Carta de un "padre"
Estoy a punto de pasar los 35 años, entrar a los 36 y convertirme en un señor de las cuatro décadas. Según Erick Erickson, a estas alturas de mi vida he debido descubrir el significado de la intimidad en medio de la soledad. Hace tiempo pensaba precisamente en esto: Mi yo sacerdote decidió hace muchos años que era una decisión rotunda y para siempre la "renuncia" a una familia biológica y abrazar una vocación de paternidad con otro tipo de fecundidad, con profundo compromiso de asumir una soledad "a solas con los demás". Puedo decir, con toda sinceridad, que no estoy para nada arrepentido. Amo ser "padre-fraile" de otro modo. Pero eso no significa que haya pasado por mi cabeza en ser papá biológico alguna vez. De hecho, estaba en una de mis metas al cumplir 25 años (metas que me tracé cuando tenía dieciséis y salía de la secundaria).
Quería casarme a los 25 y tener una familia. Quería tenerla, habiendo acabado una carrera, trabajando, y en la "flor de la juventud" para aprovechar al máximo mi vida con mi futura esposa y mis hijos. La historia que viví en mi hogar, si bien estuvo marcada de duras crisis, me permitía soñar con una historia distinta, y yo tenía que estar preparado. Eran los sueños de un adolescente cristiano... Cuando llegaron los diecisiete y dieciocho las bonitas ideas se fueron desplomando entre varios avatares, malas amistades y dañinas influencias, y hasta ansiedades (Recuerdo que hasta llegué a no querer tener dieciocho). Años más tarde daba gracias por las tormentas vividas, pues me han servido para mi yo padre-fraile en el que me he convertido.
Varias veces he comentado que intenté vivir una etapa de enamoramiento real, concreto, con alguien específico. Aunque no lo crean, también llegué a sufrir acoso, cosa que no deseo a nadie, realmente. Pero tras vanos intentos, sacaba las conclusiones infaltables en canciones románticas de despecho: tal vez el amor no estaba hecho para mí. Cuando tenía diecinueve años y había dejado completamente la universidad la llamada del Señor tocó mi corazón. En realidad fue una llamada bastante extraña. Recuerdo que cuando fui a la convivencia de aspirante maquillaba mi vocación reafirmándome sobre mi ser acólito, catequista, agente pastoral y amigo de los frailes. Un buen amigo fraile se dio cuenta de eso: "Si entras a la vida religiosa, entras con todo". Y entonces visibilicé que en mi mochila sí había una llamada vocacional, pero también la tristeza de haber perdido a mi madre, la frustración de haber elegido una carrera que no me hacía feliz... y sí, una decepción amorosa, o mejor dicho, la sensación de sentirse rechazado por alguien con quien "me hice una película". Si quería ser honesto conmigo mismo, tendría que aceptar que todas estas cosas también eran mi "yo". Tenía que decir "adentro todo" y a "sanar todo".
Siempre me he ufanado de que con mis formadores siempre fui sincero. A todos les contaba lo que sentía y les abría mi corazón. A cada uno según las circunstancias. Quería ser buen hijo. Tal vez por la frustración de que en mi propia casa no lo fui por completo... pero quería ser un buen hijo. La malicia no habitaba en mí. Y ahora lo comprendo: Ser un buen hijo es un requisito para ser un buen padre. Los años fueron pasando e iba renovando mis votos como fraile dominico. Cada año aparecían cuestionamientos diferentes y al hacer mis votos solemnes estaba convencido de algo: Iba a ser un fraile para siempre, un hermano (esto significa "fray", "fraile") dominico para siempre. La cosa se tornó hormiga después de pedir la carta al diaconado. Recuerdo que media hora antes de mi ordenación diaconal, en la habitación de la casa de retiros, me miré al espejo y me dije: "Hermano ya eres... lo que vas a hacer es enrumbarte para ser papá, pues a los sacerdotes le dicen padres". Me senté y me entró un pánico. No había tropezado en la profundidad de la palabra. Pero ya era la hora de la Eucaristía. Fui ordenado diácono entre mis hermanos frailes, mi familia no pudo venir. Fray Julio Madueño y Fray Samuel Torres me colocaron la estola diaconal. A ellos les había confesado que no quería ser sacerdote, sino solo fraile. Pero ellos me animaron a repreguntarme para no fallar a la voluntad de Dios.
Pasé la etapa diaconal en medio de las actividades parroquiales de Quillabamba y quería ordenarme sacerdote para el año de cumplido mi diaconado. Varias circunstancias provinciales/parroquiales motivaron a que fuese con un mes de antelación. Recibí el orden presbiteral el 13 de diciembre del 2018 (fecha swiftie). Con Fray Edwin Silva coordinamos la fecha (nos ordenamos juntos). Quería que fuese el mismo día de mi Bautismo (que fue en 1998). Me alucinaba en que lo que nació para Dios, tenía su culmen vocacional. Y por eso esa fecha es tan importante para mí (y no solo por Taylor Swift). Pronto la gente dejó de llamarme "fray" para llamarme "padre". Intentaba una y otra vez explicarles que seguía siendo fraile, pero ahora con el servicio de sacerdote... Creo que los confundía. Pero internamente vivía otra lucha: "No quería que me llamen padre, sino fray". Y esto no era una cuestión de uso de términos: la crisis de la paternidad estaba tocando mi puerta. Pero no esas crisis de querer tener hijos, como muchos la catalogan... era una crisis existencial: ¿estaba preparado para ser papá?
Lejos de Quillabamba muchos me acuñan el hecho de haber "liderado" actividades sociales en beneficio de la población (cosa que no es tan cierta y que escribiré en otra entrada de blog). Pero debo confesar que algo pasó en mí, en medio de la pandemia, los movimiento de una comunidad a otra y de un distrito a otro. La gente me llamaba "padre" y empecé a querer esta palabra, y a hacerla mía. Yo sé que a muchos varones, la noticia de ser papás asusta. Tal vez eso me pasó a mí. Pero esos mismos varones me han confesado que el sentimiento de la paternidad es tan sublime y tan difícil de abarcar. Y lo confirmo, lo sello y lo sacramento.
Yo ya me estoy haciendo viejo y el chico que alguna vez llegó a guardar rencor por su papá (mi padre biológico) hoy lo quiere mucho y lo extraña. Cuando, en mi adolescencia, me enteraba de sus tropiezos, me decía a mí mismo que me cambiaría el apellido cuando tenga dieciocho y no recuerdo qué otros garabatos de rebeldía infantil. Todo eso ha quedado atrás. La psicóloga del Postulatado me pidió sanar una herida con papá, y lo hice. Ya de grande, el año pasado, en una llamada telefónica, volví a escuchar de la voz de mi propio padre un "Te quiero". Solo lo había escuchado cuando él andaba medio mareado con sus amigos de copas... y en esa llamada telefónica noté que también andaba de borrachito. Pero no me importaba: Era el "te quiero" de mi papá.
Ahora que soy "padre" no quiero justificar las inoportunidades de muchos varones, pero debo decir que sí cuesta ser papá. Atender a todos los hijos e hijas es difícil. Intentar no tener predilectos y predilectas es difícil. Entristecerse por no poder hacer más de lo que se puede, y al mismo abandonarse en el infantilismo varonil dan paso a la inactividad que Erick Erickson no me perdonaría. "Debes ser generativo en medio del estancamiento" -me diría. Supongo que será otro proceso que debo pasar, y confirmo mi disposición para asumirlo.
Dios es Papá y creó tanto la maternidad como la paternidad para hacer fecunda su creación. Papá no solo debe engendrar: debe cuidar amorosamente. Ojalá la segunda parte de mi vida corresponda mejor al plan de Dios de convertirme en el padre que quiere para los hijos e hijas que me ponga en el camino. Que así sea.
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