su lugar predomina la tolerancia de todos los puntos de vista. La información televisada ha acentuado además esa dimensión posmoralista: un informativo diario se construye idealmente ´más allá del bien y del mal´, requiere la estricta neutralidad de tono, flashes concisos, emisión en directo, en el límite, un desfile de informaciones, sin comentarios, ni interpretaciones. No condenar, no juzgar, pero decirlo todo, mostrarlo todo, exponer todos los puntos de vista, dejar al público libre de opiniones multiplicando y acelerando las imágenes e informaciones del mundo. Una ética existencial es la que predomina, a cada uno su verdad, a cada uno su moral en el riesgo, la elección y la duda. La moral es impotente ante el cuarto poder.

Lipovetsky termina temiendo que los problemas que todo esto plantean para la educación familiar y su efecto en la educación escolar de niños y adolescentes son muy complejos. Es el gran problema que numerosos psicólogos, sociólogos, teóricos de la educación han estudiado sobre el efecto de la televisión en la mente y conducta de la niñez y la adolescencia. Se vive en la inmediatez, en el presente, y el pasado se borra con la constante exposición acelerada de imágenes. Señala también Bourdieu que al fin de cuentas los valores que trasmiten los medios de comunicación son los valores comerciales y su reproducción. Los medios son poco autónomos, “son títeres” de la fuerza del mercado.

Una sociedad que ha cambiado el modo de educar

La educación moderna, dice Lipovetsky, mantenía unida la religión del deber, la ilustración y el progreso moral de la humanidad hacia la emancipación. Pero en la segunda laicización de la moral esas ideas dejan de estar mutuamente vinculadas. El deber era todavía demasiado religioso; la segunda secularización de la moral hace desaparecer el absolutismo del deber. La moral se “enseña” ahora desde los medios de comunicación. La era posmoralista no significa expulsión del referente ético sino sobreexposición mediática de los valores, reciclaje de éstos en las leyes del espectáculo de la comunicación de masas.

Rojas cree que cuanto más se esfuerzan los profesores porque los estudiantes lean, menos leen éstos. Indiferencia por saturación, información y aislamiento. Agentes de la indiferencia, se comprende que el sistema reproduce de forma extendida los aparatos de sentido y responsabilidad que sólo logran producir un compromiso vacío. La domesticación social ya no es disciplinaria porque el sistema social se ha pulverizado. Hay una tecnología de control flexible y una ideología que glorifica la expansión del ego. La falta de atención de los alumnos, de la que todos los profesores se quejan hoy, no es más que una de las formas de esa nueva conciencia cool y desenvuelta, muy parecida a la conciencia teleespectadora de informaciones, conciencia opcional, diseminada, en las antípodas de la conciencia voluntaria, infradeterminada. Los medios de comunicación te ofrecen todo y de todo. Ahí se puede “aprender” y “auto-educarse”. Los tutores y formadores de conciencia caen por su propio peso.

 2.     VACÍO MORAL

2.1.Breve recuento histórico: ¿Cómo llegamos aquí?

Para los que hemos revisado un poco de Filosofía, sabemos que es en la Modernidad donde podemos descubrir las raíces de los problemas morales de hoy. Sabemos que es el lugar donde se critica la moral tradicional-cristiana e incurre en la historia una moral más racional. Para Leuridan, el cuestionamiento de la razón, fundamento de la modernidad, por Nietzsche, dará inicio en el siglo XX al escepticismo y a la posmodernidad[8]. Precisamente estas son las características sustanciales de nuestra moral actual. ¿Pero cómo llegamos hasta aquí? A continuación hacemos una breve recapitulación histórica sobre los pensamientos que han contribuido a la realidad crítica de hoy. Creemos importante decir una palabra sobre Kant y Marx. Luego, siguiendo a Leuridan, debemos revisar a Nietzsche, a quien le siguen  Heidegger y Foucalt, quienes no veían posible una ética. En adelante, todos los filósofos son escépticos; es decir, afirman que no se puede conocer ni la verdad, ni el bien, ni el mal.

Kant y la autonomía moral

Kant, en la cumbre de la modernidad, era el filósofo de la autonomía, uno de los conceptos que hoy tantas veces se enaltece. Pero Autonomía no podía equivaler a decir: Hago lo que quiero. Tal autonomía se situaría en el polo opuesto a la autonomía, tal como la entendió Kant. Para Kant, autonomía es la deliberación y decisión en obediencia y sumisión a los dictados del Imperativo Categórico, lo cual no significa simplemente hacer lo que uno quiera, sino hacer lo que le dicta sensatamente la razón práctica pura. Escribe así en su obra genial Fundamentación a la Metafísica de las Costumbres: Autonomía y sujeción a las leyes morales de la razón práctica (= imperativos categóricos) son la misma cosa. Para Kant el sujeto autónomo no puede obrar ciegamente ni impulsado por sus caprichos sino que tiene que estar atento a los dictados o imperativos categóricos de la razón, procurando liberarse de toda clase de influjos empíricos, interesados o sensibles y obrar sólo por respeto a la ley moral. Esta es la autonomía verdadera.

El marxismo y nacimiento de la individualidad

Hay una filosofía moral que, para Cortina, parece preceder a las demás temporalmente: el marxismo-leninismo. Y ella dice parecen preceder porque, si bien los fundamentos de la ética marxista ven la luz en el siglo XIX con la aparición del materialismo histórico y, particularmente, del socialismo científico, como tal concepción ética no se configura hasta mediados del siglo XX.  El marxismo cobra sentido por su referencia a la libertad futura y  su mejor legado consiste en constituir una provocación moral en pro de una justicia y de la construcción de la utopía. Marx y Engels no pretendieron en modo alguno elaborar una ética comunista, ni mucho menos situarla en los cimientos del materialismo histórico. Para los filósofos, los primeros estadios de la sociedad viven una moral gregaria, a la que corresponde totalmente un punto ínfimo de libertad, porque el hombre, obligado a depender casi totalmente de la naturaleza, se encuentra casi totalmente determinado por ella (la famosa enajenación). Un cambio objetivo -el desarrollo de las fuerzas productivas y el nacimiento de la división del trabajo- abre, sin embargo, el valor y significado del hombre como individuo: el hombre ya no necesita del grupo para sobrevivir físicamente y, por tanto, aparece la división del trabajo. Este cambio en el lugar objetivo del individuo produce, a la vez, un cambio subjetivo, un cambio en su conciencia. Aparece el sentimiento de individualidad, la capacidad de aproximarse a la realidad analítico-críticamente y de valorar.

La voluntad de poder de Nietzsche

Para Nietzsche, Kant y la época de la razón ha perdido su sentido. Kant es peligroso, puesto que junto con los modernos sigue siendo “creyente”, y aun cuando estos modernos ya no creen en Dios sino en ideales superiores a la vida, como los derechos del hombre, la ciencia, la razón, la democracia, el socialismo, la sociedad sin clases, el progreso, la igualdad, etc., esto sigue siendo peligroso. Nietzsche instaura lo que él llama “religiosidad sin Dios”, ídolos que él se encargará de destruir. Entiende que el ideal es la mentira que pesa sobre la humanidad. Tras el fracaso de la modernidad propone una moral de la voluntad del poder, “más allá del bien y del mal”. Nietzsche rechaza cualquier proyecto que pretenda mejorar el mundo. Detesta ideales. No acepta la caridad, la compasión ni el altruismo, sea cristiano o no. Nietzsche considera que “la voluntad del poder” es el sentido central o profundo de todo ser. Se trata de la voluntad intensa de vivir que supera las divisiones internas como la culpabilidad, el miedo, remordimientos, añoranzas. El superhombre es aquel en quien la voluntad de vivir se revela con toda su fuerza, es el que está situado más allá de la moral.

Estamos hablando de la inversión de los valores: los valores naturales de vivir en lugar de los valores morales, como si en esta vida hay que aprender a distinguir lo que vale la pena vivir y lo que debe desaparecer. Nietzsche nos invita a vivir de tal manera que los remordimientos y las tristezas no tengan sitio en nuestra vida. No habría que distinguir entre acontecimientos malos o buenos, y no preocuparse ni del pasado o el futuro, solo vivir con amor el presente. En palabras de Cortina, la tarea moral no consiste en nuestro tiempo en “la tarea del héroe” que lleva al máximo su humanidad. Nuestra ética no es una “ética de la perfección” sino “de la satisfacción”, del máximo de satisfacción posible con respecto a deseos, necesidades, intereses y preferencias que son un hecho insobornable[9].

Lyotard: La tecnología tiene la razón

Recordando que en la modernidad la ciencia siempre fue considerada como el único verdadero conocimiento (y los otros tipos de conocimientos eran “fábulas”), el filósofo francés Jean-Francois Lytoard considera que fue un error recurrir a la filosofía para legitimar la ciencia. Es más, ni la misma ciencia podía legitimarse a sí misma, puesto que por el principio de falsificación, el conocimiento adquirido era siempre superado por otro que demostraba lo contrario. No existía una razón universal. Los científicos ya no buscaban un consenso sobre lo verdadero, lo justo o lo bello (como pensaba la filosofía tradicional), sino que el principio era la eficiencia. Este trabajo científico suponía financiamiento y este podría solventarse solo con los ricos. En adelante, los ricos tendrían la razón. Riqueza, eficiencia y verdad se juntan. Las técnicas se hacen dueñas de la realidad y los resultados prácticos de la ciencia y de la tecnología prescribían el orden de la sociedad. Todo el conocimiento que se consigue tras la tecnología sería la apuesta más importante en la competencia mundial por el poder. Los estados lucharán por el poder de la información. El manejo de las decisiones ya no dependerá de los filósofos, religiosos, políticos, profesores o instituciones tradicionales, sino de los expertos, de los altos funcionarios de los organismos y directorios de empresas. Para Lyotard los países desarrollados tienen ese conocimiento, ese poder; a los países “en desarrollo” los entretendrán con cine, televisión e Internet.

Finalmente, si la moral tradicional de siglos tenía a Dios como parte del culto, para los modernos la moral se independiza de la religión. Los ideales de soberanía individual e igualdad constituyen entonces los principios de una moral democrático-universal. Todos tienen derecho natural de elegir cómo vivir en la tierra. En palabras de Leuridan: “La moral se convierte en un derecho y no en un deber[10]. Las pasiones del egoísmo y los vicios son instrumentos para lograr la felicidad. Vivimos una cultura narcisista de la higiene, del deporte, de la estética y de la dieta, del relajo, del bronceado, de la delgadez; está bien ser de izquierda o derecha, ser ateo o cristiano o escéptico. Todos tienen derechos a elegir lo que quieren ser. Nadie tiene deber de dar cuenta de su vida a los demás. Individualismo total.
  
2.2.¿Vacío moral?

Pluralismos individuales

“¿Sano pluralismo o vacío moral?” es la pregunta que se hace Adela Cortina al intentar analizar la realidad de la moral actual[11]. El pluralismo moral preconiza la convivencia de distintas concepciones acerca de lo que hace felices a los hombres o acerca de lo que deben hacer; acerca de lo bueno acerca de las normas correctas. Trátese del bien o del deber morales es ya un sello distintivo de su naturaleza moral la pretensión de universalidad. Pero, en estos tiempos en que felicidad y corrección se han divorciado y las distintas éticas se especializan en la consideración de lo bueno o de lo correcto, las normas se hacen universales y la felicidad no. La felicidad aparece como una cuestión subjetiva, de consejos de prudencia basados en la experiencia, mientras que las normas constituyen hoy un mínimo para la convivencia ¿Cómo ha sido posible de facto la convivencia de distintas concepciones morales que pretenden universalidad? Una verdadera convivencia de distintas morales que pretenden universalidad ha sido, y es, posible sobre la base de una ética cívica, que se compone de unos mínimos compartidos entre las distintas ofertas de “máximos”, entre las distintas propuestas de felicidad. Nadie puede exigir a otro que viva según un modelo de felicidad: puede invitarle a seguirlo. Pero una sociedad sí puede exigir a los ciudadanos que vivan según unas orientaciones de justicia. Por eso es posible de facto el pluralismo moral: porque ya hay unos mínimos de justicia (libertad, igualdad, diálogo, respeto) compartidos por las morales de máximos. Y esta moral cívica orienta la legalidad, que no sólo se exige, sino que se impone, si es necesario, mediante sanción.

Sin embargo, hoy hay diversas limitaciones que hacen imposible un auténtico pluralismo moral. La moral hoy no es una cuestión sociológica, como parecen apuntar algunas éticas actuales, sino que requiere una asunción personal por parte del sujeto que actúa. La ausencia de convicciones morales, coherentemente arraigadas, expresa una moral sociológica en la que falta la dimensión personal. Adela cita a un profesor español, aludiendo que hoy la mayoría llevamos, más bien, el pluralismo incorporado individualmente: somos conservadores en casa, progresistas entre los amigos, creyentes hoy, mañana ateos, agnósticos pasado mañana. A veces instalados y otras contraculturales. Liberales en lo sexual, socialistas en lo económico y ácratas en lo cultural. En cada uno de nosotros resuenan las múltiples pertenencias, ofertas y demandas de nuestra sociedad compleja y cambiante[12]. Concluye así: “Un semejante pluralismo individual más supone vacío que pluralismo moral”.

Y el último obstáculo que en este punto quisiéramos mencionar es la forma politeísta bajo la que el pluralismo se presenta en las democracias liberales, gracias al progresivo dominio de la razón instrumental. Los valores morales se entienden como decisiones últimas irracionales de conciencia sobre las que no cabe deliberar y, por tanto, sobre las que no cabe acuerdo alguno. No es, pues, la razón quien tiene que decidir en cuestiones de valores últimos, porque sobre estos dioses y su eterna contienda decide el destino y no una “ciencia”; deciden los profetas y los salvadores, pero no la razón. En tal caso, el acuerdo sobre los últimos fines que una sociedad se propone es imposible, y el pluralismo se presenta más bien como politeísmo insalvable. ¿Es posible desde esta situación delinear los rasgos de una actitud más humana que otras o las cuestiones de actitudes son, como las de valores últimos, asunto de fe individual?

Una autonomía mal entendida

La autonomía kantiana ha quedado atrás, muy atrás. Se supone que si uno quiere obrar responsablemente y en forma autónoma, no basta que diga: Quiero, elijo, decido y ejecuto, para que esa acción sea responsable y verdaderamente autónoma. Se requiere consultar previamente a personas expertas y luego hacer la deliberación que hacían antes los superiores y moralistas acerca de las razones en pro o en contra de las alternativas o propuestas posibles. En palabras de Llano: “Para deliberar sensatamente se requiere tener criterios, vale decir, una escala de valores ordenados con relación a un valor absoluto[13], y eso requiere una reflexión moral. Antes, el juicio de valor que solía hacer la autoridad cuando la relación era de superior a súbdito, es decir, de heteronomía, ayudaba en ese discernimiento; hoy día, para que se dé una legítima autonomía, la tiene que hacer el sujeto moral si quiere de veras ser autónomo. De no hacerlo así no se es autónomo. Es probable que no pase de ser una veleta de sus antojos y caprichos y un esclavo de sus pasiones que ha caído en un lamentable vacío moral, vacío que, en forma de bumerang, se suele volver contra el mismo sujeto que la defiende, pero mal entendido.

Vacío moral, desigualdad

La abismal desigualdad económica que se vive en el mundo, dice Carlos Sepúlveda, se demuestra con el hecho que el 1 por ciento más rico de la población mundial acumula más patrimonio que el 50 por ciento más pobre. Citando a Judt, Sepúlveda afirma que el vacío moral actual “evalúa” el mundo  decidiendo las opciones necesarias sin referentes ni juicios morales[14]. Y resulta que estos juicios son importantes, puesto que sobre ellos se puede reconstruir  la confianza; la confianza es necesaria para el buen funcionamiento de todo, incluso de los mercados. La idea de una sociedad en la que los vínculos son las relaciones y los sentimientos que surgen del interés pecuniario es esencialmente repulsiva.

El vacío moral en que vivimos incrementa la desigualdad. Quienes luchan por un mundo mejor no solo pueden vivir de amor o de valores morales, sino que también necesitan oportunidades. Lamentablemente la necesidad o la carencia de dinero es una de las principales causas de la infelicidad de la mayoría de la población. 

Des-moralizción como des-ánimo

Vivimos el tiempo del llamado a la autoestima y la auto-superación, y –sin embargo, el tiempo en que nos ha tocado vivir no potencia las condiciones de la autoestima, sino todo lo contrario. Para Cortina, el triunfo de la razón estratégica convierte a los hombres en medios en manos de los hombres, en manos de desconocidos sujetos elípticos y no tan elípticos, que hacen de la cosificación una realidad inevitable, “socavando el autorrespeto”[15].

Bien lejos está el optimismo de la divisa de la Ilustración, porque la eliminación de algunas heteronomías no ha tenido por consecuencia automática la realización autónoma de la propia vida y tampoco el ser hombre se presenta como un proyecto valioso, que merece la pena llevar a cabo. La razón estratégica entiende de medios, pero es incapaz de valorar fines en sí; ni hay tiempo tampoco para poner por obra semejante tarea. Junto a la cosificación, la urgencia pragmática del instante, del presente, impide enfrentar ese quehacer moral, esa tarea de la moralización individual y colectiva que supone arraigo en el pasado, en la tradición, y proyecto de futuro. Citando a Horkheimer, Cortina sostiene que “el pragmatismo refleja una sociedad que no tiene tiempo de recordar ni de reflexionar”; en ella “la calculabilidad sustituye a la verdad”. Y es que la razón práctica, la razón moral, ha resultado hoy de nuevo degradada al papel de razón instrumental.

  



[1] Llano Escobar, Alonso, sj: “Autonomía, vacío moral” en El tiempo, 16/06/2002.
[2] Leuridan Huys, Johan (2016). El sentido de las dimensiones éticas de la vida. Fondo Editorial USMP, Lima, pp. 170-172.
[3] Rojas Osorio, Carlos “Posmodernismo y Educación moral”,  Universidad Javeriana. Revista Espiga.
[4] Sepúlveda Valle, Carlos. “Vacío moral” en El Milenio, 09/04/2016. 
[5] Leuridan Huys, Johan (2016). El sentido de las dimensiones éticas de la vida. Fondo Editorial USMP, Lima,p. 189.
[6] Rojas Osorio, ibid.
[7] Rojas Osorio, Carlos: “Posmodernismo y Educación moral”,  Universidad Javeriana. Revista Espiga.
[8] Leuridan Huys, Johan (2016). El sentido de las dimensiones éticas de la vida. Fondo Editorial USMP, Lima, pp. 167-169.
[9] Cortina, Adela (2000). Ética de mínimos. Tecnos: Madrid. pp. 16.
[10] Leuridan Huys.
[11] Cortina, Adela (2000). Ética de mínimos. Tecnos: Madrid. pp. 82.
[12] Hortal, «Cambios en los modelos de legitimación», en Varios, Los valores éticos en la nueva sociedad
[13] Llano Escobar, sj, Alonso: “Autonomía, vacío moral” en El tiempo, 16/06/2002.
[14] Sepúlveda Valle, Carlos: “Vacío moral” en El Milenio, 09/04/2016.
[15] Cortina, Adela (2000). Ética de mínimos. Tecnos: Madrid. pp. 83.

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