Lo "genuino" de la vida matsigenka

Hablar de cómo es una familia matsigenka se convierte en un reto difícil de responder a casi primer cuarto de siglo en el que nos encontramos. He tenido la oportunidad de conocer la mayoría de comunidades del Bajo Urubamba, y el privilegio de conocer las de más difícil acceso y más alejadas (las comunidades de la reserva, los nanti o campas como son llamados, por ejemplo). Esta región poco conocida de Cusco tiene varias circunstancias culturales: una que salta a simple vista es que ya no solo conviven matsigenkas: hermanos y hermanas asháninkas y caquinte también nos acompañan, además de migrantes de otras regiones, que son llamados “colonos”: los colonos de Quillabamba y Cusco, sobre todo en la zona llamada norte (desde Ivochote hasta Camisea) y los colonos de Sepahua, Atalaya y las demás regiones de la selva central en la zona llamada sur (desde Camisea hasta Miaría). También hay presencia de algunos migrantes de Puerto Maldonado y sus comunidades. La mezcla e intercambio cultural es inevitable. A nivel lingüístico asháninkas y matsigenkas se van comprendiendo mucho mejor, mientras que otros grupos minoritarios (como los caquinte o yine) recurren al castellano para hacerse entender a la hora de entrar en contacto con otros. El Bajo Urubamba es más pluricultural que nunca, sobre todo cuando hoy es invadida por la “cultura occidental” y sus nuevas costumbres, la mayoría de ellas ya aceptadas en estos pueblos que forman políticamente el distrito “energético” del Perú: Megantoni. Infaltable es el recurso del dinero (“koriki”) como la palabra “proyecto”, el fútbol como la cerveza, parlantes estruendosos como fiestas hasta pasada la medianoche, celulares e Internet al alcance, así como la entrada inescrupulosa de las redes sociales… y, en su punto más “desarrollado” las vías carrozables, los “nuevos colonizadores”, el cemento, las pistas, el alumbrado eléctrico, la urbanización y la constante amenaza del desarraigo cultural. Pero en medio de esta variopinta realidad, quisiera hacer un esbozo de lo genuino de la familia y la vida matsigenka, advirtiendo que no siempre la encontraremos “pura”.

La vida genuina de las familias matsigenkas transcurren en un conjunto de espacios en que conviven padres, madres e hijos y algún otro miembro de la familia. No existe “una casa” como tal, sino espacios separados: uno para el descanso, otro para la cocina, otro para guardar las cosas… puede variar el número de estancias. Antes de la entrada de los proyectos de saneamiento, no existía ni ducha, ni caño ni baño. El aseo personal y el lavado de ropa se hacía en el río (algunos lo siguen conservando). En el espacio familiar no se contempla fácilmente la existencia de mesas ni sillas como las conocemos comúnmente. El suelo o un (tsitatsi, petate) sirven muy bien para sentarse, aunque algunas familias ya han hecho de algunos troncos sus butacas. Algunas estancias se construyen en alto para prevenir que una sorpresiva lluvia les invada de un momento a otro. El conjunto habitacional suele comprender también los árboles que se encuentran dentro del perímetro y dentro deambulan algunas aves de corral sin corral, y con suerte alguna familia acoge a un loro, un mono, un tapir u otro animalillo que nunca cumple la misión de mascota, mas sí de compañero. En todo el entorno no hay una puerta de entrada ni de salida. La familia convive con la naturaleza. Si las estancias cuentan con puertas aun no están de moda las llaves. Todo es abierto.

Para comer no falta la yuca. Alimento principal. Cashiri (“la luna”) la trajo según un antiguo mito. También hay plátano en sus variedades. Nia “río” trae el pescado, con pocas variedades, pero todas ellas bien recibidas, sobre todo en temporada de verano en que el río baja increíblemente y se hace difícil pescar boquechico, doncella, cunchi, mojarrita, mijano, etc. Con suerte podrá encontrarse naranja, mandarina, limón, cacao, anane u otro fruto en zonas indistintas y específicas. Pero solo es con suerte encontrar una mayor variedad de productos. La leche o la avena las han traído Qali Warma. Pero las bebidas básicas son el masato (a base de yuca) y el chapo (a base de plátano); el primero más popular que el otro. Más allá de las historias de su preparación, lo que sí se concluye es su presentación en estado de fermentación. Como lambayecano que también pasó una temporada por Cusco y ha visitado otras zonas del Perú tendría que decir honestamente que se trata de una chicha: una chicha de yuca. Como todas las chichas, las hay dulces como agrias. El masato más fuerte tiene una vista burbujeante: “¡está cacho!”-se dice. He probado todas las variedades y no es una cosa se sobrevivencia, es una cuestión de compartir.

El matsigenka sabe a cada día le toca su angustia. Se levanta temprano, antes de que salga el sol, a buscar la comida a la chacra o al río. Sabe que encontrará siempre algo. Sus “apaegi” e “inaegi” (las entidades de la naturaleza) siempre brindarán comida. En ocasiones especiales se alistan flechas para la caza y siguiendo las huellas o escuchando atentamente podrá encontrar maniro (venado), sachavaca, samani, majaz, kemari, maniti, aramadillo u otro animal silvestre que, asado o ahumado, mejora el rancho alimenticio. La cosmovisión del nativo le confiere pensar que nunca falta. Cuando uno pregunta por “los números” en matisgenka, con las justas se piensa hasta “cinco”, como los dedos de la mano y de los pies. No hay mucha preocupación por cantidades. Siempre hay “tovaina”, harto. La comida se pone en un solo recipiente. Todos comen de una misma olla o plato. A todos alcanza. Masato rara vez falta, y cuando se sirve no es en una “taza” común; he tomado masato desde pequeñas tinas y también pamuco o en choncorina. No hay tiempos ni horarios específicos para la comida. Se come cuando ya está. Durante la comida todos se reúnen y conversan. Las conversaciones giran en torno a lo que han visto durante el día y a las cosas de la familia. El ambiente es de los más agradables que he vivido.

Durante el día se pueden hacer otras actividades. Prever que nunca falte yuca ni masato es importante. También se debe prever de leña para que no falte fuego en la cocina. Mujeres y también varones hacen shivetas: canastillas hechas con hojas de una planta parecida a la palmera. Algunas mujeres han recibido la tradición del tejido. Cuando hay recursos (lana o hilos y palos) se disponen a hacer cushmas, sagis o tejidos para hacer otras prendas (como para cargar al bebé, una vincha para la cabeza, etc.). Se sabe que el varón lleva telar vertical, mientras que el de la mujer es horizontal. También se dispone el tiempo para hacer collares de semillas o dientes de animales que se cazaron, pero no son casi de plumas como sí en otras culturas amazónicas. Jugar en medio de los árboles, bañarse en el río, visitarse entre familias completan la jornada. Al caer la noche todos se aseguran que las gallinas estén guardadas, porque algún tigrillo puede aventajarlos.  

Lo genuino de esta vida, muchas veces tildada de “ociosa”, hoy viene variando con las nuevas invasiones culturales. Los cambios son notorios. El tiempo libre se les agota en medio de los horarios municipales, han cambiado el pie descalzo diligente por botas que les llegan hasta las rodillas, han adquirido medios de comunicación para tener mejor conexión en medio de las diligencias. Y no hay retroceso.

Con la esperanza de que lo genuino y lo místico permanezca en medio de las nuevas selvas, pido a Tasorintsi, el Creador de todo, que no deje de soplar su aliento en medio de sus hijos e hijas.

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