Historia de los Tiempos litúrgicos
HISTORIA DE LOS TIEMPOS LITÚRGICOS
El calendario litúrgico se ha formado poco a poco a través de los siglos.
Algunos de estos días vienen por una tradición apostólica, otros se han formado
a través de la historia de la Iglesia. El Concilio Vaticano II revisó el
calendario litúrgico y ahora vemos con más claridad el bosque, y “los árboles
se pueden apreciar mejor”. La primera referencia a lo que hoy se entiende por
término año litúrgico, como unidad y
conjunto de las celebraciones festivas, no apareció hasta entrado el siglo XVI
con la denominación “año de la Iglesia”. Un siglo más tarde se usaba el nombre
de “año cristiano” en obras dedicadas a exponer las fiestas del Señor y de los
santos. En los albores del Movimiento litúrgico, don próspero Guéranger utilizó
la expresión año litúrgico en su
célebre obra L’anne liturgique, haciéndola desde entonces familiar a todos los
autores. Pío XII la incorporó al magisterio pontificio en la encíclica Mediator Dei de 1947, y así aparece en
la constitución Sacrosanctum Concilium y
en todo los documentos de la reforma litúrgica.
Pero el año litúrgico empezaba ya a desarrollarse desde el siglo IV.
Durante los primeros siglos no existió en la Iglesia otra celebración marcada
por el ritmo del tiempo que el domingo, aunque existen indicios de una
conmemoración anual de la Pascua.
Pero solo a partir de los siglos VIII-IX, cuando los formularios de misas del
Adviento se sitúan delante de la fiesta de Navidad y los libros litúrgicos
comienzan con el domingo I de Adviento, se puede hablar ya de una estructura
litúrgica anual. La denominación, como se ha dicho antes, aparece siglos más
tarde.
A la formación del año litúrgico contribuyeron diversos factores, como la
capacidad festiva humana, la huella del año litúrgico hebreo y, sobre todo, la
fuerza misma del misterio de la salvación, que tiende a manifestarse por todos
los medios, especialmente desde el momento en que la Iglesia encontró la
posibilidad de proyectar su mensaje sobre la sociedad y la cultura. Esto sin
olvidar las necesidades catequéticas y pastorales de las comunidades. Hablando
específicamente de la historia de estos tiempos litúrgicos, debemos iniciar en
el orden en que fueron apareciendo: La Pascua como acontecimiento salvífico, la
Navidad como reflejo de ella, y los tiempo preparatorios (Cuaresma y Adviento)
para cada uno de los mismos. Tenemos dos grupos unidos: Cuaresma-Pascua/Adviento-Navidad.
1. PASCUA
El inicio y centro del ciclo pascual lo ocupa el
Triduo, que se prolonga en la Cincuentena. La fiesta judía del “Pascha”, que
por ir ligada al 14 del Nizán podía tocar cualquier día de la semana; en un
principio fue celebrada también por la joven iglesia, pero entendida como
memorial del sacrificio del verdadero Cordero pascual, es decir, de la pasión
del Señor, cuyo significado se hace notar en numerosos pasajes del Nuevo
Testamento, especialmente los referentes a los acontecimientos finales de la
vida de Jesús. Como cierre triunfal de esta Pasión, la Resurrección alcanzó
pronto una importancia central; así, las comunidades cristianas fueron fijando
su propia celebración del Pascha también en domingo, con lo que se desligaron del
Pascha judío. A las primeras noticias de la conmemoración anual cristiana de la
Pascua por las comunidades de Asia Menor el 14 de Nisán, hay que agregar las
homilías pascuales que exponen el objeto de la conmemoración.
Sobre el rito pascual, los testimonios mencionan
un ayuno de dos o tres días que terminaba en una vigilia nocturna. Del
desarrollo de ésta se conocen algunos elementos: oraciones por los judíos y los
pecadores, lecturas de los Profetas y de los Evangelios, salmos, homilía,
eucaristía y ágape. Del estudio comparado de los leccionarios más antiguos, se
deduce la presencia constante de textos del AT como Gén 1, Gén 22, Ex 12-14,
Dan 3, Ez 37, etc., entre las lecturas de las distintas tradiciones. El primer
testimonio del rito de la luz es una homilía de Asterio el Sofista en el siglo
IV (In Ps 5, hom 6).
La liturgia romana comprendía inicialmente la
celebración de la Pasión a la hora de nona del viernes, la solemne vigilia
pascual, con seis lecturas en la tradición gregoriana (cuatro del AT) y catorce
en la gelasiana (doce del AT), y la misa del domingo de Pascua. La liturgia
bautismal incluía la bendición del agua y la procesión al bautisterio. El
pregón pascual, conocido en Milán y en España desde el siglo V, entró en Roma
en el siglo XI.
El jueves santo, día de la reconciliación de los
penitentes y de la Misa crismal desde el siglo V, conoció a partir del siglo
VII una misa vespertina sin liturgia de la Palabra, conmemorativa de la
tradición de Judas y de la última Cena. Posteriormente en esta misa adquirió un
mayor relieve incorporando en la Edad Media el lavatorio de los pies y la
reserva de la Eucaristía para la comunión del sacerdote al día siguiente. En la
liturgia de las horas se introdujeron elementos dramatizantes, como la ocultación
de la luz. El año 1951 el papa Pío XII inició la revisión de la Semana Santa
restaurando la vigilia pascual y devolviendo a las celebraciones del Triduo su
carácter más auténtico. La octava pascual, conocida en Jerusalén, en Roma y en
otras liturgias desde muy antiguo, fue el tiempo de la mistagogia de los iniciados en los sacramentos pascuales.
Respecto de la cincuentena, en un principio, la
Iglesia cristiana celebró también con los judíos los 50 días subsiguientes al
Pascha, pero sin referirse para nada a los sucesos salvíficos de la Ascensión
del Señor y el descenso del Espíritu Santo. Fue entre los siglos II y V que Pentecostés
se convirtió en un espacio unitario e indivisible de cincuenta días desde el
domingo de Pascua hasta la conmemoración conjunta de la Ascensión del Señor y
de la venida del Espíritu Santo el día cincuentésimo. A finales del siglo IV se
introdujo la fiesta de la Ascensión a los cuarenta días de la Pascua, tal como
se la conoce en los sermones de san León Magno (440-461). Pentecostés pasó a
ser la solemnidad de la venida del Espíritu, recibiendo una vigilia, en
paralelo a la de Pascua, y una octava. Por otra parte, en los días previos a la
Ascensión se introdujeron las “letanías menores” con su ayuno correspondiente,
y al final del tiempo pascual se situó la celebración del ayuno del mes cuarto
(junio), es decir, las témporas del verano. Los domingos del tiempo pascual,
salvo el de la octava de Pascua, apenas tenían relevancia, y eran denominados
“domingos II, III, etc. después de Pascua”, y el domingo siguiente a la
Ascensión, “domingo infraoactava de la Ascensión”. La unidad originaria de la
Cincuentena había desaparecido.
2. CUARESMA
Los primeros datos acerca de una preparación de la
Pascua consisten en el ayuno de dos o tres días en los siglos II y III. En Roma,
el ayuno se extendía durante tres semanas ya en el siglo IV, pero numerosos
testimonios hacen pensar en la existencia de la cuaresma penitencial como un
hecho general a finales de dicho siglo o comienzos del siguiente. El tiempo
cuaresmal es resultado de un largo proceso de sedimentación de tres itinerarios
litúrgico-sacramentales: la preparación inmediata de los catecúmenos a los
sacramentos de Iniciación, la penitencia pública y la participación de la
comunidad cristiana en los dos anteriores como preparación para la Pascua. La
Cuaresma o cuadragésima es conocida con este nombre desde el siglo IV (San
Jerónimo y Egeria) y hace referencia al significado del número 40 en la Biblia.
Sin embargo, es muy cierto que al desaparecer la
institución del catecumenado, la reconciliación pública fue sustituida por la
penitencia secreta (s. VIIss.). La Cuaresma quedaría configurada en el Misal y
en el Oficio divino como un tiempo casi exclusivamente penitencial y ascético.
Los evangelios y las oraciones de las misas de los escrutinios pasaron a las
ferias y éstas terminaron por contar con celebración estacional todos los días.
La tradición de la ceniza, por otro lado, se empezó a imponer a todos los
fieles en el siglo IX, cuando había decaído la práctica de la penitencia
pública.
3. NAVIDAD
A la Pascua y a su conmemoración semanal (el
domingo), se le añade en el siglo IV una nueva fiesta: Navidad. La primera
noticia de esta fiesta procede del cronógrafo copiado por Furio Dionisio
Filócalo el 354, aunque se remonta al año 336, que contiene la despositio martyrum y la depositio episcoporum de la Iglesia de
Roma. Encabezando la primera lista, el día 25 de diciembre se lee: Nacimiento
de Cristo en Belén de Judá. Sin embargo, como sabemos, esta fecha no es exacta.
Muchos hacen coincidir esta fecha con la de la fiesta pagana del Natalis solis invicti (fiesta del
nacimiento del invicto dios solar), establecida el año 275 por el Emperador
Aureliano en el solsticio de invierno. Podría decirse que el cristianismo ha
querido contrarrestar esta fiesta pagana proponiendo el nacimiento de Cristo
como el sol de justicia que viene de lo
alto (Lc 1,78). Una segunda hipótesis se basa en el cálculo de la fecha de
la muerte de Cristo, según la creencia antigua de que ésta habría tenido lugar
en el mismo día de su encarnación. El 25 de diciembre, por tanto, estaría
basado en un supuesto 25 de marzo en que Jesús se encarnó, y en que hoy
celebramos la Anunciación.
La fiesta se difundió rápidamente debido a la
necesidad de afirmar y difundir la fe auténtica en el misterio de la
encarnación que por el afán de contrarrestar una fiesta pagana. El Concilio de
Nicea se había celebrado el año 325 y los concilios siguientes tuvieron que
hacer frente a diversos errores cristológicos. De hecho, a finales del siglo IV
la Navidad se celebraba ya en el norte de África (360), en España (384), en
Constantinopla (380), en Antioquía (386), en Capadocia, etc. en el siglo VI se
introdujo la vigilia de Navidad con ayuno y una misa vespertina, y
probablemente también la octava del día 1º de enero. Con la difusión de los
nacimientos a partir de San Francisco en el siglo XIII, la fiesta alcanzó un
sentido más contemplativo.
Por su parte, la fiesta de la Epifanía, si bien
estaba ya en Asia Menor hacia el siglo IV, recién en el siglo V (según los
testimonios de san León) empieza a celebrarse en el occidente, pero centrada en
la adoración de los magos. El contenido en oriente habría sido un tiempo que
oscilaba entre el Nacimiento y el Bautismo del Señor; era un día bautismal
donde se bendecían las aguas. En occidente tenía un significado precisamente
epifánico: las manifestaciones del Señor (Bautismo, Bodas de Caná, milagros,
etc.) como anuncio de la Pascua. Finalmente, la fiesta del Bautismo, si bien ya
se celebraba desde el siglo XVIII, fue incluida en el calendario romano en
1960, con fecha 13 de enero (8 días después de la Epifanía).
4. ADVIENTO
Navidad no tenía preparación especial hasta las
primeras noticias del Concilio de Zaragoza (380). En el siglo sexto se
consideró necesario anteponer a la Navidad un tiempo de preparación como el que
ya tenía la Pascua. Surge paulatinamente el “Adviento” como una estructura
marcadamente histórico-salvífica del tiempo entre Pentecostés y Navidad.
En el siglo VII, los formularios de misas que se
encuentran bajo el título De adventu
Domini, al final de los sacramentarios gelasianos (de origen
romano-galicano), probablemente no tenían nada que ver con la preparación de la
Navidad, sino con el recuerdo de la última venida de Cristo, como sugiere su
colocación. Sin embargo, esta temática se vio atraída poco a poco por el
recuerdo de la expectación que precedió a la manifestación histórica del
Mesías. La historia de su estructuración en cuatro semanas dependía de los
testimonios: unos aseguraban 6 semanas, otros solo 4. A partir de los siglos
VIII-IX la estructura se fue haciendo uniforme como hoy la conocemos.
BIBLIOGRAFÍA:
§
Aguirre,
Secundino, SDB. Curso de Liturgia. 2009.
§
López
Martín, Julián. La Liturgia en la Iglesia. BAC, Madrid. 1994.
§
Klauser,
Theodor. Breve historia de la Liturgia
occidental. Instituto Superior de Pastoral, Universidad Pontifica de
Salamanca. 1968.
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