El mito de la devastación indígena
Ante el
fenómeno de la Conquista española se sucedieron, al menos, dos corrientes de
pensamiento: una que justifica la evangelización y la propia conquista de las
tierras americanas y (sus nativos); pero también una corriente de pensamiento
crítico sobre el modo cómo esta se iba llevando y en la que, sin duda, tiene en
Bartolomé de las Casas uno de sus mayores representantes. Sin embargo, esta
crítica no solo fue constituida por las percepciones de un ex-encomendero
convertido, sino también por otros elementos, como el lamento de los pueblos
indígenas (como el de Huaman Poma o las elegías “traumáticas” tras la conquista,
modelo –más bien- de la retórica precolombina), la idea de que la civilización
indígena fue una sociedad arcaica, inocente y hasta paradisíaca, y otra idea
que habla del supuesto salvajismo o barbarismo indígena, a los que se
generalizaron dos terribles adjetivos: caníbal y sodomita (que de todas maneras
se dieron en alguna parte). Todas estas ideas alimentan muy bien uno de los tantos
mitos controversiales de la Conquista española: el mito de la devastación
indígena, según el cual “los indios fueron exterminados”, producto de su
incapacidad de soportar la avalancha de la invasión europea, pues su condición
o inocente (gentil) o salvaje no pudo “comprender” lo que estaba sucediendo;
aunque vale decir que sí es recurrente un estado de confusión y desmoronamiento
de los tipos de organizaciones y valores hasta entonces vividos.
A partir de Colón, Esteban
Mira Cabellos propone en su libro “Conquista y destrucción de las Indias” la
tesis de que “las culturas indígenas no eran ni bárbaras ni idílicas, sino tan
civilizadas e imperfectas como las culturas europeas de la época”. Cabe entonces la primera pregunta: ¿A qué responde
la construcción de tal mito? Si se trata de una crítica a la Conquista podemos
hallar la respuesta en quienes estuvieron en contra de ella y que, al parecer,
utilizaron fuertes testimonios reales, tanto de confusión por parte de los
indígenas, como del propio Colón, que es citado para corroborar la tesis. Respecto
al “descubridor de América”, él llega a decir que los indios eran una tabula rasa donde la concepción de civilización
europea podía ser escrita con facilidad, pues tanto su hablar, pensar y
accionar era considerado debajo del nivel promedio del “hombre civilizado”;
pronto nace la propuesta de construir una nueva civilización, idílica, a partir
de sus inocentes habitantes fue fuertemente alimentada tanto por los
evangelizadores de la primera hora (Las Casas o Mendieta) como de sus sucesores
(los jesuitas pudieron parcializarla algunas misiones). La realidad es otra:
Las comunidades indígenas no eran acéfalas. Colón también es utilizado para señalar
otro de los elementos que alimentaron el mito de la devastación: los españoles
habrían sido considerados unos “dioses” (aunque él no diga que eran llamados
como tal), y de allí surgen las diferentes anécdotas de las apoteosis de los
conquistadores que llegan hasta Perú. En realidad se fusionaron varias ideas:
la creencia de que los españoles (como en
el caso mexicano) eran una suerte de antiguos descendientes que regresaban
nuevamente, la imagen de superstición/fanatismo/imbecilidad que se tenía del
indígena y la percepción que se tuvo de los acontecimientos (como en el caso de
Moctezuma o la muerte de Atahualpa), como si se tratase de una acción augurada,
acaso providencial, y que fue difundida por los evangelizadores.
Así, al hacer uso de fuentes
de la época, la crítica en contra de la conquista formula el mito. Una de esas
ilustraciones la hayamos en La Leyenda
negra que pintaba a los conquistadores como colonos brutales y sanguinarios
que discriminaban a sus súbditos indígenas hasta el punto de casi
desaparecerlos. Detrás de ello hay cuestiones políticas por analizar, acaso la
rivalidad Inglaterra-España en auge durante el siglo XVI. Habría más razones
que podrían reafirmar esta leyenda: el bajón demográfico del que se dice que
murieron al menos 40 millones de personas en un siglo. Sin embargo, tendría que
tenerse en cuenta que la llegada de españoles trajo consigo también la llegada
de nuevos virus y enfermedades, y habría que delimitar hasta qué punto la
enfermedad también fue un factor de devastación.
Sin embargo, más que hablar
de una derrota fatídica, el autor propone hablar de una vitalidad indígena
durante la conquista. Así, la expresión de un trauma indígena de la conquista
que significaba el derrumbe de su mundo se convierte en una negación para dar
paso al significado real de qué estaba sucediendo en el mundo céfalo del
indígena: La conquista era un momento que estaba trascendiendo la historia (de
ello nos dan cuentan las celebraciones de festivales) y no parecía la derrota
de la organización social, sino la continuación del estatus; la conquista
también daba razón de la vitalidad comunitaria de los nativos y de su gran
aporte durante los hechos si recordamos que muchos fueron agentes-aliados entre
conquistadores, si acaso entre las civilizaciones hubo también razones para que
se sucediera un nuevo tiempo para todos.
Gracias a una mirada más
global de los hechos podemos decir, entonces, que el mito de la devastación
indígena sí es un verdadero mito. Primero, porque la devastación como tal no
fue una experiencia de matanza global a espada sangrienta como parece
traducirse, pues hubo otros factores de mortandad. Por otro lado, tampoco
significó la devastación de la cultura como tal, pues como hemos visto hubo
vitalidad durante el período “traumático” de cambio, y si nos damos cuenta
sigue sobreviviendo.
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